Las pinturas de Cándido López reflejan batallas emblemáticas y personajes históricos de nuestro país
Sus cuadros muestran cómo se vivía en los campamentos de campaña durante la Guerra del Paraguay; se enroló en el Ejército Argentino para poder colaborar
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Como si se tratara de uno de los libros de ¿Dónde está Wally?, en los que niños y grandes se entretienen buscando objetos y personajes minúsculos, las obras de Cándido López esconden escenas en las que pueden identificarse personajes históricos de nuestro país, batallas emblemáticas y postales que muestran cómo se vivía en los campamentos de campaña durante la Guerra del Paraguay. Todo esto, representado también en miniatura.
Nacido y formado en Argentina, Cándido López fue un artista que se definió a sí mismo como un “historiador del pincel”, ya que, al momento de pintar, se esforzó por representar con veracidad y precisión los hechos que vivió durante la guerra. Su objetivo fue que sus obras, además de ser bellas, funcionaran como material documental en el futuro.
Los primeros pasos del pintor en el mundo del arte se dieron en su juventud con obras de temática religiosa y retratos. También probó suerte como fotógrafo al acompañar a un daguerrotipista francés por distintos pueblos de la provincia de Buenos Aires en búsqueda de personas para fotografiar.
Al igual que otros artistas de finales del siglo XIX, su plan inicial fue viajar a Europa para continuar con su formación pictórica, pero un hecho inesperado cambió sus planes: el estallido de la Guerra de la Triple Alianza, conflicto bélico que enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay entre 1864 y 1870.

“Cándido sintió la necesidad de enrolarse en el ejército para poder colaborar (con la formación del Estado argentino y el establecimiento de sus fronteras). En esa época, los jóvenes estaban atravesados por un gran sentimiento patriótico y nacionalista. Él se convirtió en un soldado del Batallón de San Nicolás”, cuenta Patricia Corsani, investigadora del área de investigación y curaduría del Museo Nacional de Bellas Artes.
Curupaytí fue una de las batallas que se produjo en el marco de esta guerra y fue allí donde, tras la explosión de una granada, el artista perdió su mano derecha y debió abandonar el ejército. Luego de una extensa recuperación, que incluyó curaciones y rehabilitación, logró lo inesperado: a fuerza de voluntad e insistencia López aprendió a pintar con la mano izquierda. A partir de ese momento, se lo conoció como “el Manco de Curupaytí”.
Su serie sobre la guerra, que incluye obras como Vista interior de Curuzú mirado de aguas arriba (1891), Soldados paraguayos heridos, prisioneros de la batalla de Yatay (1892) y Después de la batalla de Curupaytí (1893), fueron realizadas después de su accidente. Este grupo suma un total de casi cuarenta pinturas.


Con nombres descriptivos y detallados, el artista dejó un legado que refleja no solo la crueldad de la guerra, sino también las estrategias de batalla y cómo era la vida cotidiana y la convivencia entre los soldados en los campamentos de campaña. “También retrata al ejército paraguayo y podemos decir que muestra ‘los dos bandos’. Él intentó contar la historia completa”, indica la investigadora.
El objetivo de López fue que sus cuadros fueran interpretados de acuerdo a cómo se desarrollaron los hechos. Para esto, cada una de sus obras fue acompañada por un texto escrito de puño y letra en el que detalló la cronología de la guerra.
“Cándido es un artista bastante particular dentro de la historia del arte argentino. Es excepcional porque tiene un complemento extra que es su vida personal, sus heridas de guerra. Es un pintor que no sólo es estudiado por los historiadores del arte, sino también por los historiadores en general debido a la precisión y veracidad histórica que presentan sus pinturas”, cuenta Corsani.

“La cuestión de los textos es una característica bastante curiosa de las obras de López. Esto nos permite darle el rótulo de cronista porque él iba haciendo un relevamiento y documentando todo lo que vivió durante esos meses junto al ejército. Él tomó apuntes y terminó por relatar con detalle lo que ocurría en cada escena que estaba pintando. Aquí queda en evidencia que el adiestramiento de su mano no solo era para pintar, sino también para escribir. Es impresionante porque se puede observar la dificultad que tenía y cómo hizo varias copias (para perfeccionarlas). En cada una de ellas va ampliando esa narración escrita y eso lo hace con todas las pinturas que tiene el Museo Nacional de Bellas Artes. Cada una tiene su narración”, añade.
Si bien fue contemporáneo a artistas de la Generación del 80, como Ernesto de la Cárcova, Eduardo Sívori y un joven Eduardo Schiaffino, las pinturas de López se diferenciaron en varios aspectos. “A principios del siglo XX, Cándido fue considerado por sus colegas como un cronista de guerra, no un artista plástico. La Generación del 80 se había formado en las academias de Europa y sus integrantes pintaban la figura humana de otra manera. López conocía a la perfección las pautas de la academia.
“Él se había formado aquí en la Argentina con maestros extranjeros, como Carlos Descalzo, Baldassare Verazzi e Ignacio Manzoni. La forma en que resuelve la perspectiva aérea, el paisaje y cómo trabaja los colores lo demuestran. El tema conflictivo en él fue la figura humana. (La hacía de forma sencilla) porque le era funcional a lo que quería contar. Simplemente era eso, no se trató de falta de conocimiento”, advierte la investigadora.
Poniendo la lupa sobre las obras, Corsani señala que “muchas veces se acusó a López de ingenuo y naif” pero, en realidad, “él pintaba de acuerdo a lo que quería mostrar. Al mirar con atención, podemos observar que las figuras son muy pequeñas pero, por el contrario, los árboles son bien altos y enormes. Este truco le permitió tener despejada la parte inferior de la pintura para ilustrar allí todas sus historias (con gran detalle). Cándido fue muy renovador para su época y tuvieron que pasar varias décadas hasta que se lo reconociera como artista”, explica.

