Las paradojas del tiempo
En este fragmento de ¿Qué pasó con la confianza en el futuro?, su autor vincula la historia y el modo de determinar los períodos que la conforman con la ideología y el poder
La primera paradoja del tiempo es inherente a la conciencia que el individuo adquiere de existir en un tiempo que ha precedido a su nacimiento y que continuará después de su muerte. Esta toma de conciencia individual de lo finito y lo infinito vale tanto para el individuo como para la sociedad. En efecto, el individuo que se transforma, que crece y que luego envejece –para, un día, desaparecer– asiste entretanto al nacimiento y crecimiento de unos, al envejecimiento y la muerte de otros. Envejece en un mundo que cambia, aunque más no sea porque los individuos que lo integran también envejecen y ven cómo con el paso del tiempo las generaciones más jóvenes los reemplazan.
Existen respuestas de tipo intelectual a esta primera paradoja: son todas las teorías que, bajo una forma u otra, ponen en escena el retorno de lo mismo. En la mayoría de las sociedades estudiadas por la etnología tradicional existen representaciones muy elaboradas de la herencia que tienden a sugerir que la muerte de los individuos no es un fin en sí, sino la ocasión de una redistribución y un reciclaje de los elementos que las integran. Las teorías de la metempsicosis son tan sólo un ejemplo específico de estas representaciones. En África, por ejemplo, la idea del retorno de los elementos liberados por la muerte no está asociada a la del retorno de los individuos como tales, aunque en los territorios de las grandes jefaturas y de los reinos la lógica dinástica va en esa dirección. Otras instituciones, como las clases etarias, o fenómenos religiosos ritualizados, como la posesión, se inscriben en esta visión inmanente del mundo, que tiende a relativizar la oposición entre la vida y la muerte, en virtud de una intuición muy afín al principio científico según el cual nada se pierde, nada se crea, sino que todo se transforma.
La segunda paradoja del tiempo es casi la inversa de la primera: reside en la dificultad, para los hombres mortales –es decir, tributarios del tiempo y de las ideas de comienzo y de fin–, de pensar el mundo sin imaginar un nacimiento suyo ni asignarle un término. Las cosmogonías y los apocalipsis, según diversas modalidades, son una solución imaginaria a esta dificultad.
La tercera paradoja del tiempo concierne a su contenido o, si se quiere, a la historia. Es la paradoja del acontecimiento, del acontecimiento siempre esperado y siempre temido. Por una parte, precisamente los acontecimientos vuelven perceptible el paso del tiempo e incluso sirven para datarlo, para ordenarlo dentro de una perspectiva distinta a la del simple recomenzar de las estaciones. Pero por otra parte el acontecimiento conlleva el riesgo de una ruptura, de un corte irreversible con el pasado, de una intrusión irreparable de la novedad en sus formas más peligrosas. Durante un extenso período de la humanidad, las catástrofes climatológicas, meteorológicas, epidemiológicas, políticas o militares amenazaron la existencia del grupo mismo, y el desarrollo de las sociedades no ha hecho desaparecer la conciencia de esos peligros: los ha situado en otra escala. El dominio intelectual y simbólico del acontecimiento ha sido siempre la preocupación fundamental de los grupos humanos. Y sigue siéndolo hoy en día; sólo las palabras y las soluciones cambian. Incluso es posible que actualmente la paradoja del acontecimiento haya alcanzado su punto máximo: mientras, bajo la presión de acontecimientos de todo tipo, la historia se acelera, nosotros pretendemos, como en las épocas más arcaicas, negar su existencia, por ejemplo celebrando su fin. [...]
Todos los imperios han tenido la pretensión de detener la historia, y se ha dicho que varias mundializaciones precedieron a la actual. La única diferencia, pero una muy considerable, es que la mundialización actual es coextensiva al planeta como cuerpo físico. Cada día tomamos más conciencia de ocupar un "rincón del universo", para retomar la expresión de Pascal. En este universo, las categorías de tiempo y espacio a las que estamos acostumbrados ya no son operativas, y algo del vértigo que nos inspiran las explosiones de la astrofísica puede resonar en nuestra percepción de la historia humana.
Así, todo contribuye a cuestionar las categorías tradicionales del análisis y de la reflexión. Sin embargo, estas nos han permitido comprender el funcionamiento de la ideología y, sobre todo, identificar una de sus características esenciales: la ideología escapa en parte a la conciencia no sólo de aquellos que son sus víctimas, sino también de aquellos que la utilizan para dominar a los otros. Por lo tanto, puede ser útil volver a indagar la categoría de tiempo para interrogar una vez más las falsas evidencias de la actual ideología del presente. Estas evidencias adoptan la forma de una triple paradoja. Primera paradoja: la historia, entendida como fuente de ideas nuevas para organizar las sociedades humanas, se detendría en el momento en que fuese objeto de interés explícito para la humanidad entera. Segunda paradoja: dudaríamos de nuestra capacidad para influir en nuestro destino común tan pronto como la ciencia progresara a una velocidad continuamente acelerada. Tercera paradoja: la superabundancia, sin precedentes, de nuestros medios nos impediría reflexionar acerca de los fines, como si la timidez política debiera ser el precio que pagar por la ambición científica y la arrogancia tecnológica.
Estas tres paradojas no son sino la forma histórica actual de las tres paradojas enunciadas al comienzo. En este sentido, corresponden al ámbito de la ideología. Todos los sistemas de organización y de dominación del mundo –ya sea que ese mundo tenga límites geográficos más o menos acotados o bien que se pretenda, como ocurre hoy, coextensivo al planeta entero– produjeron teorías del individuo, del mundo y del acontecimiento. El sistema de la globalización no escapa a esa regla. La ideología que subyace a él, que lo anima y que le permite imponerse en las conciencias de los individuos, puede ser analizada como tal, a pesar de la complejidad de todo aquello que la determina, al igual que de sus efectos.
Traducción: Ariel Dilon
Marc Augé
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