El libro que sacudió un imperio
La publicación de Archipiélago Gulag , de Alexander Solzhenitsyn, en su versión completa y definitiva, con notas del propio autor (Tusquets Editores) renueva la admiración por una obra que, en su tiempo, expresó el hartazgo moral de los habitantes de la URSS ante una colosal mentira ideológica.
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I
EN 1941, a los 22 años de edad, Alexander Solzhenitsyn era movilizado como oficial del ejército soviético y participaba en la guerra contra los nazis. Su comportamiento fue ejemplar. En 1945, ya con el grado de capitán, tres meses antes de finalizar la guerra, fue arrestado y degradado. Había cometido una falta grave: en unas cartas que intercambió con un amigo se había referido a Stalin de modo "irrespetuoso". Esa travesura le costó once años de prisión.
Hasta el momento de su detención, Solzhenitsyn no era un opositor ni un derrotista: fue héroe de la guerra, creía en el socialismo y aceptaba su base marxista. Un par de bromas sobre el Infalible lo tiró al sumidero de una vida "subterránea" que le permitió percibir en plenitud la cara infernal del sistema imperante en su país. Comprendió que todo lo que se movía en la superficie política era mentira . Y que el eje en torno al cual giraba la vida soviética estaba sostenido por esos ochenta recintos pestilentes (gulags) distribuidos a lo largo y ancho del territorio como un archipiélago. Ellos eran la verdad .
También era verdad que poblaciones enteras habían sido diezmadas y desplazadas en su suelo, y que la autonomía de sus repúblicas había sido anulada, por el solo hecho de haber sido ocupadas por el invasor alemán. Fue la suerte de países del Cáucaso, kalmucos, chechenos, ingushos, karachevos y tártaros de Crimea. Este castigo extremo sobre casi la mitad de la ciudadanía soviética no fue una experiencia aislada ni la sola obra del Gran Asesino: fue el resultado lógico de un sistema delirante que había comenzado en 1917 con Lenin. Había que difundir estas imágenes del infierno a viva voz. En prisión, Solzhenitsyn ya "presentía vagamente que un día podría gritar a los doscientos millones de soviéticos" (p. 39).
Ese grito se plasmó en una obra memorable.Su autor salió de prisión en 1956, comenzó a redactarla dos años después y la concluyó luego de nueve años de trabajo. El arresto que padeció aquel joven capitán de 26 años no sólo cambió su vida sino el destino de su país. A partir de aquel momento comenzó a tomar forma una hazaña sin parangón en la historia contemporánea:que un libro echara abajo un imperio.
Esa obra memorable se llamó Archipiélago Gulag . Los originales viajaron clandestinamente a París y allí se editaron inicialmente en ruso, en diciembre de 1973. Las traducciones a las lenguas de mayor circulación se sucedieron como un reguero de pólvora. La primera en castellano la publicó Plaza y Janés de Barcelona en mayo de 1974. Ahora Tusquets Editores lanza el texto definitivo de una versión directa del ruso, con notas y agregados del mismo Solzhenitsyn, en tres tomos. El que tengo en mis manos es el primero, de 800 páginas; luego aparecerán los restantes. Oportuno homenaje de nuestra lengua al gran escritor que, en diciembre de este año, cumplirá los ochenta, ya de vuelta en su tierra luego de veinte años de asilo en los Estados Unidos.
II
En 1989 el imperio comunista se vino abajo desintegrado por dentro. El calificativo más frecuente de los sovietólogos era "implosión". Muchos de ellos se sintieron sorprendidos ante un hecho que no figuraba en sus pronósticos. Raymond Aron -antes de que aquélla se produjera-, señalaba que el imperio era "monolítico" y, por lo tanto, habría que esperar su caída sólo a través de un asedio exterior que no excluiría la posibilidad de una guerra. Sin embargo, la "implosión" se produjo y entre sus escombros se percibieron las emanaciones de un explosivo bien colocado: Archipiélago Gulag . El libro había generado fuera de su país y dentro de él un clima de generalizada autoconciencia, algo parecido a un despertar. Fue la expresión de un "hartazgo moral" ante una colosal mentira ideológica que se hizo insoportable aun para aquéllos que se beneficiaban con ella. El coraje de Solzhenitsyn, su reclamo de sinceramiento a toda costa y de reconocer públicamente el fracaso de una experiencia que duró cincuenta años, tuvo una respuesta oportuna: el imperio cayó sin guerra civil, sin sangre ni ajusticiados, casi por un acto de contrición colectiva.
