Como pez en el agua
"MI primer soneto aconteció en 1915", dice en el apéndice a este libro Juan Filloy, perpetuo joven de nuestras letras que ha doblado la esquina del siglo. Infrecuente en el recato de su perfil público, de sus casi cincuenta libros confesos sólo algo más de la mitad conoció la edición, y pocas de esas ediciones han tenido difusión relativamente amplia. Sonetos aparece en momentos en que Losada reedita dos de sus novelas más conocidas, publicadas por vez primera en los años 30 y reeditadas por Paidós en los 60, que hasta hace unos años podían encontrarse aún en el rincón de alguna librería: Op Oloop y ¡Estafen!
En el mencionado apéndice, afirma Filloy tener escritos cerca de novecientos sonetos, cifra sólo superada por Lope de Vega, seguramente el más prolífico de los autores de todos los tiempos. Éste es, sin embargo, el primer libro del género que Filloy da a la luz pública, merced, según dice, a la gestión de un amigo, y que ha tenido, justo es mencionarlo, el auspicio de la Municipalidad de Córdoba.
Al igual que los títulos de todas sus obras, Sonetos se compone de siete letras. La fidelidad a esa numerología personal se transmite en este caso a la estructura del libro, compuesto por siete "manojos" de siete sonetos cada uno, haciendo un total de cuarenta y nueve.
Moviéndose en el género como pez en el agua, el autor ejercita con igual soltura la vena jocosa y la grave. Con todo, incluso en esta última se deja ver aquí y allá algún trazo que denota cierto toque personal de un sentido del humor siempre presente en su obra, como el que se percibe en estos versos: "Y puesto que darás, ¡yo no te pido!"; o "serás la fe de erratas de mi vida"; o "Los premios del amor, como en las rifas,/ más que premios son trágicas usuras".
El "Primer manojo" es el único que podría adscribirse por entero a la vena jocosa. A él pertenecen estos diez versos que, a mi juicio, encierran lo mejor del libro: "No diré que tu frente es de diamante/ ni tus labios dos límpidos rubíes/ ni los dientes que muestras cuando ríes/ dos hileras de perlas de Levante ... // No diré que fulgura rutilante/ el zafir de tus ojos si sonríes/ ni que es oro el cabello con que engríes/ el alabastro de tu tez fragante ... // No lo diré jamás porque yo quiero/ que sepas que soy bardo y no joyero". (86 páginas).
Pablo Ingberg
(c) LA NACION