ANSA/Ucrania: El crecimiento de Europa en las negociaciones
La UE vuelve a ser un actor global.
La Unión Europea va adquiriendo una nueva conciencia de sí misma y está construyendo una visión común y sólida de futuro, más allá de las evidentes diferencias de postura y de sensibilidad entre los 27 Estados miembros, que no frenan, sin embargo, el avance hacia la definición de un nuevo rol europeo frente a los profundos y acelerados cambios geopolíticos de esta etapa histórica.
La cumbre de Bruselas de la semana pasada fue, por un lado, el punto de llegada de una serie de transformaciones que maduraban desde hace meses y, por otro, el punto de partida de un camino que debería conducir a Europa a contar, en un futuro cercano, con una verdadera y concreta política exterior común y, más adelante, con una identidad europea de defensa, complementaria y en parte integrada en la OTAN.
La decisión de garantizar préstamos europeos por 90.000 millones de euros a Ucrania durante los próximos dos años tiene, básicamente, dos consecuencias estratégicas capaces de modificar tanto el curso de la guerra como el propio proceso de construcción europea.
La primera es el fuerte retorno de Europa a la mesa de negociaciones sobre Ucrania, con derecho a tener voz en las complejas tratativas en curso. Con esos 90.000 millones, la UE cubre el vacío dejado por Donald Trump en el abastecimiento a Kiev.
Ya hoy, los 27 compran armamento a Estados Unidos para luego transferirlo a Ucrania, mientras Washington ha cerrado de hecho el grifo de la ayuda directa.
La UE es plenamente consciente de que quedará cada vez más sola en el respaldo político y militar a Ucrania, pero ahora Kiev sabe que cuenta con dos años de recursos económicos garantizados. Provenientes de Europa. Y lo sabe también Vladimir Putin, que sigue dilatando los contactos de paz, convencido de que puede ganar la guerra sobre el terreno.
La segunda consecuencia deriva de la elección de los mecanismos de financiación para sostener a Ucrania en los próximos dos años. Abandonada la opción —muy criticada y controvertida— de utilizar los activos rusos congelados, Europa decidió financiar el préstamo a Kiev mediante nuevos eurobonos y deuda común.
El único antecedente comparable fue el del Covid-19, cuando la UE, frente al temor de una pandemia desconocida, abrió por primera vez en su historia de manera masiva a la creación de deuda compartida para relanzar las economías de los Estados miembros devastadas por el coronavirus.
De aquella iniciativa nació el Plan de Recuperación (PNRR), con sus efectos positivos tanto para la economía italiana como para las del resto de los países.
La decisión adoptada en Bruselas por los líderes europeos tiene, por lo tanto, una relevancia política con pocos precedentes y confirma el giro de Europa, decidida a seguir en primera línea en la defensa de los principios y valores de democracia, libertad y respeto del derecho internacional barridos por la invasión rusa de Ucrania.
Valores que antes se definían como occidentales, pero que hoy parecen quedar casi exclusivamente en manos europeas, mientras la América de Trump plantea las relaciones bilaterales desde una lógica de fuerza y prioriza los negocios y el comercio, empezando por la guerra de aranceles que ha sacudido la economía global y las antiguas alianzas geopolíticas.
Existe, en realidad, una tercera consecuencia, vinculada a los inesperados cambios en los equilibrios internos europeos. La Alemania del canciller Merz sale algo golpeada de los últimos acontecimientos: había apostado todo al uso de los activos rusos congelados, pero el desenlace fue muy distinto, aunque Merz mostró inteligencia y flexibilidad al aceptar finalmente el cambio de rumbo.
Algo similar ocurre con otros "halcones" europeos, como los Países Bajos y los nórdicos, y también con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que había puesto muchas fichas en esa opción.
En cambio, crece el peso del presidente del Consejo Europeo, António Costa, quien logró convencer al líder húngaro Viktor Orbán y, en consecuencia, también a la República Checa y Eslovaquia de no obstaculizar el camino europeo.
Salen bien paradas Italia y Francia, que siempre creyeron poco en la alternativa de los activos rusos, al igual que el Banco Central Europeo, que desde el inicio advirtió sobre los riesgos para la credibilidad europea de una iniciativa sin precedentes en la historia de las finanzas globales.
Las divisiones europeas, esta vez, se disiparon frente al bien común de una solución compartida. No siempre ha ocurrido así en la historia de la UE, y mucho menos ante una decisión de verdadera dimensión histórica. Europa puede ahora volver a ser un actor central en la cuestión ucraniana. Y, tal vez, no solo en esa. (ANSA).



