El hacedor en La Nación
Desde 1940 hasta su muerte, el autor de Ficciones mantuvo una estrecha relación con este diario. En esta nota se evoca aquel vínculo privilegiado que dejó una huella en la historia de la literatura argentina.
lanacionarUNA tarde de marzo de 1958, Borges entró en las oficinas del Suplemento Literario de La Nación , en el antiguo edificio de la calle San Martín, entre Sarmiento y Corrientes. Le entregó un flamante poema a Margarita Abella Caprile y le pidió que lo leyera en voz alta. La autora de Lo miré con lágrimas y Geografías , tan excelente en el verso como en la prosa, estaba entonces a cargo de la dirección de "Literarias", a la espera del regreso, nunca concretado, de Eduardo Mallea. Los militares que habían derrocado a Perón en 1955 habían distribuido cargos importantes entre notables de la época. Borges sería por muchos años Director de la Biblioteca Nacional en tanto que Mallea se alejaba ya de su puesto de Embajador Argentino ante la UNESCO. Aquella tarde próxima al otoño, Margarita Abella leyó "Límites", la preciosa primicia de Borges, cuyos dos primeros cuartetos emprendían una profunda meditación, digna de los mejores poemas morales:
De estas calles que ahondan el
[poniente
una habrá (no sé cuál) que he
[recorrido
ya por última vez, indiferente
y sin adivinarlo, sometido
a Quien prefija omnipotentes
[normas
y una secreta y rígida medida
a las sombras, los sueños y las
[formas
que destejen y tejen esta vida.
La última estrofa remataba la reflexión con memorable intención autobiográfica:
Creo en el alba oír un atareado
rumor de multitudes que se
[alejan;
son lo que me ha querido y
[olvidado,
espacio y tiempo y Borges ya
[me dejan.
El poeta seguía reconcentradamente la lectura con actitud beatífica, las pupilas en alto y los labios en silencioso movimiento, como en un rezo. Marta Acosta Van Praet y yo, que formábamos parte del Suplemento, éramos testigos mudos de esa epifanía. Pocos días después, el domingo 30 de marzo, "Límites" veía la luz en las páginas del Suplemento Literario de La Nación , como primicia absoluta, multiplicado en miles de copias. Sólo en 1961 Borges iba a incluirlo en su Antología personal y luego, en El otro, el mismo .
Después de Sur , es La Nación la publicación periódica más copiosa en textos borgeanos: casi 170 a lo largo de cuatro décadas, desde febrero de 1940 hasta diciembre de 1984, un año y medio antes de su muerte. Abarcan todas las formas literarias que el escritor utilizó -poesía, cuento, ensayo- y son textos trascendentales, en su gran mayoría incorporados a sus libros originales.
A lo largo de la década del 40 y hasta 1952, Borges destinó a La Nación buena parte de los fundamentales ensayos de Otras inquisiciones , entre ellos "El idioma analítico de John Wilkins", famoso por haber dado origen al libro Las palabras y las cosas , de Michel Foucault. También de ese período datan algunos de sus memorables estudios dantescos, frutos de la lectura de la Divina Comedia , el poema que Borges repasaba mientras recorría en tranvía el trayecto entre su casa y la biblioteca municipal donde se ganó la vida a partir de la muerte de su padre, en 1938.
Dos trabajos de 1954, "Vindicación de Bouvard y Pécuchet" y "Flaubert y su destino ejemplar", persistentes admiraciones de Borges, se incorporaron a Discusión , en la edición de 1957 (en sus primeras Obras Completas , preparadas por José Edmundo Clemente). A estos ensayos se añadieron cuentos como "Funes el memorioso" y "La forma de la espada" (1942), incorporados en 1944 a la primera edición de Ficciones ; y "La espera" (1950) y "El hombre en el umbral" (1952), incluidos en la segunda edición de El Aleph (1952). "El Sur" y "El fin" (publicados en 1953), fueron incorporados en la edición de Ficciones de 1956.