Es imposible no reconocer la presencia de Archipiélago Gulag en tal efecto. Pero hubo algo más notable aún: el libro era una larga narración literaria, no una construcción teórica para refutar el marxismo, tampoco un alegato jurídico ni un ensayo político que ofrecería a la sociedad soviética un modelo de recambio. No abunda en ideas, no quiere persuadir a nadie: sólo quiere ser un testigo creíble que presenta sus heridas y las de los otros. El método elegido no es el de la demostración, sino la sencilla mostración de una miríada de hechos absurdos y aberrantes que se fueron acumulando a lo largo de once años de reclusión y que el autor relata día por día. Lo hace con un puntillismo detallista que no pierde de vista el gran fresco, al estilo de los grandes escritores rusos. Por sus páginas transitan humillaciones, torturas, infinitas requisitorias sumariales a cualquier hora de la noche, celdas asfixiantes por el hedor, la lucha contra el hambre omnipresente, la suciedad, el excremento, los piojos, la enfermedad, las pulgas, el frío, la falta de sueño, de espacio (que obligaba a dormir de pie), el robo, la promiscuidad, la agresión de los delincuentes comunes, los traslados interminables de un gulag a otro.
III
Pero también las condenas "extrajudiciales" por ausencia de un Código Penal que, cuando llegó, fue un desastre; la aplicación de una "justicia revolucionaria" montada sobre la codificación de las siguientes figuras: "propaganda antisoviética, cruce ilegal de la frontera estatal, actividades contrarrevolucionarias, trotskismo, sospecha de espionaje, ideas contrarrevolucionarias, ánimos antisoviéticos, elemento socialmente peligroso o nocivo" (p. 338). El apresamiento de un sospechoso con frecuencia implicaba el de toda la familia. Las penas no bajaban de los diez años, ascendían a veinticinco, reclusión perpetua o fusilamiento.
Como para Lenin estas sanciones eran demasiado blandas, poco antes de su muerte instruyó sobre la necesidad de aumentarlas: "Hay que ampliar la aplicación de la pena de muerte... El terror es un medio de persuasión. La justicia no debe abolir el terror. Hay que fundamentarlo y legitimarlo, de manera clara, sin falacias ni adornos" (p. 419). Y agregaba que urgía "limpiar la tierra rusa de toda clase de insectos nocivos". Esta metáfora entomológica fue convertida en norma y dio para todo: "se limpió" el país de "obreros holgazanes", enemigos de clase, "empecedores" (saboteadores), intelectuales, estudiantes, propietarios, cooperativistas, profesores de liceo, sacerdotes, monjes, tolstoianos, santones, sobrevivientes de otros partidos, viejos zaristas, disidentes, espías y más espías al acecho en todas partes. Stalin amplió la franja. Incluyó como criterio de sanción sus estados de ánimo: desconfiaba siempre. Dirigido inicialmente contra los enemigos, el fusilamiento fue una especie de ruleta rusa, cargada con más de una bala y que apuntaba a la sien de los amigos.
