Lucio tiene ahora 13 y está en tratamiento por su compulsión a jugar; aunque la actividad está prohibida para menores de 18, muchos casinos online los captan a través de las redes sociales; los expertos advierten que los padres tardan en enterarse y que el fenómeno llega a los consultorios de manera abrumadora
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El mensaje que recibió Mariano en febrero era idéntico al que llegó al celular de sus hermanas y al de varios conocidos de la familia. Además de vincular a su hijo Lucio con el mundo de las apuestas online, el texto señalaba que el menor debía mucho dinero y había cometido una estafa. “No saben con quién se metió”, amenazaba el remitente. Lucio, el protagonista de esta historia, tenía en ese momento apenas 12 años.
Lo que pudo reconstruir Mariano al hablar con su hijo fue que cinco días antes había hecho clic en un aviso de Instagram, un poco por aburrimiento, otro poco por curiosidad y también para no quedarse afuera de una actividad habitual entre sus amigos: jugar a la ruleta, a las máquinas tragamonedas y hacer apuestas deportivas en casinos virtuales ilegales.
Según aseguraba el aviso, buscaban “cajeros” para un casino online, es decir, personas que vendieran fichas para juegos virtuales a cambio de quedarse con un porcentaje del valor de cada ficha. No había ningún requisito. A Lucio nadie le preguntó su edad.
Lo que siguió fue una secuencia aceitada: le dieron un usuario y una contraseña que lo habilitaba como “cajero” y le asignaron fichas con tanta rapidez y facilidad que su padre no descarta que todo haya sido una trampa para tentar al menor a que en lugar de vender esas fichas, las jugara, algo que efectivamente sucedió. Luego, la persona que lo había incorporado comenzó a hostigarlo para que pagara lo que había jugado.
Cuando Lucio le explicó que no tenía manera de pagar, empezaron a amenazarlo y a contactar desde las redes sociales a personas que tuvieran el mismo apellido con la intención de dar con familiares. Así, lograron llegar a sus tías y a su papá.
Aquellos días de febrero instalaron por primera vez el fantasma de las apuestas ilegales en el seno de la familia de Lucio, compuesta por Mariano y Pilar, sus padres, y tres hermanos más: dos mayores y una menor. No sería la única ocasión en la que el miedo al juego se convirtió en un interrogante para sus padres: “¿Tengo un hijo ludópata?”, recuerda haberse preguntado Pilar cuatro meses más tarde, cuando descubrieron que Lucio venía apostando en un casino online con una compulsión preocupante. Es un riesgo al que los chicos y adolescentes están expuestos en el mundo virtual, una problemática que aborda LA NACION desde la serie Atrapados en las redes.
“Me aterró la idea de que tuviera una adicción al juego. Ya hacía terapia desde el primer episodio, pero ahí sumamos la consulta a un psiquiatra”, relata Pilar. Tanto ella como su marido, que es abogado, se acercaron a la redacción de LA NACION para contar lo que vivió Lucio y la pesadilla que atravesó la familia. Para preservar su identidad, pidieron ser citados con nombres de fantasía.
Mariano y Pilar viven con sus hijos en zona norte, y siempre fomentaron el deporte para los chicos: fútbol, rugby y tenis. Cuentan que los dos varones son aficionados a la tecnología y que, desde hace un tiempo, cambiaron la Play por la computadora gamer. “Pero el uso que se hace no es desmedido: fijamos reglas y pedimos contraseñas”, explica Pilar.
Por todo esto, se quedaron sin palabras cuando se enteraron de la actividad de Lucio, aunque sabían que la experiencia de su hijo estaba lejos de ser excepcional. Un informe especial de LA NACION refleja la preocupación de psicólogos y psiquiatras infantojuveniles, que advierten que cada vez más chicos y adolescentes hacen apuestas online sin control, con graves consecuencias.
Crecimiento alarmante de chicos que apuestan
Las apuestas en la adolescencia y preadolescencia es drama que ocurre principalmente desde la pandemia. En ese contexto creció el uso de dispositivos tecnológicos. Además, en esa misma época la mayoría de las provincias y la ciudad de Buenos Aires habilitaron la actividad para mayores de 18 años. Fue cuando a la par de las casas que operan de manera lícita, proliferaron casinos ilegales que aceptan jugadores de cualquier edad. Según explican los especialistas, el juego online en estos sitios de apuestas se transformó en una practica que crece de manera preocupante en los colegios, en la vida social de los chicos (clubes, fiestas, asados, viajes de egresado) y en sus propias casas, a veces en sus cuartos o a la vista de la familia pero sin que sea advertido fácilmente.
Los expertos consultados coinciden en que muchos de los chicos que apuestan comienzan a hacerlo a los 12 años. Es un momento en el que muchos ya tienen un celular propio con el que pueden operar en casinos o casas de apuestas online directamente o a través de intermediarios. Este inicio, además, se relaciona con el uso de las billeteras virtuales que los padres habilitan cuando sus hijos empiezan la secundaria.