Cada libro de Borges estará representado en las páginas del Suplemento, hasta 1984. En razón de su ceguera, cada colaboración demandaba dos visitas de Borges: la entrega y lectura del original escrito a máquina y la revisión de la prueba de galera. Alguna llamada telefónica proponía a veces alguna modificación. Además, en los últimos tiempos, la corrección solía efectuarse en casa del escritor.
Nada había más importante, en el período previo a la publicación, que esos versos o esa prosa. En ocasiones, interrogándose a sí mismo en voz alta sobre la elección entre dos adjetivos, dirigía la perturbadora pregunta a quien lo secundaba en la corrección. Los poemas, medidos y rimados, le permitían memorizar mejor esos textos que durante varios días impregnaban su mente. Cada sesión de lectura era un ejemplo impresionante de absoluta concentración. A veces Borges situaba su vista en un punto alto e indeterminado, otras veces apretaba sus párpados en la actitud en que lo sorprendió Eduardo Comesaña en una notable fotografía en que Borges, sentado entre otras personas, se aísla ahincadamente.
A lo largo de aquellos años -los arrogantes 60 y los violentos 70-, el recuerdo de esas lecturas rescata la presencia bienhechora de un hombre que vivía en una dimensión superior, un auténtico sabio, un faro para la desdichada Argentina contemporánea. No era un escritor querido por la intelectualidad de entonces. Irritaban sus desafiantes opiniones y hasta su desprecio por las propias conveniencias, descuido insólito dentro del calculador mundillo literario. Algunos quisieron enfrentarlo con Leopoldo Marechal, otros, con Roberto Arlt. Mientras tanto, juicios de ilustres lectores de prestigio internacional lo proclamaban no sólo gran escritor sino también profeta. Se dice que perdió el Premio Nobel -en una de las numerosas ocasiones en que circuló su nombre- por aceptar una distinción chilena en tiempos de la dictadura.
Con motivo de cumplirse en 1973 cincuenta años de la publicación de su primer libro, Fervor de Buenos Aires , el Suplemento Literario de La Nación le dedicó un número con breves juicios solicitados especialmente a cincuenta y dos escritores argentinos y extranjeros. Apareció el 30 de diciembre, precedido por una nota del mismo Borges.
El ensayista francés Roger Caillois lo califica de "monstruo de extrema lógica, que, sin embargo, disimula una extrema sensibilidad, un escéptico implacable que de repente desenmascara indesarraigables convicciones".
El destacado novelista norteamericano John Updike cita dos párrafos de un ensayo suyo sobre Borges y señala la complacencia del escritor en volver a examinar los más primitivos problemas filosóficos [...], su modestia casi oriental, su serena dignidad; esta constelación de atributos estoicos que se reflejan en el hemisferio sur se muestran trastrocados y terribles".
Para Victoria Ocampo, "lo que más le importa a Borges tal vez no sea lo que más me importa. Pero ha sabido decirlo de tal modo que me ha importado como si me importara". Adolfo Bioy Casares confiesa que cuando lo conoció "fue como si me hubiera encontrado con la literatura viva". Ricardo E. Molinari, por su parte, no puede imaginar la literatura argentina sin Borges: "Cuánto le debe la Argentina a este gran escritor sin página ni palabra literaria baldías".
En su texto introductorio, Borges, al proponerse indicar sus preferencias literarias, rescata tres de sus relatos: "La intrusa", "El Aleph" y "El Sur" y dos poemas: "El Golem" y "Límites", éste y "El Sur" publicados por La Nación . Otro número especial, que apareció el 22 de junio de 1986, publicó el diario cuando el poeta murió.
Desde su aparición en el periodismo argentino, y fiel a la vocación humanística de Bartolomé Mitre, su fundador, La Nación abrió sus páginas, invariablemente, a grandes escritores. Entre ellos, Borges ha sido el último de los grandes. Como en el " nobile castello " dantesco que a él le gustaba evocar, en el cual departen, fuera del tiempo, los mayores poetas, imaginamos a Borges junto a Unamuno, a Darío y a su admirado Lugones, quienes dejaron en La Nación el sello de su potente talento.
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