
Con la gentileza de la claridad
En esta entrevista, el escritor Juan Forn habla de la fecundidad del silencio y de su libro La tierra elegida (Emecé), recopilación de ensayos sobre literatura y artes plásticas
1 minuto de lectura'
La conversación se desarrolla en una habitación desnuda. Apenas una pequeña mesa y dos sillas, justo en el centro. La razón parece obvia: desde hace algunos años, el entrevistado vive en una ciudad chica de la costa atlántica y está de paso en ese departamento porteño. Podría ser sólo un dato, pero a poco de empezada la charla, se advierte que ese espacio vacío, disponible, es en cierto sentido análogo a la condición anímica de quien responde cada pregunta con paciencia y sin apuro.
En su retiro cerca del mar, Juan Forn dejó atrás la agitada vida de editor y periodista cultural que llevó durante dos décadas. Con ese gesto creó un vacío. Y después lo llenó de libros. Precisamente en ese despojamiento, en esas lecturas, germinaron los textos que componen su último libro, La tierra elegida (Emecé), que reúne una serie de crónicas que el autor publicó en el suplemento Radar del diario Página/12 a lo largo de los últimos años. Allí Forn indaga en la correspondencia entre la vida y la obra de conocidos personajes de las letras, la plástica o la arquitectura (Kafka, García Márquez, Pessoa, Isaak Babel, Albert Speer, Leonardo, entre otros) y en la naturaleza misma del arte de narrar, para ofrecer más de una veintena de historias que, gracias a una certera destilación de los muchos y reveladores datos reunidos, se dejan leer como verdaderas piezas de ficción.
Ese despojamiento previo, ese cambio, indispensable quizá para la factura de un libro que insumió incontables horas de lecturas, no fue una decisión premeditada. "Entre 2000 y 2001 me pasaron dos cosas muy fuertes -cuenta Forn-. La primera, el nacimiento de mi hija. Yo tenía 40 años y ya daba por perdida la posibilidad de ser padre. Fue una gran alegría y al mismo tiempo un replanteo drástico de las prioridades. Yo escribía a la noche, cuando volvía del diario, y el lugar donde escribía se convirtió en el cuarto de mi hija. Segundo, tuve una pancreatitis. Estaba perfecto y de pronto me veo doblado en dos de dolor. Ambulancia, hospital y después los médicos que dicen que debo aplacar mi ritmo de vida. Cero estrés. En ese momento yo estaba editando Radar, había hecho unos fascículos de pintura argentina, acababa de publicar Puras mentiras y estaba en plena reescritura de mis tres libros anteriores (Corazones, Nadar de noche, Frivolidad), que iban a ser reeditados. Pero el nacimiento de Matilda, sumado a este episodio, nos hizo tomar a mi mujer y a mí la decisión de irnos a vivir fuera de la ciudad."
La montaña o el mar. Esa era la cuestión. Como desde Buenos Aires la montaña parecía demasiado lejos, se impuso la costa: Villa Gesell, donde ya residía un entrañable amigo de Forn, también escritor, Guillermo Saccomanno. "Allí están los que participaron de la quimera del viejo Gesell, los primeros hippies, los que se guardaron en la época de la dictadura, los que han escapado de la gran ciudad. Todos somos náufragos en Gesell y tenemos una cosa en común: queremos vivir cerca del mar."
-¿Fue difícil adaptarse al cambio?
-No fue fácil, pero en Gesell descubrí que estaba cansado del mundanal ruido. Literalmente. Yo me consideraba una persona enfermizamente sociable. He sido callejero toda mi vida. Con la pancreatitis me prohibieron el alcohol y eso volvió tediosos los bares. Allá descubrí que me gusta estar solo. De todos modos, no hice otra cosa que seguir una larguísima tradición: la de aquellos escritores que se repliegan y dejan la ciudad por dos motivos. Primero, porque quieren estar consigo mismos y luego, porque es mucho más barato y placentero vivir en un lugar donde el dinero no lo rige todo. Yo no llevo plata en el bolsillo en Gesell.
