Las postales de Doha, un laboratorio cultural a cielo abierto
Museos, arte y diseño dan forma a la capital qatarí, pujante y atenta a la mirada global
Primera postal. La cuenta Qatarday sube un reel en Instagram. El primer video es una toma aérea de Doha; predomina el color arena del desierto, al costado asoma el verde del mar, unas pocas edificaciones alteran lo plano del paisaje. “1971″, se lee sobre la filmación. A continuación, otra toma aérea: luces nocturnas, rascacielos monumentales, un skyline que es un muestrario de lo más rutilante de la arquitectura contemporánea mira hacia la costa marina. “2023″ es el número que aparece ahora.
Segunda postal. Anochecer de viernes en el hotel The Ned. Enorme, de líneas brutalistas y con espacios donde el verde convive con el hormigón. El edificio alojó al Ministerio del Interior de Qatar hasta 2022, cuando el estudio británico David Chipperfield Architects lo remodeló como hotel de lujo. Esta noche en el amplio hall de entrada, sobre una tarima de poco más de un metro de altura, un cuarteto de jazz hace sonar canciones que recuerdan al Hollywood de los ‘50. La voz de la cantante es tan sugerente como su vestido, plateado y ceñido al cuerpo. Al fondo, los salones del restaurante bullen de gente. Los turistas, vestidos a la occidental. Los locales, al estilo islámico: largas túnicas blancas y pañuelos de algodón sobre la cabeza ellos, vestidos amplios, velo y maquillaje exquisito ellas. Un grupito de veinteañeros qataríes –todos con bigote y vestimenta islámica– terminó de cenar y se dirige a la salida. Sonríen, hablan entre ellos. A sus espaldas, la cantante se contonea un poco, acompaña la música. Los jóvenes no parecen prestarle excesiva atención.
Tercera postal. Un día cualquiera en la Biblioteca Nacional de Qatar. Integrado a la Ciudad de la Educación –campus que alberga sedes de universidades como la Carnegie Mellon o la Georgetown University–, el actual edificio de la biblioteca fue diseñado por el arquitecto holandés Rem Khoolas e inaugurado oficialmente en 2018.
“Es un espacio que podría contener una población entera, y también toda una población de libros”, dijo en su momento Khoolas, en referencia tanto a las dimensiones del lugar (ocupa unos 42.000 m2) como a la decisión de construir las menores divisiones posibles y trabajar el espacio como si fuese “casi una sola habitación”.
En esa especie de loft gigante –al entrar se tiene la sensación de estar ingresando en un aeropuerto– estudiantes, investigadores, niños y niñas en edad escolar y algún que otro curioso circulan por entre las terrazas dedicadas a los libros, los sectores destinados a la cultura digital, la biblioteca infantil, el espacio donde se alberga el acervo patrimonial (libros raros y manuscritos orientales), la zona de exposiciones (por estos días se exhibe una muestra de manuscritos y caligrafía coránica de Indonesia), la cafetería, los espacios dedicados a la lectura (desde curiosos silloncitos cerrados sobre sí mismos, ideales para aislarse en medio de la multitud, hasta sillas colgantes que permiten mecerse mientras se lee).
De repente, el llamado al rezo inunda el lugar. Son cinco los llamados que se hacen cada día; en la ciudad se difunden desde lo alto de las mezquitas; aquí, en la biblioteca, llegan desde unos parlantes, y lo que se genera es un movimiento sutil. Algunas personas se desplazan en silencio hacia las salas de rezo; hay una para varones y otra para mujeres. El resto de los asistentes sigue con lo que estaba haciendo, como si nada.
"La ciudad parece diseñada para la mirada nocturna; el skyline, cuando los rascacielos estallan de colores, pide a gritos una selfie"
¿Cuántas más postales? Podríamos hablar de los murales de street art de Mina District, en lo que era el antiguo puerto de Doha: arte del grafiti, gestos pop sobre construcciones de estilo árabe, vendedores ambulantes en las callecitas empedradas, cruceros turísticos en la costa. O indagar un poco más en el culto al arte público, cuya mayor expresión quizás esté en la instalación que el estadounidense Richard Serra realizó en el desierto, en la reserva natural Brouq, a una hora de la ciudad: una sucesión de placas de acero que recuerdan al monolito de 2001, Odisea del espacio y que, sobre todo al atardecer, exudan misterio, concepto, belleza. O también, en este emirato que no admite la existencia de partidos políticos, pero donde desde 2003 rige la libertad de culto, podríamos hablar de las mujeres.
Presentes en las universidades y otros espacios ligados a la cultura, recorren la ciudad vestidas con ropas occidentales, con algún tocado sobre el cabello o –en número considerable– absolutamente cubiertas por el niqab (velo que solo deja al descubierto los ojos). Y están los migrantes. Se calcula que un 80% de los residentes en Qatar son extranjeros, y eso se nota cuando se toma un auto de alquiler, se pasa por las cercanías de una obra en construcción o se habla con el personal de servicio en un hotel. Porque, si el árabe es la lengua oficial, el inglés constituye una lengua franca que resuena en los más diversos acentos, sobre todo de distintas regiones de Asia y África.
