La fórmula de la felicidad
Hubo un tiempo en que la felicidad era tema privativo de poetas y filósofos, y los caminos que conducían a sus dominios se hundían en las brumas...
Epicuro, por ejemplo, consideró que "el límite de la magnitud de todos los placeres es la eliminación del dolor". Y Voltaire, que "la felicidad no es más que un sueño, pero el dolor es real".
Pero lo cierto es que ahora todo eso se desvirtuó. Y la prueba es que ¡hasta los economistas se lanzaron a hacer la disección de ese inasible estado de la mente y el cuerpo!
Hace algunas semanas, el profesor Richard Easterlin, economista de la Universidad de California del Sur, publicó un trabajo sobre el tema en la revista de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos. Allí, él analiza las teorías dominantes, tanto en la psicología como en la economía, basándose en las encuestas realizadas entre 1972 y 2000 por el United States General Social Survey (¿Cómo diría que está en estos momentos: muy feliz, bastante feliz o no muy feliz?) y en otros estudios.
Según Easterlin, una teoría muy en boga en la psicología plantea la hipótesis de que cada ser humano tiene una especie de condicionamiento para la felicidad inscripto en sus genes y en su personalidad, por lo que las circunstancias de la vida no lo afectan en forma duradera y no puede hacer mucho para mejorar su bienestar, excepto, probablemente, consultar con el psicólogo.
La economía, por su parte, plantea una situación inversa: argumenta que las circunstancias de la vida, y en especial el crecimiento de los ingresos, tienen efectos duraderos y determinantes en la felicidad individual. Esta teoría, afirma Easterlin, podría denominarse cuanto más, mejor. Y sugiere que algunas implicancias importantes de esta forma de ver las cosas es no sólo que uno puede mejorar su sensación de felicidad incrementando sus propios ingresos, sino que las medidas que persiguen el aumento de los ingresos de la sociedad conducen a un mayor bienestar general. (En otras palabras, que los que viven en el Primer Mundo serían más felices que nosotros.)
Para el especialista norteamericano, sin embargo, ninguna de las dos teorías es correcta. No es cierto, afirma que cada individuo esté programado para un cierto nivel de felicidad: diversos estudios demuestran que la felicidad de quienes tienen discapacidades severas es menor que la de los que no las padecen, que quienes se casan -sí- son más felices que los solteros, que ese aumento de felicidad se prolonga a lo largo de décadas, y que quienes se separan o enviudan experimentan el descenso de su bienestar.
Por otro lado, contrariamente a lo que podría pensarse, todo indica que a medida que los ingresos aumentan, los niveles de felicidad se mantienen inalterables. Easterlin lo explica suponiendo que, al mismo tiempo que se elevan nuestras posesiones, también se multiplican nuestras aspiraciones materiales.
"En un individuo típico -escribe Easterlin- la función felicidad depende de la razón entre las aspiraciones y los logros en cada dominio de la vida."
Por ahora, tal parece que al menos la felicidad no podrá producirse en escala industrial.




