“Sueño con ser peluquera”: la escuela que nació pegada al basural a cielo abierto más grande de Paraná
Allí, adolescentes y adultos aprenden a leer y escribir, y más de 150 estudiantes pasaron por sus talleres de oficios; hay chicos que nunca salieron del barrio y no conocen el centro de la ciudad
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Anabella tiene 20 años, el pelo corto sujeto con una vincha roja y ese día apura el paso para no llegar tarde a clases. Llovió a cántaros y las calles del barrio San Martín, en Paraná, son un barrial.
El camino hacia la Escuela de Los Nazarenos es una pendiente que desemboca directo en El Volcadero, el basural a cielo abierto más grande de la capital entrerriana. Son 25 hectáreas ubicadas a 15 cuadras del centro de Paraná donde, todos los días, las 24 horas, se descargan unas 300 toneladas de basura: el equivalente a llenar, de piso a techo, un edificio de cuatro pisos.
Para muchos de quienes viven en “el Sanma”, como llaman los vecinos a este barrio popular, El Volcadero no es solo el basural: es su única fuente de ingreso.
Se estima que alrededor del 95% de las más de 200 familias viven de la recuperación de residuos. Es un trabajo precario y riesgoso, al que suelen sumarse niños y adolescentes.
La pareja de Anabella trabaja allí, pero ella sueña con otra cosa. Hace un año y medio cursa el taller de peluquería de Los Nazarenos y sueña con tener su propio emprendimiento. “Aprendí mucho y me recordó a mi abuela, que era peluquera. Quiero seguir el mismo camino. Me pone contenta poder crecer”, cuenta la joven.
Abrir horizontes
Lo que ofrece la escuela, que depende de la Fundación Puentes, es la posibilidad de imaginar un futuro fuera del basural. Allí funciona una primaria para adolescentes desde los 14 años y para adultos que están aprendiendo a leer y escribir. Además, dan talleres de peluquería y panadería a los que van sobre todo chicas como Anabella.
“Nuestra misión siempre fue clara: brindar oportunidades reales para que pudieran continuar sus estudios, capacitarse y acceder a mejores condiciones de vida”, explica Graciela Ale, directora de la escuela.
En la Argentina, alrededor de 150.000 niños, niñas y adolescentes crecen a menos de 300 metros de un basural y en hogares donde la plata ni siquiera alcanza para la comida. Están más expuestos a pasar hambre, abandonar la escuela o sufrir múltiples vulneraciones de derechos, según reveló una investigación de LA NACION.
Frente a ese panorama, hay instituciones como Los Nazarenos o iniciativas municipales que buscan garantizar su acceso a derechos fundamentales, como la comida, la salud o la educación. Pero en la práctica son mucho más que eso: se vuelven un refugio a donde ir mientras sus familias hurgan entre los residuos para sobrevivir.
Luis Hualde, uno de los fundadores de Puentes, recuerda una escena que lo marcó: “Le pregunté a un chico que terminaba la escuela qué quería hacer. Me dijo: ‘Voy a ser cartonero’. No está bien ni mal, se puede vivir bien como recuperador, incluso ayudar al ambiente. Pero el tema es que no sea la única posibilidad”. Ese es el corazón de Puentes: ensanchar los horizontes.
La escuela está a solo 300 metros de El Volcadero: es la última construcción antes de que empiecen las montañas de basura. “Estamos al lado. Literalmente”, resume Ale.
En 2020, un censo comunitario que hizo la fundación reveló que el 90% de la población del barrio era analfabeta. Así, el 12 de marzo de ese año, en plena pandemia, abrieron la escuela. Detectaron adultos que no sabían leer ni escribir y adolescentes que habían quedado fuera del sistema por acompañar a sus familias al basural.
Desde entonces, unos 150 estudiantes pasaron por los talleres, en su mayoría adolescentes mujeres, muchas con sus hijos, que dibujan o juegan mientras ellas aprenden. “Hoy varias tienen emprendimientos propios”, cuenta Ale. “Los talleres duran un año, pero muchas siguen viniendo porque acá les prestamos las herramientas, que son muy caras, para que puedan trabajar”.
Anabella ya compró casi todas las suyas: “Tengo todo para cortar, peinar, hacer reflejos. El año que viene quiero seguir en el taller. Nunca se deja de aprender”.
“Siguen entrando al basural”
Brenda Balbuena, exdirectora de la escuela Los Nazarenos y hoy colaboradora, cuenta: “El Estado solo subvenciona los sueldos docentes; todo lo demás es a pulmón”. Y señala algo que duele: todos los días ven niños y adolescentes entrar al basural con sus familias.
Una de las historias que más la marcó es la de Chicha, un chico de 8 años que murió en el Volcadero en 2022. “Dos días antes había estado haciendo la tarea conmigo. Aunque la escuela es para mayores de 14, muchos pequeños se acercan”, cuenta.
En el basural, donde queman cables para sacar cobre y basura para reducirla, la oscuridad (por las noches no hay iluminación) y el humo son parte del paisaje. Las alergias, irritaciones, el asma y la angustia también.
