La pasión expansiva de Diego Rivera: “¿No dijo Dios, amaos los unos a los otros? Bien, yo allí no veo limitación numérica”
Tras la muerte de Frida, declaró que nunca tuvo “moral alguna” y “vivió solo para el placer”; hoy se cumple un nuevo aniversario de la muerte del pintor que además de su obra se hizo famoso por cosechar relaciones conflictivas
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Un año después de la muerte de Frida Kahlo, a Diego Rivera le diagnosticaron un cáncer de próstata. A pesar del reposo recomendado, el artista continuó trabajando en su estudio del Ángel (hoy convertido en museo) hasta que un paro cardiorrespiratorio puso fin a los días de uno de los más famosos muralistas mexicanos. Junto a Orozco, Siqueiros y Tamayo, dio forma a una expresión típicamente local. Sin embargo, tanto con ellos como con casi todas las mujeres que conoció, mantuvo relaciones conflictivas y conflictuantes.
“No tuve nunca moral alguna y viví solo para el placer, dondequiera que lo encontrara”, confesó el pintor tras la muerte de Frida (con quien se había casado no una, sino dos veces). “¿No dijo Dios, “amaos los unos a los otros”? Bien, yo allí no veo limitación numérica”. Rivera no puso freno a su pasión expansiva y amó a cuántas de ellas le fue dado hallar en su camino, desde esos enamoramientos juveniles durante su vida bohemia en la Academia de San Carlos en México hasta el encandilamiento con la rusa Angelina Beloff mientras permanencia en Europa, estudiando la obra de los grandes maestros. De los frescos del Giotto fue de quien aprendió la técnica del mural que lo llevó a alejarse del cubismo que inicialmente lo había deslumbrado, sumando los vivos colores que copió de Paul Cézanne.
Ya entonces nada lograba calmar su voracidad (confesaba, con cierto tono desafiante, haber comido carne humana y llegó a pesar más de 120 kilos) y menos aún su apetito sexual. Aun casado con Beloff, tuvo una hija natural con Marevna Vorobev-Stebelska, otra artista rusa.
Fue el ministro José Vasconcelos Calderón quien, con su programa de “construcción de instituciones mexicanas”, patrocinó al muralismo para plasmar lo que Diego Rivera llamaba “la historia de todos”. El muralismo relata la nueva versión de la historia de México. Muestra al indigenismo, la invasión española, la revolución y las conquistas sociales. Al igual que la iglesia usó los vitreaux para la iconografía del relato bíblico, los mexicanos usaron la pintura muralista como la narración de un evangelio laico, a fin que millones de analfabetos mexicanos pudieran conocer sus glorias pasadas e impulsar un nuevo orgullo patriótico.
Sin embargo, prevalecían distintas perspectivas entre los artistas, que no siempre podían deprimirse en discusiones filosóficas. Un debate con Siqueiros en la misma Universidad Nacional terminó con los revólveres desenfundados. No sería este ni el primer ni el último enfrentamiento ideológico que terminó en balacera. México honraba un dicho de Salvador Dalí. “No puedo soportar a un país que sea más surrealista que yo”.
El primer gran mural de Rivera fue La Creación, en la Universidad de México. Guadalupe María, su nueva esposa, fue la modelo para esa obra, en la que aparece desnuda y embarazada, como una alusión a “la tierra fecundada”. Las constantes infidelidades con la fotógrafa Tina Modotti llevaron al fin de este segundo matrimonio.
Al volver a la Unión Soviética, donde había sido invitado para celebrar los diez años de la Revolución de Octubre, Rivera se casó por primera vez con Frida Kahlo. No pudieron tener una boda en paz por las escenas de una ex. Furioso y alcoholizado él, la noche terminó con Frida escapando de lo que se había convertido en un descontrol. Finalmente, el matrimonio viajó a Estados Unidos, donde realizó varios murales en ciudades como San Francisco y Detroit. Mientras pintaba en el Rockefeller Center de Nueva York, incluyó en su obra El hombre controlador del Universo a la figura de Lenin. El mismo David Rockefeller tomó este acto como un insulto personal y la obra fue destruida. De regreso en México, Rivera reprodujo la misma obra que hoy puede verse en el Palacio de Bellas Artes del Distrito Federal.
En 1937, León Trotski encontró asilo político en México y fue acogido en el hogar del matrimonio Rivera-Kahlo en Coyoacán. Fue entonces cuando Frida mantuvo un fugaz pero sonado amorío con el líder comunista.
Matrimonio disfuncional, pletórico de maltratos e infidelidades, terminó en divorcio cuando Diego tuvo una aventura con Cristina Kahlo, la hermana menor de Frida. “Han ocurrido dos accidentes en mi vida. Uno fue el del tranvía, el otro Diego. Y Diego fue peor”.
Pero lo que las pasiones habían separado, la política los volvió a unir. Tras el intento de asesinato de Trotski por Siqueiros, donde se dispararon más de 400 balas sin consecuencias fatales, Rivera fue acusado de querer vengar la relación entre el dirigente comunista y su exesposa. Frida defendió a su exmarido de la falsa acusación y decidió casarse una vez más con Diego, a fin de prolongar esta pareja despareja a la que llamaban “el elefante con la paloma”.
En esta nueva relación estaban consentidas las infidelidades y un triángulo amoroso entre Diego, Frida y la actriz María Félix, quien compartía la habitación con ambos.
Enumerar las relaciones sexuales que vivieron sería largo, engorroso y probablemente exagerado. Las leyendas y los rumores de las vidas apasionadas de los artistas son parte de su legado.
La sufrida vida de Kahlo, después de once operaciones la pérdida de tres embarazos, se estaba extinguiendo con una sonrisa amarga en los labios. “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”, se sinceró antes de morir. Había conocido la alegría y el éxtasis, la penas y las traiciones, y en esos momentos, tanto los más gloriosos como los más exasperantes, había estado Diego Rivera, con su enorme humanidad e infinitas mezquindades.
“Tuve la suerte de amar a la mujer más maravillosa…”, reconoció el pintor. “Pero demasiado tarde me he dado cuenta que la parte más maravillosa de mi vida ha sido mi amor por Frida”.
Diego Rivera falleció el 27 de noviembre de 1957.
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