Sus creaciones son consecuencia de su propia experimentación, y apunta a lograr un proceso más sustentable aprovechando la energía del viento o del agua
Una escultura, un cuenco, una consola, un banco o hasta una mesa del largo que se le pida. Siempre en madera quemada y pulida a mano, con obsesión, hasta dejar bien visible la veta, Eduardo Blaquier crea objetos escultóricos funcionales. Cada pieza, esculpida con fuego, “es única, ya que el fuego nunca quema de la misma forma”, dice. Todo comenzó hace 17 años, cuando creó sus primeras obras en madera tallada. Poco a poco, el trabajo fue mutando al descubrir que podía hacer muebles escultóricos y, a la vez, funcionales.
Artista, diseñador o inventor, como él se hace llamar, es nieto de Malena Nelson de Blaquier, por parte paterna, e hijo de la ex modelo Delfina Frers. Por lado materno es nieto del célebre diseñador de barcos Germán Frers, que comenzó la dinastía que sigue vigente. Su abuelo murió cuando Eduardo tenía tres años. “No llegué a conocerlo. Dicen que era un excelente diseñador, pero más artista que diseñador. Y que saqué la gota de él, del artista”, asegura.
¿Artista o diseñador? “Yo me considero un inventor. En realidad, me gustaría. Desde chico siempre quise serlo. Cuando fui creciendo y me di cuenta que hacía arte, en principio no me consideraba artista. No es algo que me interese tampoco. A mí me gusta hacer, y estar continuamente buscando cómo mejorar algo, cómo inventar algo”, se describe. El “inventor” cuenta que, desde chico, tenía una marcada inclinación hacia la creación. “Me gustaba dibujar. Era malísimo en el colegio porque iba a divertirme, pero ganaba todos los concursos de dibujo. Siempre lo tuve en la sangre”.
Su madre, que se hizo célebre en las pasarelas, también es artista plástica. “Dibujaba muy bien y, claramente, me lo pasó ella (el talento). Yo laburo todos los días para no perderlo. Igual, no es un laburo porque lo disfruto mucho”. Cuando terminó el colegio estudió diseño industrial. “No terminé la carrera porque un día me enamoré de la escultura en la talla de madera y me dije tengo que hacer esto”.
En su marca, Primitiva, cuenta con un equipo que le permite realizar esculturas y muebles por encargo. El trabajo de pulirla se transformó en una obsesión. Quería lograr que fuera más fácil el proceso porque quería producir más cantidad: “El diseño industrial me dio mucho sentido de la forma en 3D. Cuando empecé a tallar tenía un alto nivel de líneas y de perfección. Mi camino era por ahí. Nadaba como pez en el agua”. Es autodidacta y su producto es fruto de su propia experiencia.
"A mí me gusta hacer, y estar continuamente buscando cómo mejorar algo, cómo inventar algo"
El trabajo de pulir la madera, asegura, lleva mucho tiempo, obsesión y esfuerzo. Una vez firme en el trayecto que seguiría, comenzó a buscar maderas: “Me crie veraneando en Bariloche y los lagos tienen unas maderas increíbles. De chiquito las buscaba y las coleccionaba. Siempre me llamaron la atención y, luego, empecé a pulirlas”. Hasta que un día encontró una quemada que cambiaría su forma de trabajar para siempre. La raspó contra la arena y descubrió que la tarea se tornaba más fácil. “Empecé a quemarlas y se me abrió un mundo que no conocía, de casualidad. En ese entonces no había nadie que lo hiciera”, dice.
El proceso de quemado es transformador. “Lo que hace es florecer la textura de la madera. Cada una tiene su textura, hay algunas con más vetas que otras. Nosotros siempre las pulimos al punto más suave posible”, describe. ¿La forma? La que deja el fuego, que cumple el rol de escultor. Cuando se queman, las maderas reaccionan de distinta manera y, con el tiempo, se vuelven color madera. “Tengo esculturas de 2006, quemadas, que hoy ya están rubias. Se pueden volver a teñir. Yo digo que las que vuelven a color madera coronaron. Eso sólo pasa con el tiempo”. El quemado, sin embargo, no reemplaza al pulido.
El proyecto tiene una clara conciencia de la sustentabilidad. “Mi parte no sustentable, por decirlo de alguna manera, es la carpintería, donde fabrico la mesa en las medidas que me piden, con madera comprada. Y después la intervengo, la quemo”, dice. Por cada pieza que vende, Blaquier hace una donación a una fundación para plantar árboles. “Con eso me contento un poco, porque la verdad es cruel”. El costado sustentable consiste en buscar troncos en medio de la naturaleza.
En Primitiva hay momentos en los que se producen, alternadamente, más objetos o más muebles. “Lo que me falta son más manos y tiempo, como a todos. Pero continuamente hago de las dos”. En 2017 siguió el rastro de los incendios forestales que azotaron la Patagonia y La Pampa y, como resultado, creó una serie de esculturas y un documental llamado Pyro. “Poner en equilibrio las fuerzas, la destructora y el resurgimiento, al ser humano y sus líneas rectas, con las formas orgánicas de la naturaleza, me hace creer que detrás de todo lo malo se esconde algo bueno”, dice.
A futuro, Blaquier planea llevar sus creaciones a una escala aún más sustentable aprovechando la energía del viento o del agua para replicar la erosión de las maderas. Además, su intención es aprender distintas técnicas primitivas. Por ejemplo, pulir huesos o trabajar con el barro. Se reconoce admirador de la artista Désirée de Ridder “porque hace lo que a mí me gusta: hacer algo con lo que tengo alrededor. Yo me voy a cualquier lado y puedo hacer lo que quiero. Ahí hay un mundo para aprender y eso te lleva a otra cosa, a las técnicas primitivas, a los que tallan piedras, a los que trabajan huesos. Voy a ir por ahí”, asegura.
La saga artística promete continuar más allá de Eduardo. Su hijo Simón, de 16 años, heredó el talento del dibujo. “Somos una réplica, pero está en otra y todavía no lo quiero meter en el taller. Sé que tiene la capacidad porque dibuja como los dioses, pero no lo quiero apurar”. Asegura que cuando su hijo aprenda el oficio, si es lo que decide, podrá viajar a cualquier lugar del mundo y trabajar con las manos y el fuego.
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