ISIDORO BLAISTEN: contar para vivir
El gran escritor argentino, fallecido el 28 de agosto último, sedujo a los lectores con sus cuentos y anticonferencias, pero también con el sentido dramático de muchas de sus narraciones que le permitían, al mismo tiempo, expresar la angustia y la locura y alejarse de ellas. Recreaba el lenguaje y los hechos cotidianos con una gracia en la que se combinaban su condición de prosista y de ex fotógrafo. Poco antes de morir se publicó su primera novela, Voces en la noche, con la que cerró un capítulo destacado de la literatura nacional
lanacionarPara quien fue durante muchos años amigo de Isidoro Blaisten, resulta imposible referirse a este admirable escritor, muerto el 28 de agosto último, de manera impersonal. Como Orlando Barone, quien el lunes pasado trazó en este diario una emotiva evocación juvenil, yo también lo conocí a principios de la década del sesenta. Ike, como lo llamábamos, vivía entonces en Parque Chas y se ganaba la vida como fotógrafo ambulante. Poco después se mudó a Caballito y solíamos encontrarnos en un bar de la esquina de Rivadavia y Florencio Balcarce, calle esta última de sólo cien metros (casi un pasaje) donde alguna vez residieron, al mismo tiempo, Conrado Nalé Roxlo, Rafael Alberto Arrieta, Antonio Berni y Arturo Frondizi.
Nos veíamos en aquel bar por la mañana, en días de semana, pues los domingos las mesas estaban colmadas por los filatelistas que un rato antes se habían congregado al pie del ombú del Parque Rivadavia. Había en el bar un mozo que odiaba -nadie supo por qué- a esos pacíficos coleccionistas concentrados en su actividad, y para fastidiarlos, ponía en funcionamiento los ventiladores del techo, con el consiguiente desparramo de las estampillas.
En aquella época, Ike Blaisten, nacido en Concordia pero porteño como el que más, era solamente poeta y aún no había publicado libro. Yo, algunos años mayor y literariamente menos cauteloso, ya había publicado varios. Cuando en 1965 Blaisten decidió hacerse conocer en letras de molde, dio a la imprenta Sucedió en la lluvia, libro que había merecido un subsidio otorgado por el Fondo Nacional de las Artes. Nos eligió entonces al poeta Roberto Díaz y a mí para que lo presentáramos. El acto se efectuó en la librería Falbo, en el subsuelo de la galería Boston, en la calle Florida. Recuerdo que sus versos los leyó una muy joven actriz: Virginia Lago.
Sucedió en la lluvia alcanzó entre los versicultores de la época cierta repercusión -la módica repercusión que puede alcanzar en nuestro país un libro de poesía-. Sin embargo, Blaisten no volvió a publicar versos. Después del mencionado volumen optó decididamente por el cuento. En 1964 la revista Sur incluyó en sus páginas el relato "El tío Facundo", lo que significó para el joven autor una suerte de consagración. Dos años más tarde obtendría un importante galardón: el primer premio en el III Concurso Latinoamericano de Cuentos organizado por la revista El escarabajo de Oro, del que fueron jurados Beatriz Guido, Dalmiro Sáenz, Abelardo Castillo, Humberto Constantini y Alberto Rodríguez Muñoz.
En "El tío Facundo" estaban ya presentes los principales rasgos de su narrativa: la aguda observación costumbrista unida a una pródiga imaginación, el dominio del lenguaje coloquial urbano y una desenfadada distorsión de la realidad en la que, como dijo Marta Lynch, cabían "ternura, penetración, dolor y piedad", además de cierta dosis de humor negro que ya apuntaba en aquel cuento desde sus primeras líneas: "Para que se den cuenta de cómo era mi familia antes de que matáramos al tío Facundo..." Quien leía ese comienzo no podía dejar de leer hasta el final. Virtud de un escritor que era ya dueño de un estilo. Blaisten observaba el reverso o el trasfondo de las conductas humanas y satirizaba ciertos hábitos sociales como, entre otros, la afanosa búsqueda del estatus o el vocabulario esnob. Ridiculizaba con humor pero también con ternura.
"En una generación y en un país que ha producido a extraordinarios cuentistas -escribió Luis Gregorich-, en un medio literario que supo crear obras maestras de este género escueto y poético, lo menos que puede decirse de la obra de Isidoro Blaisten es que se ubica naturalmente en un lugar de privilegio. Sin embargo, no basta decir que estamos en presencia de un gran cuentista; debe añadirse que su tratamiento del lenguaje coloquial, su ácido, amargo e inconfundible humor y su brillante inventiva verbal son, a la vez, un verdadero oasis en nuestras letras actuales, a menudo sofocadas por el culto de la psicología, la solemnidad y la afectación estética."
