“Pedro va a mejorar”: su hijo de 11 años tuvo un intento de suicidio y en un grupo de WhatsApp compartió el proceso de recuperación
Lourdes atravesó una de las experiencias más traumáticas que puede vivir una mamá; esa especie de diario de internación es un testimonio crudo de cómo se sobrelleva la crisis de salud mental de la persona más amada y qué tipo de apoyos son los más útiles
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El primer domingo de octubre, Pedro, un niño de 11 años, intentó suicidarse. No era la primera vez que lo hacía. Desde los nueve venía arrastrando una depresión con ideas de muerte. Pero en los últimos meses, después de mucho tiempo viviendo con la angustia atragantada, su mamá sentía que las cosas empezaban a acomodarse.
“Este nuevo intento apareció de forma inesperada. Pedro estaba avanzando en su tratamiento. Incluso, el colegio y su psiquiatra habían decidido que volviera a ir jornada completa en el colegio”, cuenta Lourdes, su mamá, que tiene 41 años.
Pero ese domingo, lo que parecía haber quedado atrás, volvió a pasar. Fue Lourdes la que evitó la tragedia. “Ya fue, ya está, me mató. Esto se termina acá”, escuchó que gritaba su hijo. Corrió hacia él, sintiendo que una certeza detonaba en su pecho: todo dependía de si llegaba a alcanzarlo a tiempo.
“La escena, sacando lo emocional, fue como en una película policial, cuando el ladrón es reducido y queda inmovilizado en el piso. Logré hacer eso con mi hijo a dos metros de la ventana −detalla la madre−. Ahí me di cuenta de que la única salida era la internación psiquiátrica”.
Tres días después, desde la clínica privada donde estaban y ante la catarata de mensajes de amigos y familiares, Lourdes, que no tenía fuerza ni tiempo para responderle a cada uno, tuvo una idea. Armó un grupo de WhatsApp y le puso como nombre “Pedro va a mejorar”. En la descripción, aclaró:
“¿Cómo está Pedro? Te contaré, a mi tiempo, cómo va su salud. Gracias por rezar. Desestigmaticemos la salud mental”.
Después, activó la opción “mensajes temporales”, como para que desaparecieran cada siete días, y otra que le permitía solo a ella, como administradora, escribir. El resto de los participantes, podrían leer y mandar sus “reacciones”, corazones y pulgares hacia arriba que se irían sumando debajo de cada mensaje. Finalmente, envió un enlace con la invitación al grupo a personas que tenían un vínculo significativo con ella y con Pedro.
Cada 11 minutos, un niño de suicida
En el mundo, una niña, niño o adolescente se suicida cada 11 minutos. Lo advierte el informe “En mi mente. Estado mundial de la infancia 2021″, de Unicef. En la Argentina, según una investigación de LA NACION, en los últimos dos años las consultas por intentos de suicidio e ideas de muerte en chicas y chicos, se duplicaron. Además, psiquiatras y psicólogos observaban con preocupación una baja en la edad de las consultas: cada vez reciben niños más pequeños.
En ese contexto, en abril contamos la historia de Pedro, que en ese momento tenía 10 años y ya había pasado por dos intentos de suicidio. Fue por eso que, el mes pasado, su mamá decidió sumar a esta cronista al grupo de WhatsApp que armó desde la clínica.
Para Lourdes, hablar de salud mental es una forma de poner sobre la mesa que cualquiera de nosotros (o de nuestras personas queridas) pueden atravesar una problemática de salud mental.
La siguiente es una reconstrucción de lo que atravesaron Lourdes, Pedro y su familia, durante esas tres semanas en la clínica, de los días anteriores y los que le siguieron a la vuelta a casa.
La previa a la internación: “Una mamá vive la peor pesadilla”
Pedro es hijo único y sus papás están separados. Por eso, pasa gran parte del tiempo con Lourdes, en un barrio privado del Conurbano, y la otra con su papá, en la ciudad de Buenos Aires. Los dos son profesionales y están en una situación socioeconómica cómoda.
El domingo 2 de octubre, tras el intento de suicidio de Pedro, Lourdes llamó al psiquiatra y al padre de su hijo, y acordaron llamar una ambulancia. Sobre el largo trayecto hasta la clínica en Palermo, Lourdes recuerda: “Estaba destrozada. Aunque me considero una persona abierta y que lucha contra la desestigmatización de la salud mental, era parte de quienes piensan: ‘Uy, una internación psiquiátrica son palabras mayores’. Pero sabía que era lo mejor para él”.
Pedro estaba en crisis y cuando llegaron al lugar, Lourdes cuenta que le dijo una frase que le resultó demoledora: “Se me cae el mundo, mamá”. Ese día le avisó a un puñado de personas lo que había pasado. Recién el miércoles, tres días después, crearía el grupo de WhatsApp.
