La Cisterna conserva en el corazón de Buenos Aires restos de megafauna prehistórica, vajilla con consignas federales y 15.000 piezas que atraviesan cuatro siglos de historia
Uno de los más grandes descubrimientos arqueológicos de los últimos tiempos está en el corazón de Buenos Aires. El Sitio Arqueológico La Cisterna, situado en Moreno 550, atraviesa cuatro siglos de historia y permite asomarse al pasado del casco histórico porteño.
Cuando se hacía un pozo de obra, un vecino divisó una estructura que emergía de la tierra y alertó a las autoridades. La obra se detuvo, pero no a tiempo: las máquinas continuaron cavando y derrumbaron una estructura sanitaria centenaria, de las más grandes de la región. Tras más de veinte excavaciones arqueológicas realizadas a lo largo de ocho meses, en 2018, en el lugar funciona desde 2023 un nuevo espacio expositivo, dependiente de la Dirección General de Patrimonio, Museos y Casco Histórico del Ministerio de Cultura de la ciudad.
En el museo hay vitrinas y una pasarela para asomarse a lo que quedó de la vieja cisterna. En los tiempos de Juan Manuel de Rosas funcionó ahí la Casa de Gobierno de la Confederación Argentina. Del conjunto de elementos recuperados, se expone una selección de los más de 15.000 restos arqueológicos y paleontológicos, entre vajillas, frascos, juguetes y restos de alimentos. Se puede visitar los miércoles, jueves y viernes, de 13 a 18. La entrada es gratuita.
El paleontólogo Horacio Padula rastrea el pasado de este sitio arqueológico hasta la fundación de la ciudad por Juan de Garay, y si lo apuran, unos millones de años más atrás también. “Cuando Juan de Garay se asienta en la región que sería la actual Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lo hace, estratégicamente, sobre una saliente de la meseta pampeana, entre los valles del río Reconquista (Las Conchas) hacia el Norte y el valle del Riachuelo hacia el Sur. El extremo de dicha saliente terminaba en una barranca o paleoacantilado que corría paralelo a la costa del Río de la Plata desde la punta del Retiro (actual plaza San Martín) hasta la punta del actual parque Lezama. La meseta en sí, ofrecía una superficie casi plana, con alturas entre veinte y treinta y ocho metros sobre el nivel del río. Las depresiones que la surcaban eran producto del accionar fluvial de los arroyos luego llamados Maldonado, Medrano, Cildañez, etc., y otros de menor caudal llamados “terceros”. Hacia el Este, el llamado “bajo” estaba integrado por tosca desnuda, lugar de transición entre la orilla y la barranca, y de habituales hallazgos de restos fósiles de los animales característicos de la región, la llamada megafauna, compuesta por mamíferos de más de una tonelada de peso. Restos de estos megamamiferos fueron hallados en el mortero de la cisterna principal del sitio”, escribe en un informe para la creación del museo.
En Moreno 550 vivió Juan Manuel de Rosas, y eso le aporta otro capítulo en la historia. Pero para eso faltan unos años. El solar ya aparecería en el plano de reparto de tierras realizado por Juan de Garay en 1583 inscripto como perteneciente de los señores Antonio Ermud y Alonso Gómez. Un siglo y medio más tarde, aparece en nuevos datos catastrales: es propiedad de la iglesia, y figura como Casa del Obispo en el año 1756 hasta el año 1774. “Para 1778, se cuenta con la información de que la propiedad pasa a manos del matrimonio de Felipe Arguibel y Andrea López, matrimonio que contaba con 9 hijos y 8 criados. Arguibel fue un francés que llegó a Buenos Aires en 1753, hizo fortuna y entre sus propiedades figuraba Moreno 550. En 1783 la hija mayor, Teodora Josefa Arguibel, contrajo matrimonio con el español Juan Ignacio de Ezcurra Ayerra, quienes residieron en la casona de Bolívar y Moreno, pues su esposa había heredado esa propiedad. También tuvieron 9 hijos. Una de sus hijas, María Encarnación Ezcurra Arguibel se casó con Juan Manuel de Rosas en 1813 fueron a vivir a Moreno 550″, detallan los investigadores Mario Silveira, Ricardo Orsini y Federico Faccini.
Que Rosas haya vivido en esta casa es cuestión de polleras: su mujer y su mamá se llevaban pésimo y por eso el matrimonio fue a vivir a la casa de los padres de Encarnación, en Moreno 550. De ahí que en la vajilla de loza inglesa encontrada en las excavaciones arqueológicas se lean leyendas como “Federación o muerte” o “Mueran los salvajes unitarios”. Rosas las había encargado especialmente en Inglaterra. A gusto en el solar, el Restaurador de las Leyes compra lotes adyacentes a Moreno 550 entre 1836 y 1838. “La residencia de Moreno 550 y el predio ubicado en Bolívar y Moreno, hoy ocupado en parte por el palacio Raggio y también adquirido por Rosas, se habrían transformado como sede gubernamental del mandatario al menos hasta que se terminara de construir el Caserón de Palermo en 1839″, escriben los investigadores. Fue en ese tiempo Sede de Gobierno. Después de la batalla de Caseros, funcionaron allí en diferentes épocas y por distintos períodos la oficina de Papel Sellado de la Provincia, la Escribanía Mayor de Gobierno de la Provincia, la oficina de Patentes, la Corte de Justicia de la Nación y también el Correo, que fue trasladado en 1910, momento en que se construye el edificio de los Almacenes Raggio, y la Escuela Modelo de Catedral al Sur inaugurada en 1858.
