
suicidio
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De las fiestas de 2012, Julieta González no se acuerda de nada. En su mente, ese diciembre quedó como un espacio en blanco, un vacío en medio de un año caótico. Era una adolescente de 17, atravesaba una depresión profunda y acababa de salir de una internación de casi tres meses por un intento de suicidio. En otras palabras, se sentía al borde del abismo.
Ocho años después de aquella crisis, en octubre de 2020 y en plena pandemia, pasó por otra internación. Nuevamente, tenía ideas de muerte y su salud mental estaba en jaque. A eso se sumaría luego, en diciembre, el duelo por la muerte de su mejor amigo, que estuvo en coma tras intentar suicidarse y falleció un día después de Navidad.
“Para estas fechas, por lo general se habla de los regalos, de Papá Noel y de vestirnos de blanco para Año Nuevo. Pero cuando atravesás una depresión, estás en otra. Y te da bronca, porque pensás: ‘¿por qué no puedo estar contento como los demás?’”, dice Julieta. “Siento que la presión social que genera este slogan de ‘las fiestas felices’ hace que uno no quiera decir: ‘che, yo me siento mal’, porque vas a ser el aguafiestas, El Grinch. Eso es bastante heavy para el que no la está pasando bien”.
Hoy la joven tiene 28 años y desde sus cuentas de Instagram y TikTok (entre ambas suma más de 27 mil seguidores) habla de salud mental en primera persona. Se propone compartir su experiencia para romper tabúes y visibilizar problemáticas que crecieron un 100% entre las niñas, niños y adolescentes en los últimos dos años, como la depresión, la ansiedad y las ideas de muerte. Recibe cientos de mensajes, desde chicos de 12 años hasta jóvenes y padres desorientados.
Lo que vivió Julieta y palpita a diario en sus redes, muchos psiquiatras y psicólogos lo ven en sus consultorios: las fiestas y fin de año son una época especialmente compleja para quienes atraviesan una depresión, y los adolescentes son los más vulnerables de todos.
La soledad y ansiedad se agudizan al sentir que se quedan afuera de la felicidad de quienes los rodean, a lo que se suma la presión de participar de reuniones familiares o con amigos. Además, la “necesidad de hacer un balance” es otro mandato instalado frente a un cierre de ciclo que, para ellos, no fue fácil. En ese contexto, pueden profundizarse o aparecer ideas de muerte.
“Siempre hay que prestarle atención a los adolescentes, pero en esta época más. No es casual que los índices de suicidio sean más altos en noviembre, diciembre y principios de enero que en cualquier otro mes del año”, advierte la psicóloga Cintya Castañeda, coordinadora de grupos en Empesares, una organización social dedicada a la prevención del suicidio. No hay que perder de vista que esta problemática es la segunda causa de muerte externa (solo después de los accidentes de tránsito) en los chicos y jóvenes de entre 15 y 29 años de la Argentina.
Julieta se crió en Sarmiento, una pequeña localidad en Chubut. A los 17 años, se fue aislando más y más, perdiendo las ganas de todos. No quería ir al colegio, no quería ver a sus amigos. Ni siquiera comer. Apenas podía levantarse de la cama. Aunque nadie lo sabía, también se autolesionaba, como una manera de “desahogar” ese dolor psíquico que sentía. “Me llevó años entender que eso se soluciona con terapia, que fue lo que me ayudó a quererme”, dice la joven, que ahora se dedica a la comunicación, estudia criminología y vive en Lanús.
En ese momento se usaba Facebook (todavía no existía Instagram) y ella publicaba letras de canciones tristes o frases con imágenes sombrías. “Lo expresaba así. Nunca dije: ‘me siento mal’ o ‘me quiero matar’”, describe. “De hecho, tenía muchas cosas lindas en mi vida. Pero llegó a tal punto la tristeza que en el momento en que intenté suicidarme no fue que pensé: ‘no quiero vivir’, sino que lo que quería era no sentir más ese dolor que no me podía sacar”.