“A los chicos se los busca en Instagram, en TikTok...en redes sociales que se sabe que frecuentan y lo hacen con mensajes que invitan a apostar fácilmente. Detrás de este fenómeno hay adultos pensando y buscando que los chicos caigan en la trampa”, reflexiona la psicóloga Lucrecia Morgan, quien compara la compulsión por las apuestas online con el grooming: “Los chicos que caen empiezan a ser amenazados, hostigados y sienten que no pueden pedir ayuda”.
Mucho de esto le pasó a Lucio en febrero, cuando quedó debiendo las fichas que en lugar de vender había jugado. “Le decían que iban a crear un perfil falso suyo en Instagram en el que iban a publicar mentiras, como que era gay. El perfil, de hecho, habían llegado a crearlo”, dice Pilar. Según señalan expertos, el hostigamiento y las amenazas son una metodología frecuente. En ocasiones, alertan, estas presiones pueden empujarlos a hacer cualquier cosa para conseguir dinero.
La extorsión
Cuando Mariano recibió aquel mensaje, no sabía nada sobre lo que se teje alrededor de las apuestas online. Después de hablar con su hijo, este abogado que trabaja en el microcentro porteño contactó al remitente. Esa misma noche conversaron por teléfono. “Eran un hombre y una mujer. Ella decía ser profesora en una escuela secundaria y él, guardavidas. Lejos de hablar con dos mafiosos que me amenazaban con cortarme las piernas, me encontré hablando con dos tipos que estaban convencidos de que tenían un emprendimiento”, cuenta Mariano, aún incrédulo. “Me dijeron que la cifra giraba alrededor de los 5000 dólares”, repasa.
Aquella conversación fue reveladora del submundo que existe en relación a esta actividad. “Estábamos hablando por celular, en altavoz. Y en un momento empezaron a decirme que ellos también eran cajeros, que arriba suyo había gente poderosa. ‘No saben con quién se metió’, me dijo él. A lo que yo le pregunté si estaban al tanto de que Lucio tenía 12 años –relata Mariano- Entonces ella se metió y nos contestó: ‘Pensamos que era un poco más grande’”. No sabían que tenía 12, pero sí que era menor de edad, según logra reconstruir Pilar. “Es que justamente su target son los chicos”, suma su marido.
Pilar no se olvida de la reacción de Lucio mientras se llevaba a cabo el intercambio. Lo observó preocupado y conmovido. “Vio nuestro miedo. El nuestro y el de sus hermanos. Nos hacían sentir que sabían todo sobre nuestra familia. Era como tenerlos ahí, entre nosotros. No sabíamos las consecuencias que podía traernos todo esto”, afirma.
Aconsejados por un abogado conocido, Mariano y Pilar cortaron la interacción durante 24 horas. A lo largo de ese día, y después de algunos mensajes que ellos no respondieron, la pareja que los extorsionaba les dijo que no iban a reclamarles nada. Los padres de Lucio habían evaluado la posibilidad de hacer una denuncia, pero desistieron. “Este abogado nos remarcó que una denuncia penal podría ser una experiencia muy violenta para Lucio, porque tendría que ir a declarar”, aclara Pilar. “Te sentís aliviado porque sacaste a tu hijo de ahí, pero sabés que esta gente va a seguir cooptando a otros chicos, eso te deja un sabor agridulce”, agrega su marido.
El del juego ilegal es un delito sobre el que pesa una pena de 3 a 6 años de prisión, y aumenta si los organizadores se valen de la utilización de niños y adolescentes. “Si bien uno puede presumir que fueron captados o engañados para cumplir ese rol, la Justicia, a priori, asume que como cajeros estarían participando de la conducta delictiva. Los menores de 16 años son inimputables, pero a los de 16, 17 o más años podría caberles una pena. Por eso es un tema delicado”, explica el abogado Víctor Portillo, coordinador de la carrera de especialización en cibercrimen y evidencia digital de la Universidad de Buenos Aires (UBA).
“En el caso de una organización que esté captando chicos como cajeros, es importante denunciarla para que la Justicia vaya contra los organizadores. Esa denuncia se puede realizar en cualquier comisaría, fiscalía o juzgado. Los padres tienen que tener en cuenta que los chicos serán citados a declarar”, advierte el especialista.
Cuando el juego se vuelve compulsivo
El avance de este fenómeno entre niña, niños y adolescentes empieza a ser identificado en estudios nacionales e internacionales. Por ejemplo, en una encuesta realizada este año por Opina Argentina, un 16% de los adolescentes y jóvenes de 16 a 29 años respondieron que realizan “apuestas online regularmente”.
Silvia Ongini, psiquiatra infantojuvenil del Hospital de Clínicas, indica que comienzan a aparecer investigaciones que remarcan esta tendencia a partir de los 15 años. “En el consultorio, en cambio, estamos viendo casos que involucran a chicos de edades más tempranas”, alerta la especialista. Y subraya la importancia de estar atentos a lo que hacen los chicos en el mundo virtual: “Habitan los espacios digitales creyéndose muy seguros, pero detrás hay gente tratando de aprovecharse de esa supuesta sensación de seguridad. La asimetría de poder es muy grande”.
