La muerte de Pablo Escobar: treinta años del sangriento final del narco que puso de rodillas a Colombia
El narco y su ejército de sicarios del Cartel de Medellín llegaron a producir 900 toneladas de cocaína al año; acumuló tanto capital que se ofreció a pagar la deuda externa de su país; parte de su familia vive en la Argentina
Fue quizás el narcotraficante más famoso del mundo, un hombre despiadado que hizo prácticamente todo lo imaginable para mantener el poder de su organización, el Cartel de Medellín. Monopolizó casi todas las fases del comercio ilegal de cocaína y marihuana, desde su producción hasta los mercados de consumo, traficando unas 80 toneladas cocaína al mes hacia los Estados Unidos, lo que lo llevó a cumular una fortuna de 30 mil millones.
Pablo Emilio Escobar Gaviria acumuló tanto poder que a fines de la década del 80 se habría ofrecido a pagar una deuda externa de Colombia de 10 billones de dólares si era eximido de cualquier tratado de extradición. Era sanguinario, pero astuto. El dinero le permitió intentar “blanquearse” con una efímera carrera política y una banca en la Cámara de Representantes del Congreso de su país por el movimiento Alternativa Liberal. Tuvo la astucia de “ganarse” el apoyo popular financiando, con su dinero mal habido, actos de filantropía y de asistencia a los desposeídos, acciones que, sin embargo, no bastaban para ocultar una operatoria que lo llevó a convertirse en el Patrón del Mal.
Organizaba y financiaba una extensa red de sicarios, que asesinaron a importantes personalidades del ámbito público de Colombia. No tenía problema en eliminar a sus rivales con cualquier medio posible y sin puntos medios. Su política extorsiva era simple: “Plata o plomo”, aceptar los sobornos o perder la vida. Se estima que unas 4000 personas murieron bajo su reinado de terror entre 1976 hasta 1993. Todo esto tuvo su precio; la intensidad con la que vivió lo llevó a una muerte temprana y violenta a los 44 años, el 2 de diciembre de 1993.
Su historia comenzó en Rionegro, Antioquia, el 1 de diciembre de 1949, cuando nació en un entorno rural. Su padre era el hacendado Abel de Jesús Escobar Echeverri, y su madre, Hermilda de los Dolores Gaviria Berrío, una maestra. Pablo era uno de los siete hijos del matrimonio.
Escobar decía que provenía de una familia campesina humilde, pero sus antepasados se habían destacado como políticos y empresarios, formando parte de la élite de Antioquia. Una mujer del lado de su madre había sido primera dama a principios de siglo y su padrino fue diplomático. Tampoco eran ajenos a la actividad delictiva: el abuelo materno de Escobar, Roberto Gaviria Cobaleda, había hecho negocios con el contrabando ilegal de alcohol en el contexto de la prohibición en el siglo XX.
El mafioso se interesó por los negocios y el comercio a temprana edad. En el colegio hacía rifas y prestaba dinero a bajo interés. Mostraba aspectos de líder. Vendía exámenes robados, falsificaba boletines y diplomas.
Al llegar a la etapa universitaria se puso a estudiar Economía en la Universidad de Medellín, pero al poco tiempo se volcó hacia “negocios personales”. Se casó a los 23 años de edad con Victoria Eugenia “La Tata” Henao Vallejo, de 15 años, y tuvieron dos hijos: Juan Pablo y Manuela.
Su carrera delictiva comenzó a fines de los 60 con estafas, robo de estéreos y hurtos de automóviles. Al involucrarse en el negocio de drogas, primero fue intermediario de pasta base de cocaína que compraba en su país, Bolivia y Perú –el triángulo de oro de la coca–, para luego venderla a traficantes.
En 1976, habiendo reunido suficiente experiencia, se independizó y fundó el Cartel de Medellín junto a sus socios Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder, Jorge Luis Ochoa y dos de sus hermanos –Fabio y Juan David– para producir y traficar cocaína hacia los Estados Unidos. Tomaron bajo su control pistas de aterrizaje y rutas, e instalaron laboratorios para procesar la pasta base en medio de la selva. Así, comenzaron a ocupar los principales casilleros de la economía del narcotráfico.
Pero no fue un camino sin obstáculos. Además de los habituales enfrentamientos con la policía colombiana, también tenía bestiales encuentros con su principal competidor en el negocio de las drogas: el Cartel de Cali.