"El tío Facundo" y otros felices testimonios del género cuentístico como "Los tarmas" (donde describió a una pintoresca familia dedicada a colarse en reuniones sociales con sandwichitos y canapés, y cuyos miembros se transmiten el "oficio" de padres a hijos) se publicaron en La felicidad, libro de 1969. Vinieron después La salvación, en 1972; El mago, en 1975, que obtuvo un premio municipal, y Dublin al sur, distinguido en 1979 con el Tercer Premio Nacional de Literatura. Pero libros y premios todavía no le daban para comer y Blaisten se instaló con un pequeño local de librería en una galería de la calle Boedo, cerca de la avenida San Juan, donde lo visité varias veces. Unicamente íbamos algunos amigos. Nadie entraba para comprar libros y él se aburría, fumando cigarrillo tras cigarrillo y viendo pasar las horas mustias en irreparable soledad. A veces, cansado, salía a tomar un café, y antes colgaba en la puerta un cartelito que decía: "Cerrado por melancolía", palabras que adoptó como título del libro publicado en 1981.
En una de mis visitas le hice un reportaje para un diario del interior en el que, contestando a una pregunta, me dijo: "Sigo escribiendo versos esporádicamente. No se los muestro a nadie porque tengo un gran respeto por la poesía y los poetas. Yo creo que la poesía conduce a la locura, pero es, al mismo tiempo, la única forma de organizar la locura. La poesía es una manera de vivir y yo me conozco; siento mucho temor. El cuento, de alguna manera, lo podés controlar. La poesía es incontrolable. El cuento es el género más próximo a la poesía como universo cerrado, como síntesis, como escritura inquietante".
Blaisten poseía un talento lúcido y, tras sus habituales destellos de humor, solía alentar la preocupación de un espíritu que se interrogaba íntimamente sobre temas que no eran los del hombre común. Durante aquel reportaje, al comentar un pasaje de Sabato en el que éste se refería a las obsesiones del escritor, dijo: "A mí me obsesiona el tiempo, el tiempo en el destiempo y el destiempo en el tiempo. Quisiera ser feliz hoy, aquí y ahora. El amor y su circunstancia. Una circunstancia feliz hoy, aquí y ahora. ¿Por qué siempre hay dos realidades? ¿Por qué no se juntan?"
En 1982 apareció Cuentos anteriores y en 1983 Anticonferencias -Segundo Premio Nacional de Ensayo-, libro en el que, como Borges en algunos textos, trató de fusionar ensayo y narrativa. Posteriormente, en 1986, vería la luz Carroza y reina, Primer Premio Municipal de Narrativa. En la década de los noventa se reeditaron varios de sus libros, con nuevos cuentos agregados, así como A mí nunca me dejaban hablar, Cuando éramos felices y Al acecho, obra esta última que recibió el Primer Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica al Mejor Libro del Año, de la Fundación El Libro. En 1997 recopiló cuentos y ensayos en Antología personal.
Isidoro Blaisten era ya reconocido como uno de los mejores cuentistas argentinos, reconocimiento que traspasó las fronteras nacionales al ser traducido y editado en Francia, Alemania, la ex Yugoslavia, Estados Unidos y Canadá. Recibió nuevos premios, entre ellos el Konex de Platino, el del Club de los XIII, el Esteban Echeverría de Gente de Letras y el Premio Anual a la Trayectoria Artística, del Fondo Nacional de las Artes.
En 2001 ingresó como miembro de número a la Academia Argentina de Letras para ocupar el sillón que lleva el nombre de José Hernández. En el acto de recepción pronunció un brillante discurso sobre "La solemnidad destruida". Poco después se le declaró una cruel enfermedad que sobrellevó con gran estoicismo, diría que con ejemplar heroicidad. Jamás advertí que se alterara su bonhomía, su natural bondadoso, así como su indoblegable fervor literario, que lo llevó a seguir escribiendo y a enfrentar una nueva aventura: la novela, su primera novela, Voces en la ciudad, que tuvo al menos al consuelo de llegar a ver editada.
Hace un mes, cuando lo visité en su departamento del piso 17 de la calle Talcahuano para hacerle el reportaje que apareció luego en la sección "Los intelectuales y el país de hoy" de este diario, me recibió, cariñoso, junto a su esposa Graciela Melgarejo, ("A Graciela, siempre" reza la dedicatoria de su último libro). Parecía haber superado su dolencia y lo noté ilusionado por la reciente aparición de Voces en la noche. No obstante, mostraba cierta inquietud. ¿Habría acertado a escribir una buena novela?