Los padres de Lucio le cambiaron el chip del celular y le restringieron el uso de las redes sociales por un tiempo luego del desesperante episodio. En paralelo, el menor inició una psicoterapia. Al cumplir 13 años, le habilitaron una billetera virtual para pagar los almuerzos en el colegio de doble jornada al que asiste en zona norte. Casi dos meses más tarde, Pilar y Mariano comenzaron a recibir observaciones sobre el comportamiento de su hijo en el ámbito escolar.
Pilar se puso en alerta y decidió revisar los gastos que realizaba Lucio con el celular. Entre compras en el buffet, detectó transacciones en el rubro entretenimiento. Entonces, el menor le contó que llevaba jugando algo más de un mes. “Un compañero de la escuela había llevado un link para comprar fichas y empezó la presión grupal para que todos jugaran. Lucio me contó que compró pocas fichas, con un vuelto del almuerzo. Pero que ganó 300.000 pesos”, recuerda Pilar.
“No podía comprarme nada con esa plata porque ustedes se iban a dar cuenta, así que empecé a jugar para gastar la plata”, fue la explicación que le dio Lucio a sus padres. La desesperación por gastar ese dinero estaba virando a compulsión. “Cuando me puse a mirar el detalle de las transacciones, me encontré con compras de fichas en momentos insólitos, por ejemplo, durante la cena de cumpleaños de su hermana”, lamenta Mariano.
“Ayudame, no quiero ser adicto”
La pareja sintió que la ayuda profesional no era suficiente. “Con la psicóloga de Lucio resolvimos hacer una consulta psiquiátrica. Desde entonces venimos trabajando con ambas, ajustando dinámicas familiares y escolares, pero las dos nos transmitieron la tranquilidad de que en el caso de nuestro hijo no se dieron las variables que tienen que darse para hablar de una ludopatía”, comenta Pilar.
En ese sentido, hay profesionales que consideran muy arriesgado hablar de ludopatía cuando se trata de niños y adolescentes. “Recuerdo que en el consultorio un chiquito que tenía cierta compulsión al juego me dijo: ‘Ayudame, no quiero ser adicto’. Esa etiqueta es muy estigmatizante y puede inhibir el pedido de ayuda tanto del chico como de la familia”, alerta Ongini.
Por su parte, Morgan prefiere hablar, en estos casos, de conductas de riesgo, propias de los adolescentes, que se pueden desaprender. “El estigma de la ludopatía es mucho más difícil de quitar”, analiza la terapeuta infantojuvenil, quien dice que el grueso de los pacientes con los que trabaja hacen apuestas online, sin llegar a cuadros severos. “En la mayoría de los casos, los padres lo desconocen”, describe.
Pilar afirma que entre los padres del curso de Lucio, que ya está en segundo año, es sabido que casi todos los varones juegan. “Es algo que te reconocen por lo bajo. Cuando se comparte algún material sobre el tema en el grupo de WhatsApp, enseguida dicen ‘qué barbaridad’, pero cuesta mucho que se hagan cargo. Cuesta hablarlo, no querés que tu hijo sea el señalado”, se sincera.
Mariano y Pilar instalaron la aplicación Family Link en el celular de Lucio y en la tablet de su hija menor para restringir la instalación de apps que no sean acordes a su edad. Además, les da a lo adultos una especie de llave maestra sobre los sitios que los chicos frecuentan en sus dispositivos para que ellos puedan habilitarlos y deshabilitarlos desde sus propios celulares. También revela los tiempos de navegación y permite la desconexión de internet en caso de ser necesario. Cuando los chicos cumplen 14 años, deben prestar su consentimiento para que la aplicación siga funcionando.
“Hay momentos en los que Lucio se enoja un poco. Nos dice que es el único al que los padres le controlan el celular. Pero, con todo esto, aprendimos que darles acceso a la tecnología a edades tempranas es una responsabilidad como padres”, reflexiona Pilar.
Mariano, en tanto, reconoce que habilitó este tema entre amigos que tienen hijos. Cree que es clave una alianza entre adultos. “La tecnología evoluciona muy rápido. Te pone frente a un mundo de goteras. Ponés el dedo para tapar una y enseguida el agua empieza a salir por otro lado”, afirma con un dejo de impotencia y resignación. “Y encima tenés a periodistas deportivos reconocidos e incluso a deportistas que se han convertido en los héroes de los más chicos promocionando estas actividades. La hipocresía es muy grande”, concluye.
Los padres de Lucio buscan generar conciencia y aseguran que el camino correcto es el del diálogo con los chicos. “Hay que hablarles y mostrarles los riesgos. No subestimar el problema y consultar a profesionales”, sugiere la mujer. “Y no mirar para otro lado. Si sabés que un chico apuesta, hablá con sus padres. Yo no me perdonaría enterarme tiempo después de que ese chico terminó mal y no hice nada para evitarlo”, cierra Mariano
Más información
- Si querés saber más sobre la problemática de los apuestas online entre los adolescentes, podés leer la guía de LA NACION con las respuestas a las preguntas que más resuenan entre los padres y familiares.
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