Para la mirada extranjera, Doha es un enigma, un acumulado de detalles inesperados. Una suerte de laboratorio a cielo abierto donde posiblemente se esté gestando una mixtura de nuevo cuño, basada desde luego en la opulencia económica –además de petróleo, Qatar posee una de las principales reservas de gas natural del mundo–, y en un singular intercambio entre tradición e innovación, Oriente y Occidente.
En su premiada novela Brújula, el escritor y orientalista francés Mathias Enard le hace decir a uno de sus personajes: “Desconfía de los relatos de los viajeros”. Y agrega que, prisioneros de sus representaciones, los occidentales que visitan el Este del mundo “no ven nada. Creen ver, pero no atisban más que reflejos”. Un llamado a la humildad. Un alerta que insiste al visitar el Museo Nacional de Qatar, cuando, inevitable, asoma la hipótesis: si hay un relato que organice el proyecto qatarí, parte de su contenido podría desplegarse en estas salas, tan destinadas a la mirada local como a los ojos extranjeros.
Ante todo, el edificio. Inaugurado en 2019, fue diseñado por el arquitecto francés Jean Nouvel, quien para crearlo se inspiró en las “rosas del desierto”: piedras de tono rosáceo, producto de la cristalización de minerales, que forman láminas que, efectivamente, recuerdan los pétalos de una flor. Con esa idea Nouvel, en lugar de desarrollar la construcción a lo alto, la desplegó a lo ancho, en galerías que trazan cierto movimiento de espiral en torno a un espacio central.
"Inaugurado en 2019, el Museo Nacional de Qatar fue diseñado por el arquitecto francés Jean Nouvel, quien para crearlo se inspiró en las “rosas del desierto”"
La propuesta curatorial es inmersiva; sonidos, imágenes audiovisuales, juegos de luz, objetos: todo se conjuga para contar la historia de Qatar, desde los tiempos de las tribus nómades o la recolección de perlas en el mar hasta el punto de inflexión: 1939, el petróleo. Las bases materiales del apogeo actual están allí y, aunque a fines del siglo XX ya hubo gestos de modernización, es a comienzos de este siglo cuando se impulsó la transformación a gran escala. “Salud, educación, deportes, cultura”. Como un mantra, estas palabras aparecen hacia el final del guion curatorial del Museo Nacional: sobreimpresas en paneles digitales, se suman a videos donde habitantes de Qatar hablan de su vida, imágenes de los gobernantes, y una especie de díptico donde una niña con velo escribe con caligrafía árabe, otra niña, sin velo, escribe en inglés y una frase, enmarcada en un corazón las vincula: “We are Qatar”.
En el libro The power of culture, al-Mayassa bin Hamad bin Khalifa Al-Thani, hermana del emir y presidenta de Qatar Museums, escribe: “Como madre, estoy orgullosa de haber criado a mis hijos tanto con una perspectiva global como con raíces locales; y del mismo modo me alegra que la infraestructura de Qatar permita a todos los padres hacer lo mismo”.
Esta aspiración cosmopolita impregna los programas e instituciones que dependen de Qatar Museums: desde Qatar Creates, plataforma de estímulo a la moda, el diseño, la cultura y la arquitectura que recientemente inauguró la bienal Design Doha, hasta el Museo Nacional, el Museo de Arte islámico (diseñado por el arquitecto estadounidense de origen chino I. M. Pei y construido sobre una isla artificial), el Museo de Arte Moderno (obra del francés Jean-Francois Bodin). También el Museo Olímpico y Deportivo, emplazado en un sector del Estadio Khalifa (donde se jugaron varios partidos del último Mundial de Fútbol), y donde, con propuestas inmersivas y lúdicas, se recorre la historia de los deportes, se visitan, cual altares, los espacios dedicados a las máximas figuras internacionales (por supuesto, Messi tiene su lugar) y se puede disfrutar de alguna exposición temporal (actualmente, hay una muestra dedicada a Zidane).
Última postal. En uno de sus cuentos, Washington Irving imaginó una ciudad invisible en medio del desierto, a la que solo se podía acceder con un talismán. Doha no es invisible, pero es algo así como dos ciudades en una. De día, hay poca actividad en las calles, mucha circulación de autos sobre autopistas que, como todo en este lugar, relucen de nuevas. Prevalecen el gris del hormigón de las grandes construcciones y el color arena de los edificios más tradicionales. Pero en cuanto declina el día algo cambia. El talismán es la energía eléctrica: los rascacielos, los museos, las calles serpenteantes de Souq Waqif, el barrio que mantiene la traza del antiguo mercado: todo se enciende. Si es fin de semana en los grandes hoteles hay fiestas, en Souq Waquif, por entre los puestos callejeros curiosean los turistas y en los negocios más antiguos, bajo las galerías techadas, se nota mayor presencia de qataríes. Doha encuentra su mejor tono de noche, lo que suena lógico en un lugar donde, en invierno, las temperaturas oscilan entre los 21° y 32°.
La ciudad parece diseñada para la mirada nocturna; el skyline, cuando los rascacielos estallan de colores, pide a gritos una selfie. Doha, ciudad instagrameable. Territorio donde se intuyen los deseos y el futuro de un siglo impredecible.
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