Habían pasado muchos años, pero, en ese momento, me pareció estar ante aquel muchacho fervoroso, apasionado por la literatura, con el que solía reunirme en un bar que todavía existe frente al Parque Rivadavia, o en un pequeño local de San Juan y Boedo ya, definitivamente, "cerrado por melancolía".
Un libro que lo tiene todo
El humor y la crítica cultural en tono paródico son los rasgos salientes de Voces en la noche (Seix-Barral), primera y bella novela de Isidoro Blaisten
Autor de un primer y único libro de poemas, Sucedió en la lluvia, dos recopilaciones de ensayos y media docena de libros de cuentos que le depararon premios, traducciones a varios idiomas y muchos lectores, a Isidoro Blaisten le faltaba escribir una novela, y aquí están las 300 páginas de Voces en la noche para proclamar su exitosa incursión en este, para él, nuevo género.
Con su reconocida maestría para el manejo del habla coloquial, los apuntes costumbristas, la ironía y el juego paródico, matizado aquí con frecuentes guiños literarios, el autor de Cerrado por melancolía introduce al lector en una historia llena de ingenio y describe una galería de personajes entre simpáticos y estrafalarios -Boris, Estanislao, el herrero Gregorio Herrero y su hermosa compañera Adela, los gemelos armenios Marsupian y Ruganian- a los que lleva a discurrir por un escenario no mencionado como Buenos Aires pero donde se hallan el Parque de los Ilícitos, el Monumento a la Expoliación, el Puente de los Prevaricatos o el Centro Cultural Atila.
El protagonista, cuyo nombre no aparece en todo el trascurso de la narración, es un vendedor de lencería femenina que recorre la ciudad con su muestrario en un valijón de cuero. Erudito en las estrategias o el arte de vender, es a la vez un lector apasionado, hedónico, obsesionado por la existencia de un oscuro y siniestro personaje que se propone destruir la literatura. Dicha revelación le ha sido dada por las voces que oye por la noche en su cuarto de pensión, y que le imponen el noble mandato de eliminar al presunto saboteador de las letras.
La novela empieza cuando el protagonista intenta matar con veneno -lleva siempre en el bolsillo sobrecitos con cucarachicida por si aparece "el que debe morir"- al dueño de una tienda de cotillón y mediocre escritor aficionado. Anselmi, tal es su apellido, autor de cuentos y poesías "comprometidas", le habla esa tarde del mérito de "la ruptura de la sintaxis en la era de la fragmentación". El protagonista comprende que Anselmi es incapaz de un juicio semejante y que esas palabras deben de haberle sido dictadas por el abyecto asesino de la literatura, un escritor seguramente fracasado y resentido a quien, desde ese momento, procura descubrir.
Tras las voces que irrumpen en sus insomnios, convertidas por momentos en perentorios aullidos, oye, como un bálsamo que le devuelve la serenidad, la voz de la señora Tokoyama que le recita un haiku y le refiere las enseñanzas de un maestro zen. Haiku y enseñanzas que enuncian siempre graciosas y engoladas obviedades.
El humor, a ratos fúnebre o tétrico, es la marca principal de un relato que satiriza ciertos estereotipos de la literatura posmoderna ("el fin de las utopías", "la etapa de la fragmentación", "la era del no lugar"). El propósito del victimario de la literatura, cree el protagonista, es incentivar a los autores y "poetas de pizzería" -como los llama- a escribir libros de no menos de 820 páginas, en cada una de las cuales el autor o los personajes se detengan a meditar sobre el lenguaje; esa clase de libros que, según dijo Borges alguna vez, "no se escriben para ser leídos sino para ser escritos". La literatura, al no tener ya lectores, desaparecerá.
La obsesiva labor detectivesca lleva al protagonista a individualizar a personas sospechosas y a urdir insólitas situaciones que se van enhebrando en breves capítulos y episodios, tan variados como amenos, rematados por un final desopilante -cuando el misterio se devela-, que hacen que la novela sea leída con una permanente sonrisa en los labios.
Blaisten ha sabido crear un estilo propio, un tono narrativo tan vivaz como regocijante, donde el sesgo humorístico acentúa una implícita y sutil crítica de costumbres o, también, como en este caso, una crítica cultural.
Robert Louis Stevenson escribió que cuando un libro tiene encanto lo tiene todo. Esta novela lo confirma.
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