Las pinturas de López fueron dejadas de lado hasta finales de la década del treinta cuando el crítico de arte y escritor José Luis León Pagano decidió incluirlo en su libro El arte de los argentinos. Además, en una monografía publicada en 1949 destacó sus cualidades plásticas y su valor como artista. “Otra persona que lo ayudó muchísimo fue Bartolomé Mitre, fundador del diario LA NACION. Además de militar y periodista, él fue un gran historiador y avaló los dibujos que Cándido realizó en sus cuadernos durante la guerra, ya que ambos compartieron este difícil momento”.
La historia de vida de este artista resulta conmovedora no solo por su capacidad de resiliencia tras el accidente sino por haberse embarcado en un ambicioso proyecto artístico cuyo fin último fue hacer un aporte desinteresado a la historia argentina. “Nunca existió un encargo oficial para sus pinturas (sobre la Guerra de la Triple Alianza). Cándido quería dejar un testimonio de lo que había pasado y tenía la voluntad de contar esa historia. Él deseaba que todo este material les sirviera a los maestros al momento de enseñar a sus alumnos”.
Un detalle que pinta su personalidad, destaca Corsani, es que López fue soldado voluntario en el batallón de San Nicolás y, tras resultar herido en la batalla de Curupaytí, él documentó todo. “Luego de recibir los primeros auxilios en el campamento, volvió a la ciudad en donde continuó su recuperación. Al notar las mejorías y con ánimos de continuar con su trabajo, empezó a practicar con su mano izquierda”. Mostrándose agradecido con el médico que le salvó la vida en el campo de batalla, el artista decidió regalarle el primer cuadro que pintó con su otra mano.
“Cándido es un ejemplo de superación tanto en lo personal como a nivel artístico. De hecho, él se representa a sí mismo herido en una de las pinturas. En los escritos cuenta que, tras la explosión, quedó caído al lado de un tronco hasta que el doctor pudo atenderlo. Lo llevaron (al campamento de) Curuzú, lugar que también retrata en otras de sus pinturas. Cuando empieza a entrenar su mano izquierda, que fue un proceso muy lento, una de las primeras obras que realiza se la regala a este médico. Cándido pasó al lienzo varios de los dibujos que tenía en sus cuadernos para poder practicar. Hizo varias versiones de cada uno”, señala Corsani.

A pesar de las dificultades físicas, López no quiso modificar su proyecto documental sobre la guerra y esto quedó en evidencia cuando los investigadores analizaron sus bocetos previos. “Hay que tener en cuenta que él siempre pintó las figuras pequeñas, eso puede verse en las ilustraciones anteriores al accidente. Es un error pensar que las figuras son chiquitas debido al problema que tuvo en la mano”, dice la investigadora.
Abarrotadas de escenas que pueden leerse tanto a nivel individual como global, las obras de López interpelan a espectadores de distintas generaciones e invitan a tomarse unos segundos para acercarse a observarlas. “Son pinturas que hay que mirar despacio para poder ir construyendo mentalmente los distintos momentos que muestran. Todas las escenas hablan del mundo cotidiano (de la guerra). No solamente muestran las batallas, sino que dejan ver al ser humano. Ya sea un soldado raso o un jefe. No hay detalles en los rostros pero sí hay un interés por representar fielmente los uniformes, las estrategias de ataque, los lugares, etc.”, señala la investigadora.
Lejos de los lujos y del reconocimiento de sus colegas, López trabajó hasta sus últimos días junto a su hermano en una zapatería, donde estableció un pequeño taller. Allí, en sus ratos libres, pintaba naturalezas muertas. “Estos bodegones fueron las únicas obras que él realizó para vender. Las pintó para poder mantenerse. Hay que recordar que Cándido tenía doce hijos”, rememora Corsani.

De su serie sobre la guerra, López solo logró vender las pinturas que expuso en una muestra individual realizada en 1885. Las mismas fueron adquiridas por el Estado Nacional y, actualmente, forman parte de la colección del Museo Histórico Nacional. Estas pinturas se suman a otras quince que son propiedad del Museo Nacional de Bellas Artes y que fueron donadas a la institución por los descendientes del artista.
Si la vida de López pudiera resumirse en pocas palabras, podría decirse que fue un hombre que afrontó con entereza las adversidades y que encontró en el arte una vía para dejar su ansiado legado. Hasta el día de hoy, sus obras son utilizadas para explicar e ilustrar la historia argentina.
“Al realizar sus pinturas sobre la Guerra del Paraguay, Cándido no tuvo pretensiones de ser un artista sino que quiso convertirse en un “historiador del pincel”. Así se hacía nombrar él y creo que, hasta el día de hoy, es la definición más acertada”, concluye Corsani.
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