Su nombre traía “ruido”: a principios de los 70 se lo había involucrado como partícipe en el secuestro y asesinato de empresario industrial Diego Echavarría Misas y, ya volcado a la actividad narco, del traficante Fabio Restrepo. En 1976 fue detenido por tráfico de estupefacientes; fue liberado meses después, tras la sugestiva prescripción de la causa en su contra.
En ese momento, Pablo Escobar comprendió que debía armar una pantalla para proteger su imagen, que ya era cuestionada. Tenía recursos para volcar donde fuese necesario. Además, tenía aspiraciones políticas. Llevó adelante acciones de filantropía para sectores carecientes de Medellín, entre ellas, donar alimentos, hacer canchas de fútbol, hospitales, iglesias y viviendas. Llegó a construir un barrio entero, en 1984, al que se llamó “Medellín sin Tugurios”, con 250 viviendas. Por todo eso algunos lo llamaban, obviamente, “Robin Hood”. Por supuesto, para todos era el “Señor” Escobar. Se mostraba como un poderoso que ayudaba a los más necesitados; pero claro, también se valía de esas pantallas para canalizar y blanquear su dinero sucio.
Escobar y su familia vivían en la Hacienda Nápoles, su imponente, exótica y lujosa estancia de casi 3000 hectáreas que le costó unos 63 millones de dólares. Era anfitrión de multitudinarias fiestas; tenía allí canchas de fútbol, tenis, lagunas, pista de aterrizaje y hasta un zoológico con unas 200 especies de animales prohibidos que había logrado ingresar a suelo colombiano sobornando a autoridades de Aduana. Sobre todo, hipopótamos, que con los años se convertirían en una suerte de plaga.
Parte de su fortuna la había invertido en terrenos, campos, casas, edificios y automóviles –eran su perdición–, helicópteros, aviones privados y lanchas. Gran parte del dinero era guardado en depósitos y enterrado en parcelas. Según su hermano, un 10% de sus ingresos –el equivalente a 2100 millones de dólares– se perdían cada año por acción de las ratas, destruido por los embates de la naturaleza o, simplemente, extraviados.
Su carrera política formal llegó a lo máximo en 1982m cuando fue electo como representante al Congreso de Colombia. Incluso llegó a ser invitado a la asunción de Felipe González como presidente de España. Pero la bonanza duró poco: en 1983, el ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla lo investigó y comprobó que inyectaba dinero en la política y en el fútbol nacional, entre ellos, los grandes de Antioquia: Atlético Nacional y Deportivo Independiente Medellín, el DIM. También lo acusó de financiar un poderoso grupo paramilitar, el MAS (Muerte A Secuestradores), que protegía a narcos y, también, servía de coraza a empresarios y terratenientes amenazados por las guerrillas izquierdistas como el M19 o las FARC-EP. Un verdadero “escuadrón de la muerte”.
El diario El Espectador publicó una serie de notas editoriales de su director, Guillermo Cano Isaza, que revelaron detalles de los negocios del capo mafioso. Jaqueado, Escobar perdió sus fueros en 1983.
En 1984, Lara Bonilla ordenó a la Policía Nacional de Colombia –con apoyo e información de la Drug Enforcement Agency (DEA) de los EE. UU.– el allanamiento y desmantelado de Tranquilandia, el principal laboratorio de cocaína del Cartel de Medellín, situado en medio de la selva de Caquetá. Decomisaron e incineraron unas 14 toneladas de pasta, valuadas en 1200 millones de dólares. También incautaron 30 aviones de transporte de droga.
La hora de la venganza
En 1984, el Escobar desató su furia y mandó a sus huestes a ejecutar a Lara Bonilla y a Cano Isaza, los hombres que lo habían desenmascarado. Fue el comienzo del período conocido en Colombia como “narcoterrorismo”. El presidente de Colombia, Belisario Betancur, habilitó la extradición de narcotraficantes y dio luz verde a la policía para perseguir a los miembros del Cartel de Medellín con mayor intensidad. En réplica, el capo narco fundó, en 1986, “Los Extraditables”, grupo en el que unieron fuerzas los mafiosos requeridos en los Estados Unidos; hicieron lobby para derogar tratados y evitar que se concretaran otros. “Preferimos una tumba en Colombia que prisión en los EE. UU.”, proclamaron.
