El edificio funcionó como un hotel que recibía a los extranjeros recién llegados y les daba cobijo durante los primeros días de estadía; fue declarado Monumento Histórico Nacional y también es sede de un museo
Los escalones están ondulados en los extremos en la escalera que llega hasta el cuarto piso desde el ingreso principal, en el extremo sur del edificio. ¿Por allí habrá pasado la abuela que llegó de Italia y bajó del barco en busca de su sueño americano? Es posible. Sus pisadas, y las de miles de personas que llegaban a la Argentina provocaron esas deformaciones en los mármoles, que son un registro histórico e inalterable del paso de extranjeros y los primeros cobijos que tuvieron en la ciudad y el país.
Hay vidrios que también marcan el paso del tiempo. Están grises y opacos en los extremos, y se van aclarando hacia el centro en las ventanas que se despliegan por los más de 20 módulos del edificio, con postigos que parecen haber sido colocados en otro tiempo. Horneros, gorriones y otros pájaros dan vueltas y aprovechan los huecos en las paredes de los primeros hormigones aplicados en Buenos Aires.
“Comedor”, se lee por encima de la puerta del ingreso principal de lo que es hoy la sede central de Migraciones, del Ministerio del Interior de la Nación. Las letras están como talladas en ese hormigón. De la misma forma se observa “Hotel de los Inmigrantes”, en uno de los extremos por donde hoy se accede al Museo de la Inmigración, el mismo sitio donde hace 113 años empezaban a ingresar los inmigrantes para hospedarse en un lugar que les daba una cama, una enfermería, baños y un plato de sopa o porción abundante de guiso con carne para facilitar los primeros días de la adaptación en un país desconocido.
El edificio tiene hoy el ritmo de una dependencia pública y, si esas marcas no estuviesen a la vista, sería difícil imaginar el peso que tuvo para la historia inmigratoria de la Argentina. Fue uno de las primeras construcciones de la ciudad realizada en hormigón armado y con todas las normas del higienismo de la época: paredes azulejadas, grandes ventanales para ventilar, amplios corredores y escaleras de fácil limpieza. El lugar demandaba esa pulcritud para albergar a los miles de extranjeros que pisaban suelo argentino por primera vez al bajar de los buques.
Llegan los primeros
En 1825 el Poder Ejecutivo nacional entendió que los inmigrantes llegados al país demandaban una atención primaria y creó la Comisión de Emigración que estipulaba la disposición de una casa cómoda para los recién llegados donde estarían alojados y alimentados durante 15 días hasta que encontraban ocupación. Un grupo de inmigrantes de Gran Bretaña fueron los primeros en utilizar el reglamento, quizá la primera experiencia de un esquema que luego se replicó en 1833 con un contingente de recién llegados de Canarias y que sentó las bases del Hotel de los Inmigrantes de Retiro.
Hacia 1880 el peso de la inmigración era cada vez mayor y el flujo creciente obligó al Estado a tomar una serie de medidas para dar protección, albergue y otras facilidades a los inmigrantes que lo solicitaran. Así se sancionó la ley de Inmigración y Colonización que creaba el Departamento General de Inmigración dependiente del Ministerio del Interior. La norma obligaba al Estado a alojar y mantener a los recién llegados en un Hotel de Inmigrantes por cinco días y facilitar su desplazamiento hacia las provincias. Así se construyeron varios sitios con en Buenos Aires, Córdoba, Paraná, Rosario, San Juan, Santa Fe y Tandil.
Después de pasar por varias locaciones y tras una experiencia en un edificio de Retiro, conocido como La Rotonda –que dejó de funcionar por ser insuficiente para los inmigrantes–, en 1905 comenzó la obra del Hotel de los Inmigrantes. Lo primero que se construyó fue el Desembarcadero para atender a los pasajeros de 1º, 2ª y 3ª clase y las oficinas de Aduana, Prefectura y Dirección Nacional de Higiene terminada a finales de 1907.
El Desembarcadero era un espacio donde se constataba la documentación exigida a los inmigrantes, de acuerdo a las normas, y permitir o no su desembarco. También allí se realizaba un control sanitario ya que la legislación de la época prohibía el ingreso de inmigrantes afectados de enfermedades contagiosas, inválidos, dementes o sexagenarios. La revisión de los equipajes se llevaba a cabo en uno de los galpones del Desembarcadero.
El predio siguió ampliándose. En 1908 se construyó el edificio de la Administración y de la Dirección; en 1909 se levantaron la enfermería, los lavaderos y los baños. Por último, se construyó el edificio donde estarían el comedor y los dormitorios que fueron inaugurados en 1911. En la planta baja funcionaban el comedor, la cocina, la panadería y la carnicería; y en los tres pisos superiores estaban los dormitorios, cuatro por piso, con capacidad para 250 personas cada uno.
“La rutina de los que se alojaban era muy estricta. A las seis de la mañana las celadoras despertaban a los huéspedes y se organizaba el desayuno por turnos de 1000 personas. Luego las mujeres se ocupaban del lavado de la ropa y los niños mientras los hombres tramitaban su colocación en la oficina de trabajo”, cuenta una descripción en el sitio oficial de Museos de la Universidad Tres de Febrero, que se ocupa del Museo de la Inmigración.
“Todos podían entrar y salir libremente del hotel. Al mediodía se servía el almuerzo, cuyos menús variaban entre sopa, guiso con carne, puchero, pastas, arroz o estofado. A las 15 se servía la merienda para los niños. A partir de las 18 comenzaban los turnos de la cena y a las 19 se abrían los dormitorios. A lo largo del día se ofrecían cursos sobre el uso de maquinaria agrícola, labores domésticas, también había conferencias y proyecciones sobre historia, geografía y legislación argentina. El período de alojamiento estaba estipulado en cinco días según la ley, pero muchas personas permanecían por más tiempo”, agrega.
Además de las áreas de asistencia, una dependencia que cumplió un rol importante en el hotel fue la Oficina de Trabajo que cumplió el rol principal de buscar empleos y trasladar a los inmigrantes. Contaba con salas destinadas a la enseñanza del uso de maquinarias agrícolas, un sector que atendía las demandas laborales de las mujeres, intérpretes, proyecciones acerca de la riqueza nacional y descriptivas de la república y una oficina dactiloscópica encargada de confeccionar las cédulas de identidad de los inmigrantes. Allí los hombres y mujeres que llegaban principalmente de Europa podían encontrar las herramientas para dar sus primeros pasos en el país.
El Hotel funcionó hasta el año 1953, y por sus instalaciones se estima que pasaron más de un millón de personas. En 1990 y por decreto, fue declarado Monumento Histórico Nacional. La administración pública tomó sus espacios, pero los recuerdos del paso de miles de inmigrantes que llegaron al país están vivos allí, entre sus muros, sus salones y sus escaleras desgastadas.