Alta Fidelidad. Folklands: la música de Malvinas
Heredado del jazz, el solo de batería siempre fue un artilugio exagerado en el rock. Parte de la pirotecnia de los festivales y los shows de estadios podía anunciar un cambio de vestuario de las estrellas o representar una rutina de destreza y fuerza. Es un rasgo setentista, de todos modos. El punk y todo lo que vino después terminaron con el cliché. Por eso este es el solo de batería más significativo que recuerde. Lo está tocando Rubén Otero (55) que forma parte de Get Back, una banda tributo a los Beatles. Otero es un baterista-cantor como Javier Martínez o Phil Collins, y sus excursiones percusivas son interrumpidas por palabras que no se cantan sino que se dicen fuerte como si fueran cartelería luminosa intermitente. "Tripulación: 1093"; "1982"; "Margaret Thatcher". Es ritmo y palabra de un sobreviviente del hundimiento del Crucero General Belgrano. Lo está tocando en la sala Casacuberta del Teatro San Martín en el ensayo general de Campo Minado, la obra de Lola Arias que reunió a no-actores veteranos de Malvinas: tres argentinos, dos ingleses y un nepalés (gurkha). Otero golpea y dice y es lo mismo: se saca de encima la peste de la guerra. Sobrevive una y otra vez al hundimiento.
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Miguel Tomasín (55) es de la misma generación de argentinos que Galtieri mandó a la guerra. Tiene síndrome de Down y no solo es el baterista sino también el símbolo de Reynols, un grupo avant garde de Buenos Aires que el mundo reconoce como una de las experiencias más inauditas en el límite del ruidismo y el arte conceptual. Tomasín, a diferencia de otras experiencias con gente que tiene Down, no se adaptó a la lógica de lo que se considera "música". No es admirable porque puede cantar o tocar el piano como nosotros (lo que habilita a observaciones piadosas) sino porque deja fluir palabras de un idioma desconocido y su ritmo en la batería no se parece a nada que se haya escuchado. No tuvo que adaptarse. Alan Courtis y Moncho Conlazo lo contienen y siguen y lo hacen protagonista aún en las obras en las que no formó parte.
La cara de Tomasín está al frente en la tapa del disco Deportation Symphony que Courtis y Conlazo hicieron después de que se les prohibiera ingresar a Inglaterra en 2003. "El 9 de marzo no nos permitieron la entrada al Reino Unido. Esta pieza fue concebida durante las seis horas de detención previas a la deportación. Hicimos está música tocando solo las fotocopias que nos dieron en el Servicio de Inmigración. Estamos tristes porque a raíz de políticas absurdas, los británicos no pudieron disfrutar de nuestra música. Como fuera, sí tocamos espiritualmente en Londres. La música nunca podrá ser deportada", dice el texto en inglés en la contratapa del disco simple (¡editado en Inglaterra!) que contiene dos obras: "Don’t cry for me England" y "Cry for me Argentina". Deportation Symphony es ruido de hojas procesado, una especie de viento que fluye en estéreo. Y como el solo de batería de Campo Minado ese es también el sonido del conflicto, retardado y a las puertas de Londres. Cuando Malcolm McLaren vino a la Argentina a participar de arteBA en 2008 se llevó un disco firmado por los tres Reynols. Tomasín había estado en Londres en 1977 cuando Mc Laren era manager de Sex Pistols. Seguía el destino de su padre, un capitán de navío de la Armada.
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El 2 de abril de 1982, cuando las tropas argentinas desembarcaron en Malvinas, el número uno en el ránking británico lo ocupaba un engendro alemán (en la onda de Boney M) llamado Goombay Dance Band con el hit "Seven Tears", que permaneció tres semanas en lo más alto. "Siete lágrimas fueron derramadas en el río, siete lágrimas siguen su camino hacia el mar, si alguna vez alcanzan aguas lejanas…", empieza el coro que precede a un beat del estilo del concurso Eurovision. En Campo Minado, los veteranos manejan cámaras y se entrevistan entre ellos. Un argentino le pregunta a un inglés: "¿Hay alguna música que le recuerde a la guerra?" "No, ninguna música". Yo sí recuerdo lo fuerte que era escuchar "No bombardeen Buenos Aires" por Radio del Plata en un grabador Nippon cuyas lucecitas led se encendían al compás de la voz y el piano de Charly García . "Los gurkhas siguen avanzando; los viejos siguen en tevé". Las palabras ritmadas estimulaban la minúscula pieza de luminotecnia en el doloro after de la guerra. Era 1982. Al joven Otero lo habían subido al Belgrano y a Stephanie Nuttal, baterista de un grupo under llamado Sumo, la habían repatriado sus padres pagándole el regreso a Manchester por miedo a lo que podía pasarle a una chica inglesa en la Argentina durante la guerra. El sonido casi amateur de ese temprano Sumo se replica, creánlo, en la banda que los veteranos armaron para tocar en Campo Minado. Que esta noche es la mejor banda de pospunk que se pueda ver y escuchar en Buenos Aires.