IV
Solzhenitsyn fue el cronista minucioso del infierno. Todo lo que narra en Archipiélago ocurrió. "En este libro no hay personajes ficticios ni sucesos imaginarios. Todo ocurrió como se relata" aclara en la página inicial. No asume la tesitura del historiador, aunque más tarde algunos especialistas reconocieron que la casi totalidad de lo narrado tiene constatación testimonial. Por otra parte, muchas páginas tienen el cuidado del historiador consumado. Pero fundamentalmente el libro está escrito en el estilo de una larga narración fluida y apasionante:quiere ser literatura. (De allí lo singular de su subtítulo: Ensayo de investigación literaria ). Solzhenitsyn describe el hecho de la manera más realista posible, neutraliza toda tendencia a la exageración, el delirio, la fantasía, la magia. Excluye la ficción. Da la impresión de que la excluye porque no ayuda a comprender, porque diluye el don de credibilidad que brinda toda realidad extrema. Desde este ángulo, la ficción parecería una huida del hecho, una pobreza, un recurso de escritores imbuidos de un subjetivismo dicharachero, incapaces de ese silencio que permite a la realidad hablar en plenitud y mostrar su entraña de luz y de sombra. Con la palabra "investigación" quiere manifestar esa reserva.
En Filosofía de la tragedia , León Chestov reprochaba a Dostoievski ese don narrativo maestro capaz de describir bellamente un hecho feísimo. Se preguntaba si no había algo terrible en un texto que junta la fruición y el asco. En Solzhenitsyn se percibe ese mismo prodigio narrativo, por sus cualidades literarias. Pero Dostoievski inventa el hecho que describe, necesita la ficción; Solzhenitsyn no la necesita porque no inventa el hecho: quiere convertirlo en verdad a través de su maestría narrativa.
Añadir la ficción a la literatura (y también a la historia) en obras de esta índole, vendría a ser el recurso de una desmesura individualista que ha perdido la inmediatez del evento vivido como experiencia. O también, el recurso que se emplea cuando ese evento ha desaparecido y se lo busca en los sustitutos de la imaginación. Con los excesos de esta última se hizo mala literatura (y también mala historia). Solzhenitsyn eludió estos dos riesgos pagando un precio enorme:once años en el vientre infecto del Archipiélago.
V
El gran escritor ruso publicó este libro hace 25 años. En cierta medida la realidad que describe ya quedó en el pasado. Pero el estupor de que eso haya ocurrido sigue en pie y le otorga a la obra una actualidad sin eclipse. ¿Cómo se originó, qué fuentes alimentaron tamaña crueldad y por tan largo tiempo? Junto al hitlerismo, constituyen el enigma mayor de este siglo. En este tema la conciencia humana todavía no consiguió una respuesta satisfactoria. Solzhenitsyn, dije, se prohíbe las interpretaciones teóricas o las tiene escasas y acaso desconfía de ellas. Sorprende este freno. Es evidente que le importa más describir el mal que explicarlo . ¿Tal vez porque la naturaleza de ese mal es tan terrible que deja sin habla? Sí menciona a dos grandes culpables de tamaña crueldad: Lenin y Stalin. Ellos forjaron la idea de un cambio histórico fundado en el poder redentor del odio y del asesinato. Creían firmemente en el efecto saludable del terror. Stalin lo practicó hasta la demencia.
Cuando Solzhenitsyn se aleja de estos malhechores para pensar, en términos más amplios, en una idea de la historia que aclare la aparición de ambos, adelanta la noción de ideología : "He aquí lo que proporciona al malvado la justificación anhelada y la firmeza prolongada que necesita. La ideología es una teoría social que le permite blanquear sus actos ante sí mismo y ante los demás y oír, en lugar de reproches y maldiciones, loas y honores. Así, los inquisidores se apoyaron en el cristianismo; los conquistadores, en la mayor gloria de la patria; los colonizadores, en la civilización; los nazis, en la raza; los jacobinos y los bolcheviques, en la igualdad, la fraternidad y la felicidad de las generaciones futuras. Gracias a la ideología, el siglo XX ha conocido la práctica de la maldad contra millones de seres" (p. 210).
Como se ve, la ideología, para Solzhenitsyn, asociaría dos términos: la violencia y una "causa noble" que la emplearía inicialmente como medio, pero que terminaría en un resultado invertido: la violencia que utiliza como medio la "causa noble". Así entendida, la ideología es el demonio que promete redención y felicidad sobre una pira de cadáveres.
