A comienzos de los años cincuenta, Gina Lollobrigida estaba lista para conquistar la meca del cine hasta que Howard Hughes se cruzó en su camino
En el pico de su fama, su nombre se usaba como sinónimo de la mujer más bella del mundo, aparecía en la tapa de la revista Time en representación del éxito global del cine italiano de posguerra y hasta Humphrey Bogart decía que, comparada con ella, Marilyn Monroe parecía Shirley Temple. Hacia mitad de los años cincuenta, Gina Lollobrigida tenía el mundo a sus pies y su conquista de Hollywood parecía inevitable. Sin embargo, la actriz que a los 19 años había aceptado a regañadientes pequeños papeles en películas italianas cansada de la insistencia de los directores que la habían visto a la salida de la escuela de Bellas Artes, no logró completar el salto a la meca de la industria del cine como lo había imaginado. En su camino se interpuso la obsesión que tenía con ella el más obsesivo de los magnates de Hollywood: Howard Hughes. La historia de cómo el millonario intentó seducirla, contratarla para su estudio y finalmente descarriló su futuro en los Estados Unidos podría usarse como un caso testigo del abuso de poder y manipulación que era la norma en la industria del cine a mediados del siglo pasado.
Todo comenzó cuando la actriz nacida en 1927 en Subiaco, un pueblo cerca de Roma, ya era un suceso nacional casi a su pesar. Según contó en varias oportunidades, aunque estaba satisfecha con interpretar pequeños papeles en el cine y no tenía interés en dedicarse por entero a la actuación, aceptó su primer protagónico en el film Pagliacci (1948), después de que sus productores aceptaran pagarle un millón de liras por el trabajo, una cifra exorbitante que ella había exigido para sacárselos de encima. “Estaba más interesada en la pintura y la escultura, pero los productores recurrieron a mi madre para convencerme y cuando les pedí un millón de liras, una locura comparadas con las mil que me pagaban por los papeles secundarios, para mi sorpresa, aceptaron. Y así comenzó mi carrera en el cine”, recordaba en un reportaje con la revista Vanity Fair, la actriz fallecida a los 95 años el 16 de enero de 2023.
El auspicioso inicio continuó con la industria cinematográfica italiana acomodándose a sus deseos y caprichos. Aunque según ella nunca tuvo que exigir nada porque siempre le ofrecían más de lo que imaginaba. “Solo tenía que decir que sí. En un momento mis contratos incluían, además del 10 por ciento de las ganancias de taquilla, que la elección del coprotagonista, el director y el guion estaban sujetos a mi aprobación”, explicaba Lollobrigida en los numerosos reportajes que dio en sus últimos años de vida. Tal era su poder en el cine de Italia que en 1950 protagonizó el film Miss Italia, que básicamente era su revancha personal contra los jueces del concurso de belleza que en 1947 la habían relegado al tercer puesto y le habían otorgado la corona a una joven desconocida llamada Lucía Bosé, esa que años después sería famosa por sus propios méritos y famosísima por ser primero la esposa del torero Luis Miguel Dominguín y luego la madre de Miguel Bosé.
Claro que el suceso de “La Lollo” en su país natal parecía ser solo el primer capítulo de su trayectoria cuando en 1950, Hughes, dueño de los estudios RKO, la invitó a viajar a Los Ángeles tras verla en una revista posando en bikini. Acostumbrada a conseguir todo lo que quería, la actriz de 23 años aceptó la propuesta con una condición: que su marido, el doctor Milko Skofic, con el que se había casado un año antes, pudiera acompañarla. Sin embargo, cuando solo un pasaje llegó a sus manos, Lollobrigida decidió emprender el viaje en solitario cuando su esposo le aseguró que confiaba en ella y que no quería que en el futuro le reprochara haberse opuesto al desarrollo de su carrera. Una vez aterrizada en el aeropuerto internacional de Los Ángeles, la actriz fue recibida por los agentes de Hughes, que la instalaron en un lujoso apart hotel y le presentaron a su equipo personal: una secretaria, un chofer, una profesora de inglés y un entrenador vocal.
Sin embargo, sus sueños de codearse con las estrellas de la pantalla grande o al menos conocer los lugares emblemáticos de la usina de producción del cine industrial se disolvieron rápidamente. “Lo único que vi de Hollywood fue a Howard Hughes”, recordaba la actriz de aquel viaje que marcó su carrera de todas las maneras equivocadas. Instalada en el centro de Los Ángeles, bien lejos de Hollywood y los estudios y más lejos aún de Beverly Hills, Gina no podía salir de su habitación a menos que estuviera acompañada por Hughes.
Se veían casi a diario en una rutina que se repitió por algo más de dos meses: el empresario intentaba seducirla y ella se negaba a sus avances. En ese período, la actriz italiana fue testigo de las excentricidades del magnate que forman parte de la leyenda de Hollywood. “Era muy alto e interesante. Tenía dos chaquetas y un par de pantalones llenos de polvo y suciedad que usaba todos los días. Como odiaba ser visto por la prensa, siempre me llevaba a restaurantes muy baratos y a veces hasta comíamos en el auto. Yo hablaba muy poco inglés en aquel momento y él se ocupó de enseñarme las malas palabras. Eramos demasiado distintos. Yo le decía que si perdía todo su dinero quizás podría considerar casarme con él. Creo que estaba sorprendido de haber encontrado una persona que no estuviera interesada en su fortuna”, recordaba Lollobrigida en la entrevista con Vanity Fair con más liviandad de la que sintió en el momento que el millonario, cuyas obsesiones y patologías fueron retratadas por Martin Scorsese en la película El aviador, apostó guardias en la puerta del lugar donde se hospedaba la actriz e instruyó a los empleados de la recepción para que no le pasaran llamadas.
