San Valentín y la huella del amor porteño
Uno imaginaba un día de romances furiosos, pero las calles de la ciudad mostraron otra realidad
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Deben haber pocas cosas menos románticas y sexys que ponerse a discutir. El espíritu del pasado jueves, 14 de febrero convocaba a enamorarse o a celebrar al objeto de deseo, pero en los bares y las calles de Buenos Aires no pocos porteños prefirieron cuestionar la tradición y debatir entre ellos a dejarse llevar por la marea de un amor bendecido por un santo.
"Ya no saben qué inventar para meterte la mano en el bolsillo", se escuchó el mediodía del jueves en el café La Orquídea, en Almagro. En la misma esquina de Corrientes y Acuña de Figueroa, el taxista Rubén Gutiérrez dijo que su esposa quiere "plata, no flores", y un señor alto y canoso aprovechó esa confesión para explicar que San Valentín no es argentino, que por esas complacencias con el extranjero "estamos como estamos" y que si algo necesita este país es "un poco de nacionalismo". De la pasión, del amor o aunque sólo fuera del cariño, no se habló en ningún momento. Y de festejar, menos.
Como llevar leña informativa al fuego de la discusión era lo último que quería, no me atreví a señalar, tal como apunta Wikipedia, la conmemoración de San Valentín se remonta al siglo XIV, mucho antes de que existiera el imperialismo yanqui, y que hoy se festeja hasta en el último refugio del comunismo, la República Popular China. La leyenda cuenta que San Valentín habría sido un sacerdote de la época del Imperio Romano que se opuso a la decisión del emperador Claudio II de prohibir los matrimonios, una medida tomada para que los jóvenes se entregaran sin ataduras a la disciplina militar. Valentín no acató la orden, celebró bodas en secreto y, una vez descubierto, fue encarcelado y torturado hasta su muerte, el 14 de febrero del año 270. Siglos más tarde, su recuerdo pasó de la Europa mediterránea al Reino Unido, y de ahí a América del Sur, Taiwan y Europa Central.
Para cambiar de tema, en el bar comenté que un feo meteorito se aproximaba a la Tierra a velocidad de vértigo, pero la colisión inminente no causó ningún impacto. Un cliente advirtió que el Día de San Valentín podría formar parte de la estrategia pro-consumista del gobierno y otro preguntó sobre el nuevo hijo de Maradona. Ninguno de los dos vio que, en la esquina, una niña morena y pecosa ofrecía ramos de rosas casi más altos que ella. Cuando me acerqué para preguntarle cómo iba la venta, una mujer que podría ser su madre me interceptó y me mostró una larga variedad de flores que no reconocí. "Son flores del mercado de la otra cuadra, preciosas, pero la venta está floja. ¡En el mercado dicen que en el Día de la Secretaria se venden más! Pero seguro va a levantar un poco más tarde, cuando la gente salga de trabajar", me dijo, confiada. La niña se cruzaba entre la gente que iba de aquí para allá, pero de tan chiquita era difícil verla. Cuando le pedí unos jazmines, casi llora al darse cuenta de que no tenía. La consolé como pude con un billete que le di a la mujer que podría ser su madre y tomé un colectivo rumbo al Planetario, donde a partir de las 20 se convocaba a un evento de besuqueo masivo en honor al mártir romano.
"Chapate todo" decía el prometedor anuncio del encuentro en Facebook y una vez arriba del colectivo jugué mentalmente a adivinar quiénes se bajarían conmigo en la parada del amor. ¿La morocha embelesada por El beso de la mujer araña? No, se la veía muy cansada. ¿La rubia de pelo corto que no paraba de mandar mensajitos? Tampoco, la euforia tecnológica le había robado el erotismo.
Llegué al Planetario a las 21 y entre las sombras vi muy poquita gente. Unos chicos jugaban a la pelota, los niños se escondían entre los árboles y nadie parecía especialmente dispuesto a dejarse besuquear. Los más animados eran el DJ, los organizadores y los mosquitos, que picaban sin piedad.
Ya en la parada del 168, sentado en el cordón de la vereda, un chico de gorrita y bermuda besaba a una linda morocha, de pelo largo, y a ninguno de los dos parecía importarles que el 60 pasara tan cerca de sus rodillas.
En ese mismo instante, un meteorito caía sobre el cielo terráqueo y se convertía en una inmensa llamarada. El fuego surcó la parada del 60 y fue bendecido por un santo.






