Pulgas que se comen y hostias que duelen
En los países donde se habla español, detrás de la gramática común hay diferencias de léxico que pueden dejar incomunicado al más experto
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Hay quienes piensan que viajar o emigrar a países que hablan español es más sencillo. Pero detrás de la gramática común hay diferencias de léxico que pueden dejar incomunicado al más experto.
El Atlántico separa a Latinoamérica en palabras que dejaron de usarse en la península al punto que ya no son reconocidas. La más obvia es la connotación sexual de palabras cotidianas. Se aprende rápido que correr el tren o coger el tren tienen connotaciones distintas en España y en Argentina. Pero hay palabras inocentes que son tan incomprendidas como irreemplazables.
En España se puede decir meticuloso, minucioso, pulcro, esmerado, detallista, pero ninguno de esos términos es equivalente a prolijo, que los sintetiza a todos
No he encontrado equivalente a prolijo. Cuando pido a mis alumnos una entrega prolija, me miran con más extrañamiento que cuando los trato de ustedes y piensan que pongo con ellos tanta distancia como la que va del vos al usted. En España se puede decir meticuloso, minucioso, pulcro, esmerado, detallista, pero ninguno de esos términos es equivalente a prolijo, que los sintetiza a todos.
Hay otras diferencias más peligrosas. Te voy a dar una hostia es una amenaza. Darse una torta casi siempre es un buen golpe. Si es galleta, está lejos de la torta argentina, que en España es pastel, si es de fiesta, o bizcocho, si es bizcochuelo.
En las tiendas las palabras pueden complicar las compras. Cuando pregunté en Zara por un saco, me dijeron que eso lo daban en la caja, para cargar la compra. Que lo que quería era una chaqueta
Si es difícil encontrar vivienda para vivir en España, mucho más cuando la inmobiliaria detecta que venimos del sur por preguntar el precio “del departamento”. En España es un piso, apartamento o estudio, de mayor a menor según las dimensiones.
En las tiendas las palabras pueden complicar las compras. Cuando pregunté en Zara por un saco, me dijeron que eso lo daban en la caja, para cargar la compra. Que lo que quería era una chaqueta. Y así, remera es camiseta; pollera, falda; y buzo, sudadera. Que no se enteran si se pide con las palabras argentinas.
Lo mismo pasa con palta, damasco, frutilla o ananá, respectivamente aguacate, albaricoque, fresa y piña. La cosa empieza a complicarse con productos que en Argentina tienen poca variedad pero que el culto gastronómico peninsular complejiza al punto de confundir cuál es el equivalente a durazno, si melocotón, presco, paraguayo o nectarina.
Lo que en Latinoamérica es sándwich, o más sánguche, en esdrújula porteña, en España exige un diccionario completo. Pedir un pan con algo puede demandar un máster en semántica aplicada para hablar con el mozo. El turista eventual puede pensar que es equivalente a un bocata. Pero puede también ser bocadillo, montado, chapata, pulga, o mollete, si es en el sur, dependiendo del hambre y los ingredientes.
Si uno pide una tostada, no espere el desayuno continental porque se interpreta tosta, más cerca de una comida entera si es de las que pone ingredientes varios acompañando el jamón. Que aquí es serrano o ibérico, variantes muy distinguibles donde los latinoamericanos solo vemos jamón crudo.
En las clases de Lingüística, los esquimales suelen ser el ejemplo para ilustrar cómo una cultura puede tener más de treinta palabras distintas para nombrar lo que, para el resto del mundo, es simplemente nieve. Para quien vive en un contexto donde solo hay agua congelada las sutilezas cuentan.
En España eso aplica para el pan, que es una declaración de identidad regional. Las panaderías se parecen más a una carta de vinos kilométricas, de esas que declaran variedades donde solo vemos blanco y tinto.
No es que no haya variantes en la Argentina, sino que España puede ser un asunto más separatista que Puigdemont. Es arduo distinguir entre hogaza, francesilla, barra, pistola, viena, mollete, chapata, pan de cristal, cada uno con su corteza y orgullo local, sin traducción simultánea.
Siempre me interesaron los idiomas. Intenté aprender seis, adquirí malamente dos, y pensaba que era profesora de lengua “española”. Eso antes de sentirme lost in traslation en las cosas cotidianas. Nadie me avisó que iba a requerir tanto esfuerzo hablar el mismo idioma.
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