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Conversaba el otro día con un querido amigo, ingeniero y docente universitario, sobre el problema de que los alumnos utilicen inteligencia artificial (IA) en sus exámenes. El consenso es que tal cosa sería equivalente a hacer trampa. Me permitiré disentir. Primero, la intención de hacer trampa debe estar detrás del uso de IA para que se convierta en verdadero foul play; de otro modo es solo una herramienta más. Segundo, si la función del examen es nada más que obtener un puntaje (y aquí reside uno de los pecados originales de al menos una parte de la idea que tenemos de la educación), entonces vamos a fracasar en el intento de que el alumno no emplee IA; simplemente, está por todos lados. Por eso, si la función de la evaluación es probar que el examinado está en condiciones de ejercer su profesión, entonces tenemos que enseñarle a usar IA, no convertirla en tabú.
Más aún, incluso con la lógica evaluativa vigente, la IA no ofrece una amenaza significativa. Solo hace falta levantar la vara por encima de lo que las máquinas son capaces de hacer. Tarde o temprano, nos reemplazarán en eso. Así que mejor evaluar si el alumno está preparado para hacer lo que la IA no puede. Y para eso debe saber muchísimo sobre la materia en cuestión.
