Piquetes
Esto es muy lindo. Realmente muy lindo. El jueves de la semana pasada, una flota de taxis robóticos (o sea, sin conductor) sufrió una falla y se quedó varada en una calle en la ciudad de San Francisco, Estados Unidos. Fue en el distrito de Fillmore y el bloqueo autónomo duró dos horas, hasta que los empleados de la compañía, una subsidiaria de general Motors llamada Cruise, se apersonaron e hicieron funcionar de nuevo los coches. No eran muchos, a decir verdad, pero fueron suficientes para cortar el tránsito por completo.
Así que ahí tienen, un piquete robótico, tal vez sin reclamos (es difícil saber lo que ocurre en las mentes sintéticas), causado por una falla de software, pero con las mismas consecuencias que los que entorpecen el tránsito aquí, en la Argentina. En este punto, uno puede sentirse tentado de pensar que, a fin de cuentas, entonces, no hay muchas diferencias. Si vivís en San Francisco o en Buenos Aires, de todos modos te vas a encontrar con calles cortadas. Por la impericia de un Estado o por la de un equipo de programadores. Pero esa sensación es falsa. Entre un piquete y el otro hay un siglo de diferencia, y en el medio el mundo ha cambiado sustancialmente. Y difícilmente vuelva atrás.
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