
Involucrarse: la emoción de proponerse hacer algo por alguien
El voluntariado es una manera de ejercer la solidaridad mediante el encuentro con personas que necesitan atención, ayuda, compañía, asesoramiento
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Hay circunstancias que nos conmueven. Nos desperezan de nuestra individualidad y nos hacen tener conciencia del otro. Son hechos generalmente trágicos, llámense Cromañón, tsunami o la imagen de un niño desnutrido. Momentos en los que el dolor ajeno nos afecta y modifica y nos preguntamos: ¿Qué puedo hacer?
Puedo simplemente sentarme al lado del que sufre y pensar que las cosas pueden cambiar. Es el instante de pensar en el otro como parte de mi vida, de darnos cuenta de la responsabilidad social que tenemos con nuestro prójimo. Esa emoción de querer hacer algo por alguien es una actitud de voluntariado. El voluntariado es una forma de ejercer la solidaridad por medio del encuentro efectivo con personas concretas que necesitan atención, ayuda, compañía, asesoramiento.
Oscar García, profesor de la Cátedra Abierta de Solidaridad de la Universidad Nacional de San Martín, dice que la corporización de la solidaridad pasa fundamentalmente por el registro del otro. Registrarlo, verlo, mirarlo, oírlo. Conversar con él, mirarlo a los ojos, preguntarle cómo está y qué necesita. Es no pasarlo por alto, no ignorarlo.
Desde nuestra mirada involucrada, nada humano nos es ajeno. El filósofo español Luis Aranguren dice que ser voluntario no es un acto de bondad, sino de humanidad. "Las personas somos constitutivamente realidades sociales y la participación es el derecho de todo ciudadano a sentirse corresponsable de la marcha de su barrio, pueblo, ciudad, país y planeta. La participación es un medio para conseguir una sociedad más justa, pero también es un fin en sí mismo, un valor que tiene toda la carga de profundidad para reanimar una sociedad tan adormecida como la nuestra."
Juan Carr junto a la Red Solidaria son testimonio de la fuerza de muchas voluntades. "La razón primera para hacer el bien es el prójimo, ese prójimo que tiene derecho a esperar algo de mí, y la forma más transformadora de la realidad social es la cultura solidaria -dice Juan-. Si pensamos que casi la mitad de nuestro pueblo es pobre, con que cada uno de la otra mitad haga algo por ese otro, ya no habría hambre en la Argentina."
Entonces deberíamos preguntarnos: ¿dónde está ese hermano necesitado que a mí me toca, dónde está ese otro? ¿A cuántos encontré hoy en mi camino? Cómo llegaron a mí? ¿Cómo se marcharon? ¿Fui persona, miré los rostros a los que hablaba, acaricié las manos que estrechaba, añadí el tono a la palabra y el cariño a la mirada? ¿Viví o solamente funcioné?
Ser en el otro es ante todo no acostumbrarse al dolor y la miseria y apropiarse de esa realidad, que también es la nuestra. Implica, como dice Aranguren, agudizar al máximo los sentidos: el olfato como sentido de la anticipación; la vista para el asombro; el oído aplicado a la contemplación; el tacto para buscar la ternura; el gusto para sensibilizar, y dos nuevos sentidos: el espacio y el tiempo como coordenadas para estar bien ubicados ante la existencia en común y la medida de las cosas de nuestro entorno.
Ojalá todos los argentinos sintamos ese servicio, el de intentar que nuestro aporte solidario sea transformar una realidad: la del otro.
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