Su imperio delictivo lo hizo el hombre más poderoso de la mafia colombiana y, probablemente, el narco más famoso de la historia. Con una “empresa” de 750.000 empleados en su apogeo, mencionado por Forbes como uno de los hombres más ricos del mundo durante siete años consecutivos (entre 1987 y 1993), con una fortuna estimada en 25 a 30 mil millones de dólares, equivalente a 70.000 millones en la actualidad.
El Cartel de Medellín produjo entre 500 y 800 toneladas de cocaína al año. Eran dueños del 90% del tráfico de cocaína de Colombia hacia el exterior. Algunas fuentes señalan que tenía el 90% de la producción mundial. Envió por distintos medios (tierra, agua y aire, con los más variados métodos de ocultamiento, y pagando fortunas en sobornos) entre 70 y 80 toneladas de cocaína mensuales hacia los Estado Unidos, cubriendo el 60% de la droga que ingresaba en aquel país.
La política más extrema de Escobar era “plata o plomo”, con la que pretendía extorsionar a cualquier persona obligándola a aceptar dinero en forma de pago o soborno a cambio de no morir a balazos. Y no le faltaba gente para hacerlo: comandaba un ejército de sicarios para que nadie se interpusiera en su negocio. Se le adjudican unas 4000 muertes en total, y numerosos secuestros.
También era peligroso investigarlo. Entre las víctimas estuvieron, al menos, seis jueces, dos exministros de Justicia y una docena de periodistas. Además, acabó con la vida un precandidato presidencial, dos gobernadores, un alcalde, dos legisladores, cinco militares, dos coroneles, un capitán de la policía, 657 efectivos de fuerzas policiales y cientos de civiles. También secuestró a un candidato a la alcaldía de Bogotá –Andrés Pastrana, luego presidente de Colombia– y al procurador general de la Nación Carlos Mauro Hoyos, que fue asesinado por John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, jefe de sicarios del líder del Cartel de Medellín.
Quizás la gota que rebalsó el vaso fue el magnicidio del precandidato presidencial Luis Carlos Galán, en agosto de 1989. Galán se manifestaba en contra de los narcotraficantes y era partidario de la extradición de los mafiosos a los EE. UU. Ese año, el presidente Virgilio Barco declaró la guerra al narco y por decreto habilitó las extradiciones. Creó un grupo de elite de 500 hombres entrenados para cazar a los cabecillas narcoterroristas.
El Cartel de Medellín no se arredró. Las cabezas de los policías pasaron a tener precio y los narcosicarios se convirtieron en una guerrilla terrorista, poniendo bombas y ejecutando cientos de asesinatos y secuestros. El poder de fuego era tan grande que pusieron al país entero de rodillas; el gobierno no daba respuestas y la población civil tenía miedo de salir a la calle. Entre septiembre y diciembre de 1989, más de 100 explosivos fueron detonados en Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, Cartagena, Barranquilla y Pereira.
En esos tres meses, con 289 atentados, acabaron con la vida de unos 300 civiles, unos 250 policías y dejaron más de 1500 heridos. Entre los objetivos estuvieron las oficinas del diario El Espectador, un Hotel Hilton y un Boeing 727 de Avianca que estalló en pleno vuelo y dejó un saldo de 110 muertos (101 pasajeros, seis tripulantes y tres personas en tierra); la bomba en el avión tenía como fin asesinar al candidato presidencial Cesar Gaviria Trujillo, que se bajó a último momento.
La cárcel “a medida”
En 1991, Colombia modificó su constitución y prohibió la extradición de nacionales a los Estados Unidos. Lo hizo para arreglar la rendición del capo narco, que se entregó a las autoridades para ir preso en su suelo natal. Escobar tenía tanto poder que impuso sus condiciones, entre ellas, la construcción de un penal exclusivo para uso propio y de sus socios y amigos, ubicado en la ladera de una montaña, con una vista imponente. Se llamó La Catedral. Tenía privilegios insólitos, como pista de bowling, sauna, cancha de fútbol, teléfonos, computadoras y fax.
