A principios del siglo XX, la enfermedad arrasó con medio millón de vidas; aunque hay muchas hipótesis, nunca se confirmó la causa
Como vino se fue. Llegó y arrasó con 500.000 vidas, o más, a las que mató o aletargó de manera brutal, en ciertas ocasiones durante décadas. Once años después se apagó repentinamente y no hubo más casos. El extraño asunto de la epidemia de encefalitis letárgica es uno de los misterios médicos que cada tanto reaparecen y dejan a los expertos con la boca abierta, con miles de hipótesis dando vueltas y el temor de que pueda volver. Como muchas tragedias, además dio un par de obras maestras, con el mismo nombre: Despertares, el libro de Oliver Sacks (de 1973), que devino en una película con Robin Williams y Robert De Niro (en 1990).
Empezó en 1916, cuando médicos europeos, en medio la Gran Guerra (luego rebautizada Primera Guerra Mundial), detectaron pacientes con inusuales síntomas neurológicos que hicieron pensar en meningitis, delirios, esclerosis. Fue uno de Viena, Constantin von Economo, quien advirtió que se trataba de algo distinto y en 1917 habló de “encefalitis letárgica”, una inflamación que dejaba a la gente sin tonicidad, como muertos en vida, aletargados, según cuenta en detalle una revisión de la revista Brain de 2017. Dos años después, y un poco como consecuencia del movimiento de tropas, el virus había generado víctimas en lugares tan disímiles como América Central o la India.
A medida que se sumaron casos se añadieron síntomas en la fase aguda, como movimientos oculares extraños, entre otros, que hicieron pensar en los típicos del mal de Parkinson, y psiquiátricos, como cambios en el estado de ánimo, euforia y alucinaciones. Pero lo central era el estado de catatonia en que dejaba a los pacientes como desprendidos del mundo, tras un inicio con síntomas gripales (fiebre, dolor de cabeza, náuseas).
“La verdad es que es un misterio porque todavía no se sabe el agente causal. Nadie pudo demostrar la vinculación con la gripe española (otra dura epidemia de entonces), y ningún estudio de la época, entonces no muy avanzados, determinó a un virus en particular como causa”, dice a LA NACION Oscar Gershanik, profesor titular de la UBA y de neurología de la Universidad Favaloro, que llegó a ver algunos pacientes de esa epidemia en la década de 1970, cuando empezó sus prácticas neurológicas.
“¿La hipótesis principal? Que se trató de un virus no detectado, seguramente un virus neurotropo, es decir, que tiene afinidad por el Sistema Nervioso Central”, agrega el también director emérito de movimientos anormales del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro.
Otras hipótesis barajadas fueron ambientales –un tóxico– o la de la auto-inmunidad; pero las características epidémicas hacen que no tengan demasiados adeptos. Tampoco están claras las vías de contagio, tanto tiempo después.
Lo singular es que, tras la epidemia de Covid, los neurólogos volvieron a preocuparse por la encefalitis letárgica debido a esta posible relación entre los virus epidémicos (gripe entonces, Sars-CoV2 ahora): ¿es que podrían verse otra vez casos de gente con síntomas parkinsonianos en mayor proporción?
La hipótesis principal es que se trató de un virus no detectado
Por ahora es una alerta, nada más, pero incluso se trató en el Congreso Mundial de Parkinson el año pasado en Londres. “Se está monitoreando la incidencia de Parkinson, si acaso en los próximos años hay un pico o aumento, para ver si el virus (del covid) actúa como factor predisponente; hay evidencias indirectas de los impactos del Sars-CoV2 en el Sistema Nervioso Central, pero lo cierto es que se verá en los próximos años”, puntualiza Gershanik.
Coda hollywoodense
La historia de este misterio médico centenario –ya suficientemente intrigante– tiene una coda particular, llena de esperanza y osadía. Casi cinco décadas después de la epidemia, un joven médico británico, que trabajaba en Nueva York (en el hospital Mount Carmel), decidió hacer algo por esos pacientes ya entrados en años que continuaban en ese letargo aparentemente infinito. Y logró “revivirlos”. Dicho así parece el guión de una ficción poco imaginativa: qué poco verosímil que de repente alguien tras beber una poción mágica tenga tonicidad muscular, pueda hablar y caminar. Sin embargo, así fue.
Ese médico, que además brillaría como escritor, fue Oliver Sacks. Hacia fines de la década de 1960, llegó de Londres a Estados Unidos y se encontró con un grupo de 20 pacientes que seguían víctimas de una epidemia que había terminado 40 años antes. Decidió darles, famosamente, un medicamento llamado L-Dopa (precursor del neurotransmisor dopamina). No fue al azar: era el tratamiento para síndromes parkinsonianos desde hacía algunos años y quizá podría servir para estos cuadros símil-Parkinson. Algo en el cerebro de los pacientes se recompuso y la vida hizo el resto.
El libro narra los momentos en que esas personas, tras décadas de postración, casi milagrosamente vuelven a tener una vida activa, hablan, salen de paseo y hasta pueden reconocer qué les sucedió: “Me siento salvado, como después de una resurrección, renacido”, decía Leonard L., uno de ellos. “Estoy atrapado en mí. Este cuerpo idiota es una cárcel con ventanas, pero sin puertas”, se lamentaba, según las notas de Sacks.
Despertares comprime, en definitiva, algo del destino humano del auge y caída propio de todas las vidas, con su reflejo en las mitologías. “El terror de sufrimientos, enfermedades y muerte, de pérdida de nosotros mismos y del mundo son las más elementales e intensas que conocemos, tanto como lo son nuestros sueños de recuperación y renacimiento, de ser maravillosamente restaurados nosotros y el mundo”, escribe Sacks sobre el final.
Sin embargo, como el efecto de la droga resulta limitado, el resultado es finalmente agridulce: los pacientes vuelven, más o menos, al estadio anterior. Hacia 1982, casi diez años después de publicado el libro, de los 20 pacientes solo quedaban vivos tres. “Por un breve período, los pacientes disfrutaron a la perfección de ser, una facilidad de movimientos, sensaciones y pensamientos, una armonía en la relación entre el adentro y el afuera. Este feliz estado empezó a agrietarse, deslizarse, romperse y desmoronarse”.
Casi, casi, como en una vida cualquiera.
Más notas de Contenidos especiales
Más leídas de Sociedad
Insólita postal. El vuelo del cóndor que emocionó a Bariloche luego de 24 horas en vilo
Día de San Isidro Labrador. Cuál es su historia y qué oración rezar para pedir su ayuda
Resistentes al frío. Hasta cuándo seguirá la invasión de mosquitos en Buenos Aires
¿Peligroso para la salud? Lo que se sabe del material radioactivo que fue sustraído de una empresa en Saavedra