Contra la cursilería
El crítico apunta sus dardos hacia cierta pintura complaciente y amable que ha hecho un hábito de la copia adocenada.
SE cumplió recientemente el cincuentenario de la aparición del célebre artículo "Vanguardia y kitsch", del crítico norteamericano Clement Greenberg, publicado originariamente en Partisan Review. El aniversario no pasó inadvertido en los medios especializados, que le dedicaron diversos estudios.
En esas páginas, Greenberg dice que la vanguardia se preocupa, más que por imitar la naturaleza, como lo hace la pintura académica, por problematizar la imitación. Es lo que hacen Picasso, Braque, Matisse, Max Ernst. También, se interesa más por el acto expresivo mismo que por el contenido de ese acto. En el kitsch, por el contrario, importan antes que nada los efectos que produce la obra, pero de manera que éstos puedan ser aprehendidos inmediatamente, sin ninguna reflexión. Por ello, el kitsch es aceptado por gran cantidad de personas, mientras que las obras de arte de vanguardia sólo pueden ser comprendidas tras madura reflexión y por escaso número de personas.
Greenberg, editor de Partisan Reviewy crítico de arte en The Nation en los años cuarenta, señala la existencia de un arte academicista, en el que nunca se abordan cuestiones importantes y en el que la actividad creativa se reduce al virtuosismo y a los pequeños detalles de la forma. Es un arte en el que todo se deduce por el precedente de los viejos maestros y los mismos temas se repiten mecánicamente sin producir nada nuevo.
Medio siglo después, la cultura academicista a la que se refiere Greenberg, se manifiesta en las distintas versiones del "arte cursi", así llamado para evitar las connotaciones, ligadas a la industria cultural, que adquirió el término kitsch.
La palabra castellana cursi está emparentada con lo camp y lo kitsch, también con expresiones inglesas como shoddy (con apariencia superior a la realidad, de mala calidad, de pacotilla) y francesas como ponticif (vulgaridad, trivialidad). En 1869, el diccionario de la Real Academia aceptó varias acepciones del término: "Dícese de la persona que presume de fina y elegante sin serlo; aplícase a lo que con apariencia de elegancia o de riqueza, es ridículo y de mal gusto; dícese de los artistas y escritores o de sus obras, cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados".
Umberto Eco recordaba, como ejemplo de la estética cursi, las novelas de Carolina Invernizio, "escritas para las modistillas turinesas del siglo pasado". En nuestro idioma, un ejemplo similar es el de Corín Tellado, escritora asturiana que a mediados de los años sesenta vendía más libros que Borges, Carpentier, Asturias y Lezama Lima juntos y que, según un informe de la Unesco, es la autora en lengua española más leída del mundo, después de Miguel de Cervantes.
La pintura cursi
No es difícil identificar los modelos más característicos del arte cursi. Los catálogos de los remates de arte latinoamericano de las casas Sotheby´s y Christie´s contienen un buen repertorio de imágenes de ese tipo. Allí abundan los bodegones de Claudio Bravo (n. 1936), de un realismo ilusionista asombroso, llenos de objetos, como vasos y huevos con brillos efectistas. También están los paisajes de Tomás Sánchez (n. 1948), cuidadosamente pintados de manera que se puede ver el césped del prado, las hojas de los árboles y las nubes algodonosas. Entre los que representan figuras humanas con todos los trucos del realismo industrial, está Santiago Carbonell (n. 1969). Muchas veces, rozan peligrosamente esta órbita las pinturas y esculturas de Fernando Botero.
Un recorrido por las galerías y casas de remate de Buenos Aires daría un resultado similar: pastiches de impresionismo; apelaciones al nacionalismo; caballos con pelaje brillante, perros de caza o graciosos perros domésticos; desnudos pintados cuidadosamente, con detallada atención al color de la piel y al claroscuro; seudosurrealismo literario y abstracción decorativa.
No puede confundirse ese universo del arte cursi con el kitsch, que todos los autores han identificado con los enanitos de terracota de los jardines, con las falsas esculturas clásicas vaciadas en cemento, con los souvenirs turísticos comprados en Mar del Plata, con el adorno del aparador. Este repertorio integra una imaginería popular (lo cursi bueno) que cumple un auténtico papel cultural. El arte cursi malo o presuntuoso, que se vende y se compra en galerías y en remates -muchas veces a precios altos-, pertenece a otros grupos sociales y es una de las posibles formas en que se manifiesta el mal gusto de las clases superiores.
Este arte, como decía Ramón Gómez de la Serna en su famoso ensayo sobre lo cursi, produce "calambre al espíritu". La inmovilización espiritual, según el escritor español, es el efecto causado por la repetición de formas y modelos: "es abundar en lo que sin abundancia está bien, empalagar con lo que en su sobria dulzura es noble, convertir en zalamería lo que en su conmovedora sobriedad sería un encanto". La redundancia de lo cursi, continúa Ramón, "es lo que mata, promoviendo la sensible cursilería".
Lo cursi promueve el disfrute de sensaciones que pertenecen a la esfera de lo conmovedor, lo sentimental y lo emotivo, "como si" fuera auténtica experiencia estética. La copia o la imitación es cursi cuando pretende no serlo, esto es lo que la diferencia de la copia de Cindy Sherman, Sherrie Levine, Jeff Koons y otros creadores contemporáneos. Estos aceptan la copia irónicamente, con carácter crítico. No la disimulan con el enmascarador "como si" de la cursilería.
Lucha heroica
Para Greenberg, el modernismo en pintura, desde su comienzo con Manet y los impresionistas, mantuvo una "lucha heroica" contra la intrusión del mal gusto, de lo kitsch o lo cursi en el mundo del arte. Por ello los artistas debieron ser constantemente nuevos ; como Cézanne, Gauguin, Seurat, Van Gogh y muchos otros tras ellos.
El arte vanguardista ha estado en continuo proceso de "desdefinición", según la expresión acuñada por el crítico norteamericano Harold Rosenberg. El arte modificó sus límites sin cesar desde antes de fines del siglo XIX; pero el proceso se intensificó notablemente desde los ready-mades de Duchamp hasta las máquinas que se autodestruyen de Tinguely y las obras conceptuales de Kosuth.
El arte contemporáneo siempre está en una actitud de apertura o inauguración; en sus experiencias no hay nada seguro ni previsible. ¿Quién podía esperar, en 1910, la aparición del arte abstracto, o en 1947, la de la action painting ? Por lo contrario, en el arte cursi, todo permanece igual: el falso impresionismo sigue pareciendo impresionismo, los pastiches seudosurrealistas siempre parecen surrealistas.
En el arte cursi, finalmente, todo es experiencia sustitutiva y falsa sensación. Como dice Greenberg, este arte "no pretende requerir nada de sus clientes excepto su dinero". Por el contrario, la vanguardia, con sus obras enigmáticas y complejas, solicita una experiencia diferente: es como una máquina de comunicar que hay que poner en funcionamiento. Pero no existe un manual con instrucciones para el uso como en los artefactos domésticos: el espectador debe deducirlo sólo.