Entre los años 1902 y 1903, llegaría el fin de la legendaria construcción de Moreno 550. Tras un loteo, se construye un edificio con planta baja y primer piso de estilo italiano con unidades para casas de alquiler y algunos locales comerciales. Estaban ocupados, entre otros, por un taller de pulido de cristales y, ya promediando el siglo, por el periódico La Época.
La construcción se mantuvo en pie al menos hasta 1973, cuando su propietario, Cristalerías Rigolleau, presentó plano de demolición y solicitud de corte del servicio a Obras Sanitarias de la Nación. En fotos aéreas de 1978 ya aparece la playa de estacionamiento, donde algunos años más tarde se pondría en marcha del emprendimiento inmobiliario donde se encontraron los restos de la Cisterna. Por intermediación judicial, se paró la obra y se contrató a un equipo patrimonialista dirigido por el arquitecto Mederico Faivre, que trabajó con un equipo arqueológico dirigido por Ana Igareta, supervisado por la Dirección General de Patrimonio, Museos y Casco Histórico de la ciudad de Buenos Aires en 2021. Lo integraron catorce profesionales, entre arqueólogos, historiadores, arquitectos y biólogos de la Universidad Nacional de La Plata, la UBA y la Universidad Nacional de Rosario.
En 21 unidades de excavación, se encontraron pozos ciegos, aljibes y pozos de basura. Lo más importante, lo más impactante de ver, es la cisterna que da nombre al lugar. En el Manual de Arqueología Urbana. Técnicas para excavar Buenos Aires, Daniel Schavelzon explica que este “tipo de estructuras eran utilizadas para contener agua para su uso y consumo, y su presencia era signo distintivo de una élite”.
“Funcionaba mediante una cámara bajo tierra con una cúpula o bóveda redondeada o cuadrangular en su parte superior, pisos de baldosas, y paredes cubiertas en cal o cemento destinados a evitar la contaminación del agua, la cual ingresaba a través de albañales o caños de hierro desde terrazas o patios”, detalla. Se trata de una estructura circular, con un diámetro de 7,20 m y una altura aproximada de 8 metros, con capacidad para contener 250 mil litros, hecha de ladrillos y revocada con cal.
No se sabe exactamente en qué período fue construida, pero es posible que coincida con los tiempos de Ezcurra y Rosas. Sí se sabe cuándo se destruyó: en la primera semana del año 2018, cuando la empresa constructora que trabajaba ahí la tiró abajo. Era la más antigua y mejor conservada de la ciudad. Desde 2017, el estudio Kohon construía ahí un edificio de 14 pisos con subsuelo y la obra había sido clausurada dos veces, para proteger el hallazgo. Fue Schavelzon quien alertó que en el predio había restos amparados por la Ley Nacional 25.743 de Protección del Patrimonio Arqueológico.
Quedan en el museo las bases y todo lo que se encontró ahí. “El material referido a restos de comida (óseo y restos botánicos) ya han sido analizados en detalle. Los restos óseos llegan a sumar unos 10.000. Qué nos informan: en primer lugar, el consumo de carne vacuna fue prioritario, algo que es una constante en los sitios excavados y analizados en Buenos Aires”, detalla el informe de Silveira, Padula y Orsini. El menú era variado: se detectaron restos de un total de 49 especies animales, sobre fino colchón de vestigios de damasco, durazno, uva, maní, higo, nuez, dátiles, piñas, variedad de zapallos y melón. “También la cáscara completa de un coco”, agregan.
Han salido de la tierra cantidad de tesoros: vajilla de loza inglesa de mesa (aquella con inscripciones federales), tazas de chocolate tipo Imperio, blancas con borde dorado, jarras de leche, bowls, frascos de mostaza de origen francés, cuencos y ollas de cerámica vidriada, y botellas de agua y cerveza de gres. También, bacinicas, jarras y palanganas, potes de ungüento, pipas y cazoletas de caolín, en altas cantidades. No faltaron las botellas de vino de Burdeos, frascos de perfume, canicas, trompos, pelotas de cuero y objetos de uso de oficina. Todo esto está a la vista del visitante en el museo de sitio, que puede recorrerse con visitas guiadas que ofrecen un recorrido de 40 minutos: un verdadero viaje en el tiempo.
Para agendar
Sitio Arqueológico La Cisterna, Moreno 550. Visitas guiadas: miércoles, jueves y viernes, a las 16, sin inscripción previa. Con capacidad limitada. El recorrido tiene una duración aproximada de 40 minutos. Todas las actividades son gratuitas.
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