Recursos pesqueros antárticos, en problemas
Científicos argentinos están evaluando las poblaciones de los mares australes, en las que detectan los signos de la depredación
Los mares australes no escapan de la lógica de depredación que arrasa con el capital pesquero argentino. Según trabajos de investigación de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, del Instituto Antártico Argentino-Dirección Nacional del Antártico (IAA-DNA) y del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep), por lo menos dos especies naturales de las frías aguas antárticas están en problemas por la sobrepesca: la merluza negra y el pez de hielo.
Los recursos vivientes de la zona son explotados por lo menos desde el siglo XVIII. Focas y ballenas fueron sucesivamente depredadas en pulsos de explotación que condujeron sistemáticamente a grandes reducciones en sus poblaciones. Desde 1982 se encuentra vigente la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (Ccrvma), en el marco de la cual las citadas instituciones realizan tareas de investigación en la región de las islas Georgias del Sur.
Como un punto diminuto en esos mares y bajo un cielo frecuentemente gris, el buque de investigación del Inidep, Doctor Eduardo Holmberg, cumple a rajatabla la jornada de labor. En medio del trajín, un puñado de hombres y mujeres miden, pesan y conservan muestras de los ejemplares extraídos de las aguas. Entre ellos están el doctor Enrique Marschoff y la licenciada Beatriz González, directores de proyectos de investigación del IAA y la UBA en colaboración con el Inidep, que hacen especial énfasis en tres especies: krill, pez de hielo y merluza negra. "Estos dos últimos están en problemas", subrayan los investigadores, ya en el Laboratorio de Biometría de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
"El mayor riesgo para la merluza negra es su alto valor comercial. Es un cotizado plato -indican- en restaurantes de Japón, Estados Unidos o Europa. Al llegar a puerto ya el kilo se paga de 7 a 10 dólares."
Los mayores ejemplares superan la estatura humana y los 100 kilos de peso. A partir de los 10 años, esta especie, también llamada bacalao de profundidad, alcanza la madurez sexual con una baja tasa de reproducción. No resultan prolíficos, pero sí longevos: se habla de ejemplares que alcanzaron los 70 años, aunque el promedio rondaría las tres décadas.
Carnada mortal
Su atractivo precio de mercado lleva a buscarla hasta las grandes profundidades donde habita. "Como los ejemplares se encuentran entre los 800 y los 3000 metros de profundidad y en fondos muy rocosos, no se los puede atrapar con redes. Su captura se realiza con anzuelos en espineles de 10 a 14 kilómetros de largo." Así se presenta un problema adicional: "La carnada atrae a las aves, que no sólo tragan el alimento, sino también el anzuelo, y éste termina matándolas. Como consecuencia, se observa una gran merma en las poblaciones de albatros y petreles".
Ambos investigadores señalan que la Ccrvma insta a la adopción de medidas tales como la obligación de emplear líneas espantapájaros y la prohibición de operar en épocas de reproducción de las aves, entre otras. "Lamentablemente -coinciden-, una importante flota opera fuera de control alguno." Si bien la captura accidental de aves ha disminuido, sigue siendo tema de preocupación.
"Si se entiende conservación como el uso racional de los recursos, a este animal habría que dejarlo tranquilo en el agua -plantean los investigadores-. No es racional pescar una especie marina y a la vez matar aves que se encuentran en peligro de extinción, sobre todo si se tiene en cuenta que la captura de merluza negra no es importante en la alimentación humana." En este sentido, comparan a modo de ejemplo: "El volumen de su extracción anual en todos los mares del mundo (unas 45.000 toneladas) podría obtenerse en carne de vaca en un campo de La Pampa de 30 kilómetros de lado".
Ayer y hoy
Otro habitante de las profundidades marinas es el pez de hielo. En la década de 1970 se extraían unas 130 mil toneladas anuales en la región. "En este momento la captura autorizada es de dos mil toneladas al año, porque la población cayó y no muestra signos de recuperación desde hace doce años, cuando colapsó por la sobreexplotación", subraya el biólogo Marschoff.
Es posible hallarlos en cardúmenes formados por peces de tamaño similar -se supone que para nadar a la misma velocidad-. Este desplazamiento en grupo cumple una importante función biológica, ya que disminuye, para sus integrantes, la posibilidad de ser predados. "Los datos recogidos indican que los peces grandes muestran más probabilidad de morir que los pequeños", precisan. Una de las hipótesis que el equipo intenta probar es que "si la densidad de peces de cierto tamaño cae por debajo de un umbral ya no pueden formar cardúmenes que los protejan y resultan presas fáciles".
De este modo, no se aplicaría aquí el principio de que "el pez grande se come al más chico". Pero esto no sería la única consecuencia, "ya que la existencia de este tipo de mortalidad iría contra la lógica usada en los modelos matemáticos aplicados para calcular los límites de captura", observa González, licenciada en matemática.
Al igual que el pez de hielo, el krill se mueve en cardúmenes muy densos. Alcanza 3 a 4 centímetros de largo y es el alimento de gran parte de los animales australes. Desde 1985, la Ccrvma monitorea el estado de las poblaciones de los predadores de esta especie, tarea que la Argentina realiza en las bases antárticas Jubany, Esperanza y Orcadas.
"Las oscilaciones son normales -aclaran-, pero no sabemos qué pasará cuando su precio sea atractivo para el mercado. En especial, porque el lugar de pesca coincide con el área donde se reproducen focas y pingüinos, a los que podría llegar a faltarles el alimento", advierten.