-¿Cómo empezaste a llenar las horas una vez establecido?
-Lecturas. Volví a leer como leía a los veinte años. Los médicos me habían prohibido trabajar. La orden era no hacer nada, reposo absoluto. Para los médicos, leer forma parte de ese no hacer nada, de modo que tenía carta blanca. A mí no me gustaban los libros largos y he descubierto que ahora no sólo no me arredra un libro de mil páginas, sino que muchas veces me estimula.
-Muchos de los textos de La tierra elegida parten de la lectura de libros voluminosos...
-Las memorias de Speer (el arrepentido arquitecto y luego ministro de Armamentos de Hitler) tienen 1200 páginas y su biografía, otro tanto; para el texto sobre Tostoi leí sus diarios e infinidad de ensayos. Y así con buena parte de las crónicas del libro.
-¿No era un trabajo titánico para luego escribir sólo un artículo?
-Saccomanno me decía que estaba loco, leyendo todos esos libros para una simple nota. Poco después yo le comenté que no podía avanzar en la novela que estaba escribiendo. Me sentía ridículo, estaba en un lugar idílico, con todo el tiempo del mundo, con una muy buena historia entre manos, y nada. "No te sale porque vos en realidad estás escribiendo otro libro -me dijo-. Toda la libido y el goce de escribir los ponés en esas notas." Tenía razón.
-Algunas de las crónicas del libro tienen un carácter más ensayístico, mientras que otras se recuestan sobre la vida del personaje en cuestión. Sin embargo, se percibe una constante: la voluntad de construir historias.
-Yo me creía escritor porque en el centro de mi concepción literaria estaba la ficción, pero descubrí que el centro de mis desvelos es el relato y no la ficción. Como escritor tenía la sensación de que estaba caminando por un pasadizo cada vez más estrecho, y de pronto desemboqué en un enorme salón donde convergen distintos caminos. Por ejemplo, el modo en que hoy se cuenta la historia, la forma en que se encaran las memorias, cierto ensayo sociológico, las variantes del nuevo periodismo o la biografía; todos esos cruces generaron un espacio común muy atractivo. Quiero explorar todas las posibilidades de lo narrativo y en estos textos lo que hice es camuflar de periodístico un artefacto literario.
-Algo parecido decís en el artículo sobre García Márquez, cuando afirmás que combina sin pudor todo aquello que funcione para contar una historia.
-Claro. También lo ha hecho Joseph Roth; y George Plimpton, cuando inventó la biografía coral. Y Pessoa. ¿Qué es el Libro del desasosiego? ¿Una novela? A mí lo que más me gusta es descubrir que detrás de toda piedra que levantes hay una historia, un relato.
-El texto sobre la película Historias mínimas parece clave en ese sentido.
-Bueno, pasar de los grandes relatos a las pequeñas historias es toda una declaración de principios. Vos me preguntabas en qué cambió mi manera de ver la vida y yo creo que ese texto lo explica bastante. Es un punto de inflexión en el libro.
-Incluiste un artículo sobre Berger y su novela Un pintor de hoy. ¿Qué te atrae de su escritura?
-Es un escritor al que redescubrí. Yo había leído su trilogía (De sus fatigas) a toda velocidad, en un momento en que no estaba para nada en sintonía con él. Lo que me gusta de Berger es la idea de usar el relato como moneda de cambio, como esperanto para comunicarse. Berger es capaz de sentarse con el vecino de su casa, un campesino, y ponerse a hablar con él de Giotto o de Picasso. Es que la literatura y el arte son inclusivos por definición. La buena literatura siempre te recibe con los brazos abiertos. Por eso ese esnobismo de decir "García Márquez no me gusta porque le gusta a mucha gente" o "Me pudre un poco la coherencia de Berger", toda esa clase de petulancia fatua de los ambientes intelectuales me revienta. Y lo digo habiendo incurrido yo mismo en ese pecado.
-En este libro dejás la ficción y abordás la crónica o mejor, un género que podría calificarse de mestizo. ¿Eso implicó una vuelta de tuerca consciente en tu estilo?