La escuela intenta cubrir lo que el Estado no garantiza: articulan con el centro de salud, comedores y merenderos; hacen colectas; dan talleres de higiene y salud; sostienen un trabajo pedagógico en un contexto donde lo urgente suele arrasar con lo importante.
“El respeto hacia los docentes es enorme. Ahí sos ‘la señorita’. Te cuidan”, dice Balbuena. Ale suma una anécdota reciente: “Hace poco hicimos un viaje al centro de Paraná, que está a unas 15 cuadras. Tengo alumnas adolescentes que nunca habían ido. Es mostrarles que hay otra realidad”.
Una política municipal
A 160 kilómetros de Paraná está el municipio de Villaguay. Allí, durante años funcionó un basural a cielo abierto que, como en tantos lugares del país, fue creciendo con el trabajo informal de familias que recuperaban residuos para sobrevivir.
En 2008, la municipalidad inició un proceso que incluyó remediación ambiental, construcción de una planta de tratamiento, generación de cooperativas y creación de un relleno sanitario que empezó a funcionar en 2012, según cuenta Luciana Silva, a cargo de Ambiente Sustentable, una dirección que depende de la Secretaría de Turismo, Deporte y Ambiente del municipio. El cambio sumó un punto fundamental: la protección de niñas, niños y adolescentes.
Silva explica que había que garantizar que los chicos no estuvieran más ahí. Ni como “ayudantes” de sus padres, ni como acompañantes, ni por juego: “El riesgo es enorme”.
“Veníamos trabajando articuladamente con la iniciativa Municipios Unido por la Niñez y la Adolescencia (MUNA), de Unicef. En una de las capacitaciones que tuvimos nos pusimos en contacto con la Defensoria Nacional de Niñas, Niños y Adolescentes y nos propusieron trabajar en una ruta de acción: un protocolo por si se detectan chicos y chicas en el relleno sanitario”, detalla la funcionaria.
Cuando hay un niño o adolescente en el relleno, los maquinistas avisan al área de niñez. “Intervenimos con una visita a la familia para garantizar derechos básicos como salud, educación y alimentación”, detalla Silva.
Aunque el objetivo es que no ingresen familias, a veces ocurre. “Entonces ofrecemos alternativas laborales en la planta o tareas de barrido. Buscamos que entiendan el peligro: ha habido tragedias en otras localidades y no queremos que pase acá”.
“Los chicos juegan ahí”
En el Barrio Sarmiento, ubicado en el partido bonaerense de San Martín, donde antes había una montaña de basura, hoy funciona el Jardín de la Montaña: un espacio maternal comunitario donde más de 50 chicos de 1 a 4 años comen, juegan y aprenden.
El proyecto, impulsado por la asociación civil Los Amigos, nació en una carpa improvisada que ofrecía merendero y apoyo escolar. Hoy tiene aulas, cocina y huerta. Y cumple un rol que va mucho más allá del cuidado: funciona como merendero, olla popular, asesoría migratoria, punto de trámites, apoyo escolar y sede de educación para adultos por la noche.
Pero la realidad del barrio sigue marcada por la cercanía al basural: otra montaña de desechos se levanta justo frente al jardín. “Los chicos juegan ahí. Van con sus padres a buscar desechos para vender, y también comida”, cuenta Ana de Mendonça, su coordinadora. “Es un barrio con muchas carencias y un horizonte de vida muy acotado”.

Muchos niños llegan al jardín sin desayunar; otros con enfermedades respiratorias o de piel por el humo de las quemas. Cuando el aire se vuelve irrespirable, las docentes cruzan al basural para pedir que no enciendan más fuego.
“Cuando les preguntás qué quieren ser de grandes, se quedan callados. No pueden ni verbalizar lo que sueñan, sienten que entre ese sueño y la realidad hay un camino demasiado largo”, dice de Mendonça. En ese paisaje, el jardín es un intento de achicar ese recorrido para que, aun donde la basura condiciona la vida, otra historia sea posible.
La necesidad de un protocolo
En el país hay unos 5000 basurales a cielo abierto. En muchos, se puede ver a niños hurgando en la basura. “Los chicos que transitan o trabajan en los basurales están invisibilizados”, afirma Sebastián Medina, jefe de Gabinete de la Defensoría de las Niñas, Niños y Adolescentes de la Nación.
Medina asegura que tras un relevamiento en 11 basurales a cielo abierto, detectaron que no existen protocolos de intervención por parte del Estado para evitar que estos chicos lleven una vida tan alejada de los derechos que consagra la Convención sobre los Derechos del Niño, que en Argentina tienen rango constitucional. Por eso, en un documento volcaron recomendaciones para que los gobiernos municipales, provinciales y nacional se comprometan a crear espacios de cuidado para chicos cuyos padres trabajan en basurales mientras se avanza con un plan para cerrarlos y fomentar otras oportunidades de empleo.
Cómo ayudar
- Para colaborar con la Escuela Los Nazarenos de la Fundación Puentes se puede realizar una donación al alias: losnazarenosesc.uala / CVU: 0000007900273170650221 / Razón social: Alau Tecnología S.A.U. Para más información, visitar su página de Facebook.
- Quienes deseen colaborar con El Jardín de la Montaña pueden escribir a asociacioncivillosamigos@gmail.com, o llamar al 11 3949 4671.