Aunque había prometido no delinquir más tras su entrega, siguió manejando los hilos de su negocio a través de cabecillas y sobornó a militares del penal para que le dieran un trato privilegiado. Debido a que torturó y mató a dos aliados suyos dentro del penal, se decidió trasladarlo a otro presidio, lo que él había querido evitar porque eso ponía en riesgo su propia vida.
En julio de 1992, Escobar se enteró del fin de sus privilegios en La Catedral y escapó con algunos secuaces tras romper uno de los muros traseros del presidio, que había sido construido con yeso para ese propósito eventual. Se escabulló en la montaña, dejando nuevamente en ridículo al gobierno colombiano.
El final
El gobierno, bajo el mando de Gaviria Trujillo, creó el Bloque de Búsqueda, conformado por la Policía Nacional, Ejército y cuerpos especiales de la agencia antidrogas norteamericana, para cazar a los prófugos y dar de baja el Cartel.
Tras un año y cuatro meses después de la fuga, el 2 de diciembre de 1993, un día después de cumplir sus 44 años, Escobar fue localizado por los servicios de inteligencia. Su jefe de seguridad había muerto en octubre de ese año y eso lo había dejado vulnerable, rodeado de sicarios, pero no de cerebros capaces de orquestar su protección. Además, su familia, que había intentado exiliarse sin éxito, estaba bajo custodia policial. Quiso negociar su rendición, pero el Poder Ejecutivo estaba determinado a capturarlo sin condiciones, vivo o muerto.
Al verse rodeado en la casa donde se hospedaba, en Medellín, Escobar intentó escapar por los tejados de casas aledañas y recibió tres tiros. Uno de ellos en el hombro, otro en un muslo y el tercero –que el Bloque de Búsqueda negó haber disparado– fue letal: entró desde el lado derecho de la cara, cerca del oído, para salir por la izquierda. La tumba del capo narco está en el cementerio Jardines Montesacro, en Antioquia.
El Cartel de Medellín se atomizó y el cartel de Cali pasó a tener mayor control en el comercio, para luego desintegrarse.
Su mujer y sus hijos fueron perseguidos por el Cartel de Cali para ajustar cuentas, pero lograron exiliarse con ayuda del gobierno de Colombia. Sus nombres, por seguridad y para evitar la estigmatización, fueron cambiados. Victoria Henao se convirtió en María Isabel Santos Caballero; Juan Pablo Escobar pasó a llamarse Juan Sebastián Marroquín, y su hermana Manuela (la adorada de Pablo) se convirtió en Juana Manuela Marroquín Santos.
Se instalaron primero en Mozambique, en África, pero no se adaptaron. Luego llegaron a Buenos Aires, durante la presidencia de Carlos Menem. Una extorsión de un contador los llevó a acercarse a la justicia y blanquear su identidad. La mujer y el hijo fueron presos un tiempo por acusaciones de documentos falsos, asociación ilícita y lavado de dinero. No se volvió a saber de Manuela. El Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel logró mediar para que les concedieran la libertad.
Juan Pablo Escobar/Sebastián Marroquín se casó y tuvo un hijo, es arquitecto, diseñador industrial, empresario y escritor. Es dueño del estudio de arquitectura Box. Escribió tres libros y da charlas de pacifismo. “Tengo libertad, tranquilidad y paz, cosas que papá no pudo comprar” manifestó.
La viuda de Pablo volvió a Colombia; brinda conferencias orientadas a la paz y hace coaching ontológico. También investiga la violencia de género y escribió Mi vida y mi cárcel, donde cuenta, entre otras cosas, haber sido violada por su marido a los 14 años y haber abortado.
También afirma haber cuestionado los negocios de su marido, que le respondía con violencia. De Manuela se sabe poco y nada.
A diferencia de Berghof, la casa de Adolfo Hitler, que fue demolida por el temor a que se convirtiera en un santuario y destino turístico, la casa del capo narco adoptó otros usos: en la actualidad, la Hacienda Nápoles, luego de que fuera desvalijada por vecinos envalentonados por la desaparición del capo narco, es hoy es un parque temático, zoológico y museo.
La Catedral permanece en estado de abandono y tiene una gigantografía de una foto de Escobar tras las rejas en la que se lee: “El que no conoce su historia está condenado a repetirla”. El barrio Medellín Sin Tugurios se agrandó a más de 400 viviendas y tiene un mural con la imagen del narco que reza: “Aquí se respira paz”.
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