El gran juego de la vida
Tras un largo período de silencio, el poeta Julio Llinás ha publicado en los últimos años varias obras narrativas de insoslayable interés: De eso no se habla (llevada al cine por María Luisa Bemberg), El fervoroso idiota , Fiat lux y, ahora, este Circus que alude, como dice el personaje principal, al gran juego de la vida, a ese circo en el que los hombres se enmascaran y exhiben sus destrezas, sus triunfos y derrotas.
El protagonista, que habla en primera persona, es el propio autor que ni siquiera se preocupa por desfigurar su nombre. Llinás se describe a sí mismo con sus características físicas y, al mismo tiempo, como un ser orgulloso y extravagante, aficionado a las cosas bellas, poéticas y disparatadas.
Huyendo de las vanidades y mezquindades humanas, así como de lo que llama "la siniestra trilogía de la política, la televisión y el fútbol", ha abandonado su exitosa actividad publicitaria y adquirido un campo en la zona de Mercedes para instalarse allí con su esposa psicoanalista, su hijo Mariano, sus perros Kaiser y Nerón y un viejo automóvil. Su talante altivo y autoritario hace suponer a los paisanos que se trata de un coronel retirado, confusión que el escritor no deja de alentar de acuerdo con sus conveniencias. En el campo, hay una tapera habitada por el fantasma de un hombre sin cabeza que pronostica muertes y cura las enfermedades de los crédulos pobladores, inclusive la del mismo obispo. Un amigo de la esposa induce al falso coronel a utilizar el campo -fantasma incluido- para montar un espectáculo pampeano como atracción turística y, a partir de ese instante, la acción, en un bien orquestado crescendo , se precipita hacia un sorprendente y revelador desenlace.
La descripción del campo, de sus personajes y sus costumbres está realizada con estilo enérgico y vivaz. Los gauchos de Circus no son los de Güiraldes o Benito Lynch sino paisanos que van a trabajar en motoneta y usan anteojos para el sol, pero conservan la tradicional nobleza y socarronería del hombre de la llanura. Esa caracterización humana, en la que sobresale la de la pintoresca ex madama de un lupanar, se aplica certeramente a una galería de criaturas creíbles, convincentes. El autor posee la rara habilidad de convertir vicisitudes personales en hechos novelescos, seguramente porque, como él mismo lo afirma, "el interés de una cosa no está en la cosa misma sino en la forma en que es narrada".
Las peripecias de este Julio X, ser extraño que monta a caballo como un gaucho y lleva pistolón en la cintura, que se enamora de una amiga de su mujer, reflexiona muy lúcidamente sobre la euforia de sus compatriotas durante la guerra de las Malvinas -la acción transcurre en 1982- y siente la emoción del campo como un verdadero poeta conforman una historia atractiva y bien escrita cuya lectura no vacilamos en recomendar.
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