Héctor Saraví se identifica con un término que en la antigüedad se empleaba para describir tanto a quien desempeñaba un oficio como a quien ejercía un arte: artifex. Un hombre que hace, eso es un artífice. Escultor, especializado en piedra, vive sin estrés ni obras propias. Por eso la muestra que lleva su nombre y que hasta el domingo se exhibe en el Pabellón de las Artes de la UCA, en Puerto Madero, fue una de las más difíciles que le tocó montar a la directora de ese pabellón: para armarla tuvo que reunir los trabajos del artista desperdigados aquí y allá.
Algunos dicen que lo de Saraví es el arte sacro porque esculpe y restaura imágenes religiosas, pilas bautismales, cinerarios, altares y otras piezas religiosas; otros lo describen como un artesano marmolero que hace morteros, placas u otros objetos de uso cotidiano. Pero él manifiesta idéntica satisfacción y orgullo cuando trabaja en una estatua como la del santo Cura Brochero, que está en la basílica de Luján como cuando hace la mesada para una cocina.
Su taller, uno de los pocos en la ciudad de Buenos Aires donde se enseña gratis a moldear el mármol y otras técnicas escultóricas, está próximo a cumplir quince años y es un emprendimiento autosustentable que pone a los alumnos en situación real de trabajo. Saraví hace los encargos que recibe de particulares o instituciones con los alumnos que quieran participar. Y distribuye lo que le pagan en el taller, para la compra de materiales, entre los que trabajaron en la obra y el Centro de formación profesional N°15 donde trabajan, que pertenece a la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, de la Villa 21-24, de Barracas.
Después de graduarse en Bellas Artes en La Plata, hace unas cuatro décadas, Saraví obtuvo una beca del gobierno italiano para estudiar seis meses en Carrara, Italia, capital mundial del mármol. Ese fue su primer contacto con tan noble material. Permaneció trabajando allí algunos meses más para poder comprar máquinas y herramientas que en la Argentina no encontraría y que veintitrés años más tarde, en 2004, le permitieron comenzar el taller de escultura en ese Centro de formación profesional que los sacerdotes José María "Pepe" Di Paola y Lorenzo "Toto" De Vedia habían fundado un año antes en un galpón donde hasta poco tiempo antes había funcionado una fábrica, en el barrio de Pompeya.
Di Paola había pensado ofrecer un oficio a los jóvenes y adultos de la Villa 21-24, pero de los más de trescientos alumnos que asistieron desde entonces a los cursos de Saraví no fueron ni son sólo de esa y otras barriadas. "Es que no hay muchos lugares en la ciudad de Buenos Aires donde aprender gratis a esculpir mármol y aquí son dos clases semanales de cuatro horas cada una y la propuesta del profesor es muy interesante", dijo a LA NACION Mariela Bazán, de 25 años, que vive en Palermo y estudia en un terciario de Bellas Artes. Anhela ser profesora de plástica y le fascina modelar con volumen.
Para cuando se creó el Centro de Formación profesional habían pasado más de dos décadas desde que Saraví había dejado de ejercer la docencia. "Me parecía que faltaba algo y no estaba seguro de que lo que enseñaba les sirviera a aquellos estudiantes para defenderse en la vida. Decidí entonces ver si yo podía vivir de eso que venía enseñando y dejé la docencia. Pasé veinticinco años dedicado sólo a las esculturas y al trabajo en mármol hasta que se creó este Centro y fui convocado por su primer director, Daniel Cuicchi. Éste sí era el lugar donde yo quería dar clases porque lo que enseñara podría servir para reinsertar a alguien en el mundo laboral", sigue Saraví. Y agrega: "Lo primero que a uno le viene a la mente cuando piensa en esculturas es Miguel Angel o Rodin, pero este oficio es muy amplio y se puede vivir de esto haciendo trabajos para cementerios, viviendas, iglesias o particulares. Y las mismas técnicas se pueden trasladar a la escenografía o a imágenes publicitarias".
Dos de los actuales auxiliares del taller –Alberto Romero y José Martínez– llegaron hace unos años por distintos caminos, ambos sin haber terminado el secundario. Hoy los dos completaron ese nivel educativo y se graduaron como profesores de Bellas Artes en la Escuela Manuel Belgrano.
En el taller de Saraví, además, se enseña y aplica la técnica del pasado al mármol de esculturas o bocetos en otros materiales. De hecho, una de las obras más importantes de su taller es un busto de Isabel Martínez de Perón que había diseñado en yeso el escultor Enrique Savio para la presidencia de la Nación pocos años atrás.