Aunque este razonamiento sea aceptable, no deja de ser insuficiente. ¿No se podría decir más para explicar tanta demencia? Comprendo que Solzhenitsyn no quiera demorarse demasiado en estos dos personajes, que nombra pocas veces aunque sean el leit-motiv de la danza macabra. ¿No se podría encontrar, ahondando en el alma de ambos, algo más que una malformación individual? No lo hace porque sabe, conjeturo, que el dúo y su entorno evolucionan según una ley simple: el mutuo exterminio. Pero además por un motivo más noble: el gran escritor pasa de largo ante esos victimarios de nombradía asegurada porque lo que quiere es no olvidar a sus víctimas condenadas a la mudez y al anonimato. Si por él fuera -y en parte lo hace- nombraría uno por uno a sus millones de perseguidos, humillados y fusilados. A la vista de este paisaje desolado, como buen cristiano ruso ortodoxo, espera de los culpables un acto de contrición no privado sino público. Luego del genocidio stalinista, le aterró la escasez del castigo a los responsables, pero mucho más la falta del autocastigo.
VI
Archipiélago Gulag , en mi opinión, es uno de los testimonios mayores que la historia humana puede dar del sinsentido cuando rige la vida de un pueblo. Allí alcanzó dimensiones tales que, al igual que el nazismo, echó abajo la religión del progreso, reactualizó el tema de la presencia de lo irracional en la historia y la inoperancia de la cultura para hacerle frente. En todos los niveles de las normas y las conductas, el disparate, la sinrazón, el arbitrio humoral, la decisión gratuita, el odio y el miedo fueron tan monolíticos y prolongados, que se los llegó a aceptar como una fatalidad impuesta sobre toda voluntad humana.
¿Acaso convendría más la idea de tragedia en el sentido griego clásico, es decir, como imperio de lo fatal? Me refiero a ese designio inescrutable que a veces se impone a los hombres, los enloquece, irresponsabiliza y convierte en instrumentos de actos aberrantes, de tal suerte que son culpables e inocentes a la vez. Luego viene un hecho inesperado, también inexplicable: un fugaz rescate de la razón, un acto de coraje moral, un exorcismo, la muerte de la Bestia en este caso, y de pronto, como ante un golpe de palmas, la pesadilla cesa y la comunidad despierta a la responsabilidad cotidiana y al sentido común.
Sé que la noción de tragedia también es insuficiente para definir una conducta ante el sinsentido . Puede ayudarnos en algunos casos de locura colectiva que duran poco y en espacios definidos. Ayuda a aceptar lo irremediable sin llenarnos de odio. Pero la tragedia niega la libertad y la responsabilidad individual, dos elementos sin los cuales es impensable lo humano.
VII
¿Qué actitud asumir ante ese sinsentido exterminador que Solzhenitsyn describe tan bien pero cuyas causas analiza escasamente? Nos habló de la ideología, es decir, del connubio maligno entre la violencia y la redención humana. Pero, ¿no habría que explicar la razón de este connubio y por qué se desequilibró a favor de la violencia? ¿Por qué se eligió ese gran país para ensayar la redención social a través del asesinato? ¿Por qué en este siglo y por tan largo tiempo, por qué en una población principalmente cristiana? ¿Y Marx?
Apena ese silencio porque Solzhenitsyn hubiera dado respuestas hondas: tenía a mano la gran tradición metafísico-religiosa del genio ruso que sabe incursionar en el misterio de la historia.
Hay que reconocerlo: el principal interés de Solzhenitsyn ha sido ético: no olvidar . Cuando en Archipiélago Gulag piensa en el período posterior a Stalin, lo hace en términos de memoria inflexible y de castigo. No dejaría un solo culpable sin llevarlo a la plaza pública. Lo subleva, por ejemplo, que Molotov, un cómplice notorio del Gran Estratega, sobreviva apacible en su domicilio de la calle X como si nada hubiera pasado. Hubiera deseado, deduzco, que toda Rusia se convirtiera en un Gran Tribunal de enjuiciamiento moral que no dejara a ningún culpable sin la purificación del castigo. Se entiende esta actitud sólo porque está ligada a un sufrimiento extremo.