-Por un lado, el periodismo te obliga a ser claro y a mí siempre me gustó ser claro y preciso. Pero lo que encontré es un medio tono que genera intimidad y que no abruma con información. Había algo en los ensayos de Calvino, Borges o Edmund Wilson que me fascinaba. Todos ellos tienen un conocimiento muy profundo de aquello de lo que están hablando, pero tienen la enorme gentileza de tratarte como un par. Con ellos, mientras estás leyendo un artículo sobre Joyce sin haber leído antes una línea de Joyce, vos sentís que sabés de Joyce. Conseguir ese estado de complicidad con el lector para mí era indispensable. Después estaba el problema de cómo seleccionar toda la información reunida para que los datos se integraran a la historia y en el camino no se cayera ninguna de todas esas pelotas que hay que mantener en el aire.
-Has dicho que éste es el libro donde mejor te ves reflejado. ¿De qué modo?
-Soy escritor porque primero me gusta leer. Y este libro es producto de mi pasión y mi amor por la lectura. Son textos que de algún modo muestran mi mejor yo, porque la oportunidad de hablar de libros que te gustan mucho es una oportunidad de estar con tu mejor perfil.
-En el libro hay también un rescate de ciertos escritores mitteleuropeos, como Sandor Marai y Joseph Roth.
-Estoy interesado en los escritores mitteleuropeos. Marai, Roth, Canetti eran hombres que en medio de las ruinas del caído imperio austrohúngaro quedan colgando de la nada y le exigen al mundo que viene que sea mejor; y si no puede ser mejor, que pase por sobre sus cadáveres. A mí eso me parece conmovedor y encuentro un correlato con nuestra realidad. Los argentinos hemos perdido, si alguna vez la tuvimos, la idea de patria, aunque en el terreno individual siga habiendo momentos gloriosos de dignidad. Además, y ya a nivel global, cuando pongo la oreja contra el piso como hacían los indios, oigo el resquebrajamiento de un sistema. La clave del capitalismo actual es incorporar al mercado cualquier valor que anda circulando por ahí y pasarlo por el tamiz del dinero. El consumo es instantáneo, todos somos hijos de la cultura del zapping. Ahora, en términos de relato, ¿qué quiere decir esto?
-¿La fragmentación que disuelve el sentido?
-Sí, pero además, ¿a qué le teme el sistema más que a nada? Al silencio. Porque cuando vos hacés un texto largo, aparecen momentos de respiración. Aparecen pausas. Hoy los medios temen el silencio, que funciona como un espejo y te sorprende como cuando de pronto te ves reflejado en una vidriera y te encontrás demacrado. En la cultura actual nada da más miedo que el silencio, y el relato como idea del mundo, o como manera de ver el mundo, necesita del silencio para ser elocuente.
-¿Extrañás aquellos años como editor de Planeta o al frente de Radar?
-Aquello había perdido la magia. Yo llevaba cinco años dirigiendo Radar y me había impuesto la obligación de estar al tanto de todo lo que pasaba en la ciudad. Tenía la cabeza repleta de información. Eso se vuelve adicción, te convertís en un fetichista de la novedad. La adrenalina que genera la ciudad fue el combustible con el que funcioné hasta cierta edad, pero mi organismo empezó a pedir otra clase de combustible. Ahora dejé esa butaca libre y prefiero que otro la ocupe.
-¿Habrá una vuelta a la ficción?
-Sí, tal como lo anuncia el último texto del libro, que gira alrededor de la historia de Madame Butterfly. El detonante es una historia familiar. Será una novela. Creo que argumentalmente será la novela más sólida de las que he escrito hasta ahora.
1- 2
Un empleado de los Elencos Estables de la Nación se arrojó por la ventana del Palacio Libertad tras ser advertido en camarines donde había menores
3Entre el bosque y el mar: lanzan Pinamar Contemporáneo, un nuevo programa de obras de arte en el espacio público
47 recomendados de arte y cultura para esta semana


