La novela de una vida
HABLAR de Frank McCourt y hablar de la materia de este libro es, en parte, una y la misma cosa, puesto que se trata, explícitamente, de una narración de hechos que le ocurrieron durante sus primeros diecinueve años de vida.
Nació en Brooklyn en 1930, hijo de irlandeses. El padre, apenas conseguía trabajo, lo perdía por beberse el sueldo, mientras su familia daba y seguiría dando ejemplo de cómo sobrevivir en la indigencia absoluta (subsidios, caridad, ayudas varias, pequeños robos, mucha hambre y un inmenso espíritu de supervivencia). Llegó un hermano, después mellizos, luego una hermana que murió muy pronto. Entre la Gran Depresión económica y la gran depresión familiar por esa muerte, retornan a Irlanda cuando Frank tiene cuatro años. Recalan en Limerick, ciudad natal de Angela, la madre que da título al libro. Los mellizos mueren y nacen otros dos hijos. Frank va a la escuela hasta los trece. No puede hacer la secundaria por falta de medios. Se emplea y mantiene a su familia porque el padre, que se ha ido a Inglaterra a trabajar para enviarles dinero, sigue bebiéndoselo todo. Ahorra hasta que, a los diecinueve, puede pagarse el pasaje a Nueva York. Fin. Continuará.
Ejerce oficios varios. Estudia literatura en la universidad mientras se gana la vida cargando cajones en el puerto. Es profesor. Se hace famoso en los bares irlandeses de Nueva York, junto con el mayor de sus hermanos, como contador de cuentos basados en anécdotas de su propia vida, y llegan a participar en espectáculos. Desde 1972 hasta su retiro en 1987, trabaja en una prestigiosa escuela de Manhattan como profesor de literatura y de escritura creativa. Estimulado por esa experiencia, este hombre al que su padre, cuando no estaba borracho, le contaba de niño historias fabulosas sobre Irlanda, el que desde pequeño se las había ingeniado para leer cuanto pudiera y de adulto trataba de transmitir a sus alumnos el amor a Shakespeare, se decidió a poner sus recuerdos por escrito.
Hace unos años, anunció a sus amigos en un bar que el libro estaba casi listo. Una amiga se lo llevó a un agente literario. Ya vendió más de un millón de ejemplares, obtuvo los premios más importantes de los Estados Unidos, fue traducido a más de una docena de idiomas, Hollywood compró los derechos (McCourt exigió ser coguionista) y el editor espera la continuación. A sus sesenta y tantos, el autor se declaró aterrado y sorprendido por los efectos de un libro que creía modesto.
No faltó la comparación con Dublineses . Lejos aún del proyecto literario de Joyce, el libro de McCourt es relato puro, sucesión ininterrumpida de anécdotas, aunque muy bien entrelazadas y narradas sin que jamás decaiga la atención, con la maestría de un contador de cuentos (el relato en tiempo presente y en primera persona acentúa los rasgos de oralidad y dramatismo) que, además, no es nada inocente en materia de letras, que narra los hechos más terribles remedando el extrañamiento del niño, con un particular sentido del humor y, sobre todo, sin el mínimo atisbo de autoconmiseración. Para el lector de Joyce, se agrega el atractivo de poder cotejar desde dentro la relación cotidiana de un irlandés con el "patriotismo" y con la Iglesia Católica. (438 páginas).
Pablo Ingberg
(c)
La Nacion
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