Estuvo presa, creó una carpintería y hoy acompaña y reinserta a exdetenidos
Estar en la cárcel varias veces –la última por casi cinco años– le cambió la vida a Paola Ivana Albarracín, de 41 años. Hoy, junto a su marido, lidera una carpintería social en la que trabajan exdetenidos e hijos de presos. Hacen juegos de living y con eso van tirando las 15 personas que dependen de esos ingresos que rondan los 12.000 pesos. Todo es a pulmón.
A Paola se le murió su mamá cuando tenía 13 años; su papá entró en una depresión que desembocó en alcoholismo y días enteros encerrado en la oscuridad. Eran seis hermanos –el más chico de dos años– y ella se desesperó cuando vio que no había para comer.
"Hasta la muerte de mi mamá éramos una familia que andaba bien, pero entonces me empecé a drogar y salí a robar; quería traer comida. Fui la única de todos que anduvo por la calle y terminó presa", cuenta Paola, en la casa taller donde funciona la carpintería en la ciudad de Córdoba.
La última vez que fue presa tenía 19 años y recién había sido mamá; la condenaron a siete años de cárcel y su beba quedó al cuidado de su padre y sus hermanas. Cumplió cinco años de la sentencia en la cárcel de mujeres que por entonces había en Córdoba, la del Buen Pastor. Salió en 2003 habiendo completado parte de la secundaria, aprendido a coser a máquina y a cocinar.
"Tenía tiempo y ganas; nunca pensé que, después, iba a vivir de eso. Es cierto que a las cárceles les falta mucho pero había algunas pocas herramientas y las tomé; hacía tratamiento psicológico, aprendía", dice y cuenta que recién a los 23 años, detenida, pudo hablar de los abusos que –con su hermana más grande– habían sufrido. "Eran mi abuelo paterno y mío tío materno; eso me traumó. Pasé la vida con ese pensamiento fijo, sin poderlo expresar nunca. Me descargué con la psicóloga en la cárcel".
Entre rejas hubo otro hecho crucial para su vida: conoció a Ariel Calisaya, expreso y director de la fundación Una Luz de Esperanza. "Yo no creía en Dios ni en ninguna religión, no me interesaba. Pero cuando llegó Ariel, el pastor, con los Guerreros de Jesucristo, fue un antes y un después", confiesa.
Nunca había trabajado y cuando dejó la cárcel –convencida de que quería cambiar– se le hizo más difícil conseguir "algo". Encontró a Lucas Romero, se enamoró, se casaron y tuvieron dos hijas. "Vivíamos en la villa hasta que nos dieron una casa en barrio Ciudad de los Cuartetos; no quería volver a estar presa, cocinaba y vendía empanadas".
Romero trabajaba en una carpintería y tapicería y, aprovechando que ella sabía coser, empezaron a retapizar sillas en su casa. Un conocido de él, un hombre mayor con su esposa enferma, los llamó para ofrecerles una máquina de coser a pagar con trabajo. Al poco tiempo sumaron sillones. "Hacíamos lo que podíamos –cuenta–, con lo que vendíamos comprábamos material".
Una casualidad les permitió crecer. Estaban esperando a una persona con un sillón cargado y se les acercó un hombre, lo elogió, les contó que tenía un negocio y que distribuía en toda la provincia. Paola recuerda: "Nos encargó unos, después cinco, diez, veinte. Estábamos todo el día tapizando, hasta la madrugada, no parábamos".
Cadena de favores
Un día la fue a visitar a Paola un exdetenido por la misma causa que ella y lo "puso" a cortar madera. El marido le decía que no le podrían pagar, pero ella insistió en había que "darle una mano". Al tiempo –porque en el barrio todo se sabe– llegó otro muchacho a pedir trabajo. "Y así se fueron sumando; al comienzo no fue fácil", recuerda Paola.
Mirta Moreno, Joana Cuello y Claudia Peralta, también exdetenidas, son las otras mujeres que trabajan allí todos los días, de 8.30 hasta las 18.30. César, Nahuel, Fabricio, Alexis, Hernán, Feliciano, Cristian, David y Niki completan el equipo. "Todos somos vulnerables, con historias difíciles", describe Paola. Por día hacen unos 15 sillones.
La carpintería, a la que llamaron Inclusión Más Inserción, recibe ayuda de Una Luz de Esperanza con la que también colabora. Por ejemplo, Paola y sus vecinos armaron un centro de reciclado para ayudar a construir un aula en la localidad de La Calera donde funciona la organización.
Las herramientas en la carpintería son básicas y viejas, necesitan máquinas de coser y al menos una escuadradora; para los muebles, compran maderas recicladas. También buscan terminar la obra de ampliación porque trabajan amontonados.
"No recibimos subsidios ni ayuda del Estado; todo lo hacemos entre nosotros, con nuestras limitaciones y muchas ganas. Con más colaboración podríamos seguir creciendo y estar mejor", concluye Paola.
Cómo ayudar
Necesitan herramientas de carpintería, máquinas de coser y materiales de construcción para ampliar el espacio de trabajo. Quienes puedan colaborar, pueden llamar al 0351-6189131 (Paola) o escribir a ivanaalbarracim1977@gmail.com
Un premio para proyectos innovadores
La iniciativa de la carpintería social Inclusión Más Inserción fue uno de los ganadores regionales de la edición 2018 de "Mentes transformadoras. Vos innovas, el mundo cambia". Se trata de un programa impulsado por la Fundación Nobleza Obliga, que capacita y premia proyectos de innovación social. Todos los finalistas regionales competirán en marzo en un encuentro nacional, donde se elegirán tres ganadores que recibirán dinero para seguir creciendo.