Aunque los responsables del estudio le prometían que la llegada de su marido desde Roma era inminente y que pronto comenzaría a trabajar en su primera película con RKO, después de pasar un mes y medio como una virtual prisionera de Hughes, la única novedad que recibió la actriz fue el aviso de que el magnate pasaría a buscarla para ir a una “conferencia de negocios”. Subida al avión que el propio Hughes piloteaba, el destino de la reunión era Las Vegas y el único negocio que su carcelero estaba dispuesto a discutir con ella era cuándo se divorciaría de su marido para casarse con él. “Me prometió que si lo hacía tendría una carrera de inmediato, que sería brillante y que también me daría pieles, joyas y todo lo que deseara”, explicaba Lollobrigida años después. En aquel momento, la actriz rechazó todas las propuestas y los avances del magnate y le exigió que la llevara al estudio para la prometida prueba de cámara que pondría en marcha su trabajo en Hollywood. La respuesta de Hughes fue entregarle un guion en el que debía interpretar a una mujer que deseaba divorciarse.
En esa instancia, Lollobrigida ya no tenía otro interés que poder volver a Roma, por lo que cuando finalmente le compraron el pasaje de regreso aceptó asistir a la fiesta de despedida organizada por Hughes. Hacia las tres de la mañana y luego de muchas copas de champán, el productor le presentó un contrato que Gina firmó aunque apenas podía leer en inglés. “Lo firmé porque quería volver a mi casa”, razonaba la actriz que apenas llegó a Italia se dio cuenta de la trampa que le había tendido el empresario. Lo que había firmado era un contrato por siete años con RKO que hacía que fuera prácticamente imposible para ella trabajar con cualquier otro estudio de Hollywood debido a todo lo que los potenciales interesados en emplearla debían pagar como punitorios a Hughes. Así, de espaldas a Hollywood, Lollobrigida continúo su carrera en Europa trabajando en películas que marcaron el cine de posguerra, como el film de aventuras que hizo en Francia, Fanfan la Tulipe (1952), Beldades nocturnas (1952), del francés René Clair y la exitosísima Pan, amor y fantasía (1953), por la que fue nominada a un premio Bafta a la mejor actriz extranjera.
Sus logros no pasaban desapercibidos en Hollywood pero todos sus intentos de trabajar allí provocaban la reacción de Hughes en forma de demandas legales que hacían desistir a todos los estudios que buscaban contratarla. Aún así, Lollobrigida logró esquivar las restricciones impuestas por el empresario participando en los films de los estudios de Hollywood que se rodaban en Europa. Así, coprotagonizó con Bogart la película La burla del diablo, dirigida por John Huston y escrito por Truman Capote.
Aunque para el director y el actor de Casablanca la filmación italiana había sido poco más que una excusa para tomarse vacaciones en Europa y el clima en el set era, según la descripción de la revista Time, “una bacanal de bebida y espías del estudio dónde las hermosas mansiones con piscinas eran lo que más importaba”, la actriz mantuvo su profesionalidad al punto que Bogart le inventó el poco amable apodo de “Gina Lo-lo-frigida”. A pesar de esa mala experiencia con los autoexiliados de Hollywood, desde los Estados Unidos la intérprete era vista como el rostro de lo mejor del cine italiano de la época, al punto de que su imagen fue la elegida como tapa de la mencionada edición de Time. En aquellos años, Lollobrigida también apareció en otros films de estudio realizados en Europa como Espadas cruzadas, con Errol Flynn, que la promocionaba como la “Marilyn Monroe de Italia” y Trapecio, de Carol Reed, en la que compartió cartel con Burt Lancaster y Tony Curtis.
El éxito de ese film hizo que finalmente un estudio se decidiera a pagar los 75.000 dólares que Hughes exigía para permitir que Lollobrigida trabajara con ellos. El proyecto de MGM era Cuando hierve la sangre (1959), que protagonizó junto a Frank Sinatra. Según cuenta la leyenda, el cantante y actor estaba tan cautivado por la belleza de La Lollo que se había decidido a conquistarla. Pero como le había sucedido a Hughes antes, Sinatra también fue rechazado aunque aparentemente no se quedó con las manos vacías. “Me sentía avergonzada por toda la atención que me daba y algo culpable también, así que le regalé dos acuarelas pintadas por Salvador Dalí”, contaba Lollobrigida que a lo largo de los años y a medida que otra diva italiana, Sofia Loren, triunfaba en Hollywood, se lamentaba de las oportunidades de triunfo que había perdido debido a la enfermiza obsesión que Hughes tenía con ella.
Más notas de Gina Lollobrigida
Más leídas de Personajes
Cumplió 50 años. Un baile descontrolado, el abrazo de Bardem y una fiesta llena de celebridades: así fue el festejo de Penélope Cruz
Mina Serrano. El momento más triste de Cris Miró, lo que más la sorprendió del país y la “argentineada” que adoptó
"La veía en la tele, al lado mío y no lo podía entender". A 4 años de la muerte de Susana Ortiz, la entrañable villana de las novelas
En la Feria del Libro. Julieta Prandi presentó su primera novela, rodeada de familia y con el apoyo incondicional de Emanuel Ortega