VIII
Por suerte no ocurrió así. La historia del poscomunismo no entró en el vértigo de una "justicia vengativa". A partir de la saludable entrada de Nikita Khruschev al soviet Supremo, del XX Congreso de la URSS y de sus revelaciones sobre los crímenes de Stalin, el país vivió un gradual proceso de deshielo que, pese a algunas regresiones intermedias, culminó en la Perestroika de Gorbachov, el golpe anticomunista de Yeltsin, el 29 de agosto de 1991 y el retorno de Solzhenitsyn a su tierra en 1994. Obsérvese este hecho curioso: ¡el desmonte del sistema de exterminio stalinista lo llevaron a cabo funcionarios que sirvieron a Stalin! Para bien o para mal, lo cierto es que el comunismo cayó por la acción conjunta de víctimas y de victimarios. Por supuesto, ese trabajo hubiera sido imposible sin la corrosión previa de las denuncias de Solzhenitsyn y de la labor de disidentes que desencadenaron en el exterior una inmensa presión moral y política. Pero no hay que desdeñar la acción interna de ex stalinistas como Khruschev, Scheverdnaze, Gorbachov y Yeltsin, que desde el poder abrieron un camino institucional.
Felizmente los hechos se encadenaron de ese modo. Hubo una quiebra del sistema represivo y un cambio profundo, sin sangre en las calles ni en las prisiones, sin que la "justicia vengativa" cara a Solzhenitsyn levantara nuevos cadalsos para los viejos culpables. La sabiduría política ensayada por el poscomunismo, al igual que la del posfranquismo, aconsejó no seguir rindiendo cuentas con el pasado: habría sido una manera de quedar detenido en él. Una vez desarmado el culpable, carente de vigencia histórica, convertido en residuo, es preferible el olvido porque ayuda a recuperarlo humanamente, si eso es posible. Sobre todo, ayuda a mirar sin resentimiento el futuro y a emprender con menos lastre en el alma las tareas nuevas que impone el paso del tiempo. La historia rusa reciente se benefició mucho con las revelaciones de Archipiélago , pero no se mostró igualmente sensible a una ética basada en el castigo más que en el perdón.
IX
Con estas reflexiones no quisiera escatimar el reconocimiento que merece el libro de Solzhenitsyn y la oportunidad de su reedición ahora, cuando los gulags son un triste pasado (y una permanente advertencia). Derribó un imperio que muchos expertos daban por "monolítico". ¿Qué libro en nuestro siglo cumplió una hazaña semejante? Fue la epopeya de un pueblo en presidio, un coral de millones de voces que conmovió al mundo entero.
Pero, ¿qué nos dice, además, la voz aislada del solista preso, héroe de la guerra, luego gran escritor, Premio Nobel, condenado sin razón y humillado mil veces? ¿Qué lo ayudó a resistir? Una constatación secreta: la presencia del prójimo . La inmediatez indestructible del prójimo en su estado de mayor caída. Esta revelación fue exactamente la misma que tuvo Fedor Dostoievski, confinado cien años antes en Siberia. Allí pasó cuatro años de extrema miseria y sin embargo escribió: "El alma es transportada. Y reconoce que el último de los hombres, el más desgraciado, es también hombre y hermano tuyo" ( Humillados y ofendidos ). Solzhenitsyn lo dice de la siguiente forma: "En la celda ves por primera vez otros hombres que no son enemigos. Coincides por primera vez con otros hombres vivos que siguen tu mismo camino y con quienes puedes fundirte en una gozosa palabra: Nosotros " (p. 219, el subrayado es de Solzhenitsyn). Quienes llegaron a los bordes últimos del sufrimiento son los que mejor perciben el milagro de la fraternidad humana. Con su coral de mil voces, el escritor ruso quiso hacernos oír la "música callada" de esta íntima experiencia.