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Se suponía que el niño pasaría solo unos días en esa clínica, hasta que se liberase una vacante en una institución especializada. “El sistema está colapsado. No hay camas”, le decían a Lourdes. Mientras esperaban, la cabeza de ella no paraba. “La vida te puede cambiar de un día para el otro”. Aunque había escuchado esa frase mil veces, en ese momento sentía que no podía ser más real. Sentada en la habitación, recordaba cómo apenas unos días antes, se había vestido de gala para ir a una cena en un hotel de lujo sobre la avenida Alvear.
“Todo era de color de rosas. Pedro estaba mejor y yo sentía que empezaba a disfrutar de nuevo un poco más de mi vida como mujer después de ser mamá full time”, cuenta Lourdes. Esa noche, cuando llegó al hotel, dejó su camioneta en el valet parking y, al terminar la cena, la encontró destrozada. La habían chocado. “Confié en que lo iban a resolver rápido. No me podía imaginar lo que iba a pasar unos días después y cómo iba a necesitar mi vehículo”, dice la madre.
Lourdes y el papá de Pedro organizaron una rutina para acompañar a su hijo en la internación. Ella pasaba las tardes y noches con el niño y, después del desayuno, él y su pareja la reemplazaban. La madre recorría en remís los 50 kilómetros que separan su casa de la clínica, sin dejar de llamar al hotel con la esperanza de recuperar su auto, pero no le daban respuesta: “Tenían cero empatía. Yo ya no era la misma persona que unos días atrás: no entendían que del otro lado había una mamá que estaba viviendo la peor pesadilla de su vida”.
En los días siguientes, esa palabra, “empatía”, sería crucial para ella. Lo del auto es apenas un ejemplo, pero que le parece significativo de cómo en los momentos de crisis, los pequeños gestos, hasta de personas desconocidas, pueden contenernos o hacernos sentir más solos. “Hay algo muy importante que es todo lo que no se ve de una internación. El mayor desafío cuando atravesamos los momentos más difíciles de nuestras vidas, es cómo gestionamos nuestras emociones. Cuando tocás fondo, hay gente que te acompaña, que sabe cómo sostenerte. Y otra que hace que todo sea más difícil”, señala Lourdes.
Semana uno de internación: “Te cae la ficha de que tocaste fondo”.
Lo primero que compartió Lourdes en el grupo fue una imagen de Pedro en la cama de su habitación, con los auriculares puestos. Unos días después, agregaría:
“Mejorar en esto no es como una gripe, mejorar es que los días pasen y Pedro esté mejor”.
No escribía todos los días. Lo importante era mantener a todos informados sin dejar de dedicarle tiempo a su hijo.
En uno de los videitos que compartió, se ve a Pedro abriendo una bolsa con golosinas que le había mandando una amiga de Lourdes. El niño está sentado sobre la cama y, aunque al principio se lo ve serio, bromea: “Hola hermoso”, dice agarrando un paquete de gomitas.
Pero más allá de que su mamá hacía todo para animarlo, por dentro estaba destrozada. La primera semana en la clínica fue la más dura: “Te va cayendo la ficha de que tocaste fondo”, cuenta.
Se acuerda de un momento que la marcó. “Yo tomo mate y pedía agua a la cocina. En un momento noté que había bandejas plateadas y le pregunté a una de las chicas por qué a nosotros nos tocaban las de plástico. Me respondió: ‘En el caso de que tu hijo, como tuvo un intento de suicidio, no podemos ingresar a la habitación otro material que no sea plástico’”. Fue como una cachetada: una bajada brusca a la realidad que atravesaban como familia.
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Semana dos de internación: “Nos acostumbramos al encierro”
Durante la segunda semana de internación, Lourdes escribió en el chat:
“Seguimos esperando una cama”
Esos días sentía que, como familia, empezaban a acostumbrarse al encierro. Pero, al mismo tiempo, la ansiedad porque apareciera una vacante en una institución que pudiera darle a Pedro la atención que él necesitaba, iba en aumento.
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¿Qué cosas la ayudaban a alivianar la espera? Principalmente, sentirse contenida por los profesionales y el equipo de su prepaga. “Soy muy afortunada, tenemos una de primera línea y no me puedo imaginar lo que pasan otras familias sin esa posibilidad”, reflexiona. Pero, también, la ayudaba el apoyo de amistades y conocidos que entendían que, cuando no estaba en la clínica, lo que más necesitaba era “hablar de pavadas”.
“Esto es igual a cuando vas en un vuelo y te explican que frente a una descompresión en la cabina, caen las máscaras de oxígeno y tenés que ponértela vos antes de ayudar a tu hijo. Entendí que poder gestionar mis emociones era mi oxígeno, y que si no lo hacía bien, cuando volviese a la clínica no iba a poder estar con mi hijo con la mirada de una mamá que le transmitiese: ‘Vamos, la vida está buena’”, señala Lourdes.