Recientemente, Saraví se sorprendió con un importante hallazgo entre las manos: el uso del poliestireno expandido o ‘foam’ para las imágenes procesionales, que llevan sobre los hombros los creyentes que peregrinan. Hasta ahora hicieron cuatro esculturas de este material que responde a la expresividad y secado rápido. Mezclan poliol, gas freón e isocianato. Una de ellas, del cura Brochero y pintada totalmente de blanco, se confunde en la muestra con las tradicionales esculturas de yeso. La diferencia es que ésta puede ser levantada prácticamente con una mano.
Cuando LA NACION visitó el taller en Barracas, la semana pasada, el grupo estaba de estreno. Se acababan de mudar a un nuevo espacio, adquirido a través de la ley de mecenazgo, justo al lado de la sede histórica. Las técnicas de escultura se enseñan al fondo de una especie de amplia galería en la que en otros horarios se dicta el taller de mecánica automotriz.
El taller funciona como espacio de transmisión de técnicas milenarias y también es un lugar de contención social. "Vengo para no quedarme en casa y para aprender las técnicas para trabajar el yeso, el caucho y otras cosas", cuenta Salomé Esther Escobar, que vive en la villa 1-11-14, en el Bajo Flores, en una situación muy compleja. Algunas de las piezas que moldea –ha hecho desde calaveras y una imagen del canario Tweety a la figura de una mujer exuberante– las obsequia o las vende. "Esa es la idea, que nosotros podamos obtener nuestros ingresos con esto. Vengo desde hace tres años. A veces estoy todo el día, porque salgo de un curso y entro a otro. Acá te tratan muy bien. Uno encuentra una familia y, aparte, los profesores son muy buenos y afectivos", agrega.
También se reciben alumnos con distintos tipos de discapacidades y a cada uno Saraví les busca una tarea. "Siempre hay algo que pueden hacer y que los satisface y pone contentos. Además, al ver lo que hacen otros tratan de imitarlos de acuerdo a sus posibilidades", comenta.
Un escultor y un barrio
Hasta este rincón de arte y solidaridad llegaron un día el año pasado Cecilia Cavagnah, directora del Pabellón de las artes de la UCA, y el artista plástico Alberto Mac Loughlin, quien junto con su esposa, también artista, Marisa Alvarez Ferreiros, dan un taller de arte, enviados por la UCA, en el jardín de infantes y nivel primario de la parroquia de Caacupé.
"Nos llevó un tiempo y varias visitas a Pepirí –tal el nombre de la calle donde funciona el Centro de Formación– para organizar esta muestra, que resultó probablemente una de las más difíciles de montar, porque se sale de lo convencional y Saraví no tiene obras: sus creaciones están en muchas iglesias del país", confió Cavagnah, quien comparte la curaduría de la exposición con Mac Loughlin. Ambos contaron que en el armado de la muestra participó un grupo de vecinos de la Villa 21-24 porque muchos de ellos, y las capillas que administran, son hoy los propietarios de las obras hechas en el taller de Saraví. Se decidió entonces montar en el Pabellón de las Artes los altarcitos tal como las familias los adornan y sacan a la calle para la fiesta de la Virgen, cada 8 de diciembre. De ahí que al ingresar a al salón principal de la muestra el visitante se sorprenda ante una "escenografía" multicolor con banderines y una treintena de imágenes religiosas.
También se exhiben los estudios en granito de dos imágenes con las que Saraví comenzó el taller, el de un Angel y una Virgen María que le encargaran religiosas benedictinas de San Luis. Ese encargo, en 2004, fue el puntapié inicial para el taller-micro emprendimiento. De unos dos metros cada una, fueron realizadas con los primeros alumnos y hoy ambas se pueden ver en el monasterio de Suyuque, en aquella región puntana.
En otro sector de la muestra se recrea el clima del taller con un banco de trabajo, moldes de caucho, esculturas sin colorear, trozos de mármol y hasta el polvo del trabajo recién hecho y que no está allí. "Uno no hace las esculturas para ser exhibidas", dice Saraví. "No pienso que voy a hacer una pieza para presentarla en tal o cual lugar, sino que todo el día, todos los días, tengo que hacer trabajos en los que el oficio del artista está en juego. Por eso no tengo estrés. Yo me siento una persona que simplemente conoce el oficio. Un artífice".
Para agendar:
La muestra de Héctor Saraví se puede visitar hasta el domingo 2 de septiembre, de 11 a 19, en el Pabellón de las artes de la UCA, Alicia Moreau de Justo 1300. Gratis.
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