Fábula de momentos fugitivos
Una historia cristalina, marcada por la impermanencia del mundo, el ritmo de las estaciones y la misteriosa figura de un animal doméstico, narrada con prosa sencilla y sensible
No hacía falta que Takashi Hiraide aclarara que su novela nació de diarios íntimos. Los modales de un diario -fidelidad a lo fugaz, articulación de repliegues- reinan en las leves páginas de El gato que venía del cielo, ideal para lectores que toleran y agradecen una historia cristalina, engañosamente simple. El género del diario se asemeja a una madre permisiva: todo lo tolera, todo lo condona. La dinámica propia de una novela le aporta cierto rigor a la indulgencia de un diario, cierto recorte, un montaje. Contra lo que se podría predecir, lo que no funcionaría presentado como diario, puede funcionar como novela.
Un diario multiplica un día, y por ende, a la larga, una vida; una novela la hace estallar o la cristaliza. El diarista desea en secreto que otro escriba su vida, y no siempre por la vanidad de creer que es sumamente interesante. En ausencia de biógrafo, se convierte en novelista. A la manera de sus predecesores Junichiro Tanizaki y Kenzaburo Oé, Hiraide ha transmutado exitosamente un diario en una novela -híbrida, limítrofe- a la que le conviene ser clasificada bajo esta categoría, naturalmente, por razones comerciales.
Además de la rica tradición japonesa del diario íntimo, Hiraide se aviene a otra santa costumbre de sus conciudadanos: la facilidad para recibir a una criatura fantástica, sea gato, libélula, olmo o fantasma. Los intriga demasiado saber con qué está en contacto esa criatura extraña como para echarla fuera de sus casas. El matrimonio joven que alquila la cabaña del fondo de una casa recibe la visita de un gato, no ostentosamente surrealista (como los de Murakami) sino de ambiciones más discretas, similar a los que han retratado el mencionado Tanizaki o Natsume Soseki.
El poeta y ensayista Takashi Hiraide demuestra qué pocos elementos se precisan para hacerse novelista: una casa alquilada, un jardín ajeno, un gato curioso. Los acontecimientos son los justos: las aproximaciones del gato, su amistad, su mordida, su muerte, una mudanza y la adopción de otro felino. La extrema calma de la narración facilita la sencillez de la prosa. Hiraide lo debe saber: en literatura es más difícil equivocarse en la serenidad total. El zen -que el autor no desconoce- enseña lo contrario: que lo difícil es mantener el equilibrio (si se lo encontró en primer lugar). La quietud de un relato permite intentar saltos de tiempo más despreocupados, sin olvidar que lo arduo en este tipo de narración es contar bien el tiempo, sus transiciones. Hiraide es otro de los que prueba que una clase de escritura no necesariamente brillante puede lograr cautivar.
El protagonista de la novela fue editor y confiesa que "algunos escritores y el período que trabajé a su lado me enseñaron que no había nada como una vida de libertad". Hiraide abandonó la editorial pero su novela no es tanto libre como obediente, leal a lo sucedido. Registra los hechos con la modestia del poeta que redacta una novela. (Excepto que uno se llame José Lezama Lima; la audacia puede verse en la poesía de Hiraide, todavía no traducida al castellano.)
El gato que venía del cielo capta con gracia momentos huidizos, es decir esa gran obsesión de los japoneses: la impermanencia. Lo pasajero traducido en el paisaje: la naturaleza, el clima, las estaciones. Variaciones sobre lo fugitivo, los espacios en blanco, el fecundo mutismo de las cosas: efectos ópticos y teatro de sombras en una ventana, el esbozo inconstante de un jardín. Puntuadas por reflexiones al paso, nunca aparatosas ni invasivas, sobre Maquiavelo como poeta, o sobre lo que Hiraide llama la "captura del destello". Se lo podría definir como Jankélévitch a Leibniz, "el hombre de las pequeñas percepciones". (Hiraide es un devoto de las estampillas imaginarias de Donald Evans y fabrica libritos minúsculos que él mismo distribuye.) De pronto, sobre la muerte prematura de un amigo poeta, comenta: "Prácticamente no había publicado nada. Los seres nobles no pretenden apartar a los demás para abrir su propio camino".
Es improbable que esta novela le cambie la vida a un lector -como le sucede a los protagonistas con el gato- pero es de esa clase de libro que impulsa a prestarlo, que vaya de visita a otra casa. En un pasaje, Hiraide cita una leyenda de origen chino que Japón adoptó y convirtió en la llamada "fiesta de Tanabata": dos estrellas separadas por la Vía Láctea se encuentran una sola vez al año. Es lo que puede sucederle a un lector, y esta novela será para algunos esa celebración, silenciosa, sigilosa, un animal nunca del todo propio.
El gato que venía del cielo
Por Takashi Hiraide
Alfaguara
Trad.: Yoko Ohigara y Fernando Cordobés
156 páginas
$ 159