Delicioso perfume de época
Durante más de medio siglo, Joseph Mitchell (1908-1996) deslumbró a sus lectores de The New Yorker con sus crónicas sobre las excentricidades de la vida neoyorkina. El afamado periodista nació en Carolina del Norte, pero siendo muy joven se trasladó a Nueva York, ciudad que se convirtió en objeto de su escritura estilizada y elegante. Repartió su vida entre Manhattan y su ciudad natal, Fairmont. Ornitólogo aficionado, estaba convencido de que la imagen más espectacular de la naturaleza era aquella que podemos contemplar sin demasiado esfuerzo: el vuelo de las aves, la construcción de sus nidos, su alimentación. Casado con la fotógrafa Therese Dagny Engelstead Jacobsen, fue amigo de e. e. cummings y de Edmund Wilson, con quien colaboró en varios escritos. A lo largo de los años, recopiló sus mejores trabajos periodísticos en libros que le valieron el premio de la Academia Americana de Artes y Letras: My Ears are Bent , McSorley«s Wonderful Saloon , Old Mr. Flood , Up in the Old Hotel and Other Stories , entre otros. En los Estados Unidos, Mitchell es considerado el "padre" de la no ficción periodística, el creador de la crónica sobre conductas urbanas, el gran perfeccionista de la prosa, que no permitía a nadie ver lo que había escrito sino hasta después de su publicación.
El secreto de Joe Gould reúne dos trabajos de Mitchell, "El profesor Gaviota" y "El secreto de Joe Gould", sobre un mismo personaje. Este era un bohemio del Greenwich Village que se autoproclamaba genio y autor de una supuesta Historia oral de nuestro tiempo , una obra de nueve millones de palabras, escrita en cientos de cuadernos de diez centavos de dólar, material que nunca existió más que en la mente de Gould. El bohemio, proveniente de una rancia familia yankee y educado en Harvard, había llegado en la década del 10 al barrio neoyorkino con el propósito de ocuparse de no hacer nada. Enjuto, barbudo, harapiento, dormía en la calle o en hoteles de mala muerte y se burlaba de la muchedumbre trabajadora y de sus burdas preocupaciones. Mitchell lo conoció y supo ver su condición de personaje fascinador. Compartieron, en antiguos drugstores , desayunos y almuerzos que siempre pagaba el periodista, encuentros durante los cuales Gould divagaba sobre el contenido de su descomunal e insólito libro. Mitchell hablaba de sus intereses literarios: Longfellow, Pound, Malcolm Cowley y Marianne Moore. Gould vivía de la buena voluntad y la limosna de sus amigos artistas, a quienes solicitaba contribuciones para la supuesta Joe Gould Foundation.
A través de las crónicas de Mitchell, Gould se convirtió en una celebridad menor, en un personaje ineludible de la petite histoire neoyorkina. Esos textos permiten recuperar no sólo a aquel personaje fantasmático -a través de una escritura exquisita que transforma a un patético menesteroso en un huérfano casi dickensiano-, sino también al gran autor que lo recreó, incluyéndolo en su galería de seres exóticos y encantadores. Cuando Gould murió, sus amigos del Village buscaron por rincones secretos de la ciudad el conjunto de manuscritos de la Historia oral de nuestro tiempo . Nunca se encontró nada. En su libro, Mitchell devela ese secreto, componiendo un ejemplo inolvidable de esas raras ocasiones en que el periodismo es indubitablemente literatura.
Aquél que marcó las pautas de escritura periodística para muchas generaciones y que fue admirado por escritores de ficción y de no ficción se acerca en este texto a una especie de "Bartleby, el Escribiente", al unir la bohemia y el nonsense en un Joe Gould decididamente literario, visto a través de un nostálgico romanticismo como un "maldito", poseído por una gran ambición estética y entregado con alma y vida a una obra gigantesca que en realidad no existe. El interés de El secreto de Joe Gould está en sus entrelíneas, que cuestionan la frontera que habitualmente trazamos entre la locura y la cordura, y que plantean una sutil diferencia entre la alienación y la soledad trágica del hombre. Se trata, además, de una estupenda reflexión sobre las motivaciones del hecho de escribir y sobre el sentido vital de la escritura, más allá de la estética, el compromiso o la comunicación. No sin sarcasmo y malicia, el texto nos invita a percibir el perfume de otros tiempos, de seres especiales, de pasiones irrepetibles, en una deliciosa pintura de la vieja Nueva York, cuyos rostros y voces ya nunca volverán.