Se acuerda que antes de su internación, cuando fue a ver a un psiquiatra, no podía ni hablar: solo se le caían las lágrimas. “Mis hermanas me describieron como una muerta viviente. Esas fiestas no deben haber sido lindas: por algo no las recuerdo”, asegura.
La ingresaron a una clínica en agosto y en octubre le dieron el alta, pero a la semana tuvieron que volver a internarla y salió en noviembre. Retomar la rutina fue duro. “Durante ese tiempo desaparecí, me tragó la tierra y en el pueblo había un montón de rumores. Eso me afectó mucho. Pensaba: ‘¿cómo digo que me internaron, cómo lo hablo?’. Era un tema re tabú. Recién lo pude contar hace dos años, cuando se me ocurrió que mi historia podía servirle a alguien”, detalla Julieta. Ahí fue que empezó con los videos en redes sociales que rápidamente se volvieron virales.
“Muchas veces se evalúa el suicidio como una actitud egoísta. Yo perdí a dos amigos por esa causa y lo primero que salta en el velorio es: ‘no pensó en nosotros’. Y no, la realidad es que en ese momento el dolor es tan grande que no se puede pensar en nada más”
La joven subraya el enorme desconocimiento que en ese momento había (y en parte sigue existiendo) sobre la depresión. “Está en la edad del pavo” o “es típico de la adolescencia” eran frases que escuchaba en su entorno. “Pero esa tristeza que empezó a mis 13 o 14 años, al no tratarla se fue agrandando. Cuando me dieron el diagnóstico, para mis viejos fue inesperado: ‘¿cómo puede tener depresión sino le falta nada?’. Yo también lo minimizaba. Tenía las mejores notas en el colegio, tenía amigos y todo parecía perfecto”, cuenta.
Para Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Hospital de Clínicas, las fiestas son un “hito” donde suele aparecer un gran contraste entre las expectativas que se tienen y lo que ocurrió ese año, “además de que pareciera que es el momento de la felicidad universal, donde todos tenemos que estar felices, cuando en verdad muchos se sienten fuera de esa imagen que se instala desde las redes sociales y la publicidad”.
A esto, dice la médica, hay que sumarle que las familias suelen verse embarcadas en la vorágine de la preparación de los festejos, lo que hace que estén “menos disponibles emocionalmente y atentos al que no la está pasando bien”. Por otro lado, las chicas y los chicos están de vacaciones, sin rutinas como las que da el colegio, “y por ende sin estructura”.
“Las situaciones traumáticas que se pudieron haber vivido durante el año se amplifican en esta época. No debemos olvidar que venimos de una pandemia, eso no fue gratuito. Los trastornos de ansiedad y depresión crecieron y las fiestas pueden terminar catalizando todo eso”, señala Ongini.
Para Sofía fue tal cual. Acaba de cumplir los 19 y dice que los últimos tres años fueron “una montaña rusa”. Actualmente estudia en una facultad privada, vive en Belgrano con su familia y está en tratamiento por depresión. “A principios de 2020 empecé a tener mucha ansiedad y en vez de hablarlo terminé con una anorexia. Una cosa llevó a la otra. En 2021 me hospitalizaron y la depresión se agrandó muchísimo”, resume la chica, que además atravesó la separación de sus papás y la muerte de un familiar por cáncer.
“Me sentía muy mal, pero de alguna manera estaba justificado por eso que había pasado. Cuando las cosas comenzaron a estar más tranquilas, me empecé a hacer la que estaba todo bien, porque sentía que no había razón para seguir así: tengo cuatro grupos de amigos, un promedio de 9,50 en la facultad y hace unos días me dieron una mención especial por un trabajo”, cuenta Sofía, cuyo verdadero nombre fue cambiado en esta nota para preservar su identidad.
Sin embargo, aunque le están pasando “un montón de cosas lindas”, siente que no puede salir de ese lugar de oscuridad: “Sé que no me tengo que aislar, pero todo me cuesta el triple”.
A esta altura del año en que las reuniones con amigos se multiplican, la adolescente asegura que vive “con una máscara puesta para no incomodar a los demás”, y se volvió una “experta” en esconder lo que le pasa. “Si decís que no querés participar de algo, te responden: ‘Uh, qué mala onda’. Pero la depresión es como tener unos lentes que te hacen ver todo blanco y negro y no sabés cómo sacartelos”.