El agotamiento emocional y físico que sentía era enorme. Por eso, en los respiros elegía hacer cosas que le hicieran bien. “Compré más de 80 libros de cómo acompañar a personas con problemáticas de salud mental. Pero fue hablando con desconocidos de cualquier boludez donde muchas veces encontré el oxígeno que necesitaba. También fue clave poder levantar el teléfono y que la otra persona me escuchara llorar sin intentar consolarme”, dice Lourdes.
Muchas veces, para ella se trata solo de eso: no “asustarse” ante el dolor del otro. Simplemente, estar.
Semana tres de internación: “Te sentís en un laberinto”
El miércoles 19 de octubre, Lourdes compartió en el grupo un video donde se ve a Pedro caminando por los pasillos de la clínica. En las ventanas de los cuartos se ven globos de hule con gatos negros, fantasmitas que sonríe, calabazas, un murciélago y una bruja sobre un dispensar de alcohol en gel.
Pedro tuvo esta iniciativa. Preparando Halloween en la clínica.
Le siguió una catarata de reacciones: caritas con corazones, manitos aplaudiendo, pulgares en alto y antebrazos musculosos.
Además, la mamá sumó una foto de Pedro entre los profesionales de la salud que lo acompañaban: nueve médicos, médicas y enfermeros. Él está parado en el medio, con los brazos en alto.
Pero Lourdes estaba preocupada por Pedro, a quien los días se le volvían eternos en esa habitación pequeña. “Lo que iban a ser dos días terminaron siendo 20. Mi hijo además tiene hiperactividad, así que el desafío era doble. Todos los médicos decían: ‘Esto ya es contraproducente, este chico necesita una internación psiquiátrica’, donde a diferencia de la tradicional puede hacer un montón de actividades, recibir otro tipo de contención”, detalla.
Pero la vacante no aparecía y el alta de Pedro no dependía de sus padres. “Te van pasando un montón de cosas que no podés controlar y por momentos te sentís en un laberinto.” El jueves en el que finalmente se fueron de la clínica, Lourdes mandó una foto en la que se ve a ella, Pedro y su papá, en la puerta. Escribió:
“Acá felices de tener el alta! El tratamiento continúa fuera de la clínica pero cerca de los médicos y con mucha fe en que podamos seguir viendo sonreír a Pedro. Gracias por habernos acompañado estos días!! Muchos abrazos virtuales y muchos de la gente más inimaginable que nos ayudó y nos vino a visitar”.
Al día siguiente, compartió otra imagen que lo mostraba al niño en la pileta de su casa, un día de sol. Puso:
“Gracias de nuevo por acompañar! Dimos un paso importante pero faltan muuuuuchos más. Es un proceso largo que comenzó hace muuuucho. Hoy todo es seguir acompañando a que este niño lleno de luz tenga cada día una mirada más optimista de que estar vivo vale la pena. Por momentos es una tarea difícil, porque tiene toda la razón en sentir desesperanza cuando ve que pasan los años y sigue sufriendo”.
Después, agregó:
“Ojalá mi hijo puedo hacernos reflexionara a todos sobre los miles de niños que sufren y padecen. En cada aula, en cada familia, hay alguien sufriendo en soledad. La única forma de cambiar este mundo es abriéndonos a ser cada días más amables y a erradicar toda hostilidad. No tiene que llegar a ser bullying: hay que erradicar la hostilidad de la niñez”.
La vuelta a casa: “Quiero que mi hijo disfrute de la vida”
Un acompañante terapéutico se sumó a la rutina de Pedro, además del que ya tenía en el colegio y que, de a poco, lo fue reconectando con sus tareas escolares. Además, continúa el trabajo con su psiquiatra.
Y Lourdes tomó decisiones que sintió que la ayudaban, como bajarse del chat de mamis: “Ellas estaban organizando una kermés y yo quería preservarme de las notificaciones que me recordaban que nosotros estamos en otra etapa”.
Dice que lo único que le importa es que su hijo pueda disfrutar de la vida. Ya no le interesa si va a seguir yendo a una escuela bilingüe u otras cuestiones que antes le preocupaban. “Yo era abanderada y soy académica, pero comparto esto porque cada día miles de niños coquetean con la muerte porque no soportan vivir en un mundo tan hostil”, dice Lourdes.
El último mensaje que envió al grupo fue el 7 de noviembre. Dice así:
“Hola a todos! Este grupo se llama ‘Pedro va a mejorar’ y como Pedro mejoró les compartí unas fotos de ayer y luego cierro el grupo, no sin antes decirles de corazón GRACIAS x habernos acompañado”
*Los nombres de Pedro y Lourdes fueron cambiados en esta nota para preservar la identidad del niño.
Más información
- En las guías Hablemos de Suicidio y Hablemos de Depresión, de Fundación La Nación podés encontrar información sobre señales de alerta, a dónde recurrir en busca de ayuda, cómo acompañar a personas en crisis y mucho más sobre problemáticas.
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