Hoy, las fiestas no son para ella lo que eran años atrás, una época alegre en que terminaba el colegio y se entusiasmaba ante la llegada de su cumpleaños y Navidad. “La verdad es que me cuestan un montón. No quiero bailar con mis primos borrachos y no es que sea mala onda. Suficiente energía voy a tener para ir y sentarme a comer en la mesa”.
Está en tratamiento y toma medicación psiquiátrica, pero son pocas las personas de su entorno que lo saben. “Como las problemáticas de salud mental no se ven, muchas veces la gente no entiende que pueden ser algo como la diabetes, que vas a tener que manejarlo a lo largo de toda tu vida y que no depende 100% de vos salir adelante. Creen que lo único que tenés que hacer es ser positiva”, reflexiona Sofia.
A la depresión la describe como “no ver el futuro, no tener esperanzas y no disfrutar de lo que deberías disfrutar, a lo que se suma el temor de que te tomen de loca”. En ese sentido, dice que los mensajes que se multplican en las redes sociales tienen un impacto fuerte.
“En las redes mostrás los puntos altos de tu vida: es eso, el show. En esta época aparecen un montón frases como: ‘nuevo año, nueva yo’, ‘este año voy a empezar a hacer tal cosa o tal otra’, ‘miren todo lo que conseguí este año’. Y en verdad, sino lo disfrutaste, si no pudiste hacer un montón de cosas y solo conseguiste sobrevivir, está bien, ya es un montón”, dice.
Hace unos días, una paciente de 14 años le contó a Ongini que había sido su fiesta de fin de curso y no pudo compartir la alegría de sus compañeros. “Es como ver a todos festejando la final del Mundial y darte cuenta de que a vos no te pasa lo mismo. Eso genera que te sientas más solo. Es devastador, y si ya había rumiación de pensamientos suicidas, es un momento en que muchas veces se termina pasando a la acción”, señala la psiquiatra. A lo que Castañeda suma que en estas fechas, para el que no tiene ganas de festejar, se acentúan pensamientos como: “soy una carga para mi familia”.
Desde su experiencia, para Julieta y su familia sostener su depresión resultó un camino arduo: “Para mis viejos fue un proceso acompañarme desde la empatía o el silencio, sin juzgar. Aprendieron un montón de salud mental y yo también. Entendí que necesitaba el apoyo de ellos, porque solo es imposible salir: es una mochila demasiado pesada. Esto nos unió mucho como familia”.
Cuando salió de su internación tras el segundo intento de suicidio, en octubre de 2020, Julieta se fue un tiempo a Chubut, a su casa familiar. En el trabajo dijo que tenía Covid. “No podía contar que otra vez me había pasado la depresión por encima porque me daba vergüenza. Ahí empecé tratamiento psicológico y desde entonces no lo corté”, asegura.
El haber hecho terapia la ayudó a llegar a las fiestas de ese año más preparada. Buscó conectar con su familia, sin cargar expectativas ni en ella ni en los demás, parándose desde otro lugar y valorando los vínculos. “No saqué entradas para ningún boliche, mientras que antes era como: ‘Bueno, a las 12 hay que salir’. Esa era la primera presión que me metía. Con el tratamiento empecé a tener herramientas para disfrutar el momento: acepté que hubo dolor en esas fiestas y también esperanza de que iba a salir”.
Justamente por ese motivo, el de mostrar que salir es posible, Julieta elige compartir su experiencia. Para la comunicadora es clave subrayar que es un trayecto largo en el que “no hay atajos” y donde las recaídas son una posibilidad: “Mostrar el proceso es muy importante, porque no es lineal. Somos humanos, no superhéroes. El positivismo que muchas veces se muestra en las redes sociales y el mensaje de ‘amate a vos mismo’ está bien, pero hasta cierto punto, porque llegar a ese lugar no es nada fácil”.
Estas son algunas sugerencias para que quienes están atravesando una depresión puedan pasar mejor las fiestas:




