Respuesta cultural a la globalización
Bienvenida esta noticia procedente de encuestas rigurosas, porque la preferencia del folklore no emana de imposición alguna y porque vemos que no sólo el rock internacional y los ritmos iberoamericanos mantienen sus prosélitos. También están llenos los teatros que ofrecen conciertos, la ópera continúa seduciendo a la gente de toda edad y el ballet ha dejado de ser un espectáculo elitista para convertirse en pasión de sensibles multitudes.
Sin descreer de la efectividad de las encuestas, al principio nos cuesta un poco aceptar sus conclusiones cuando el sonido de las ciudades argentinas tiene como fondo un permanente ritmo marcado por baterías, cuando los instrumentos electrónicos de voces camaleónicas no parecen dejar espacio para la intimidad de una guitarra criolla tocada a mano limpia.
Aunque parezca mentira, el mirar hacia la aldea podría muy bien ser consecuencia de la globalización cultural: el bombardeo de información, la recepción masiva de mensajes atractivos por su novedad fugaz, suelen tener como consecuencia a corto o largo plazo una búsqueda -generalmente espontánea e irreflexiva- de respuestas culturales capaces de ser reconocidas como propias.
El folklore aparece entonces como una alternativa cultural tan lógica como lo es la ecología en el plano natural. La TV suele ayudar al fomento del folklore más de modo indirecto que al encararlo como show, ya que así, generalmente, lo desvirtúa. No obstante, programas culturales que muestran las costumbres, las fiestas y las destrezas de jinetes, artesanos y artistas criollos son muy bien reconocidos por un público familiar, hastiado de violencia y desenfreno.
El folklore tiene para el espectador las virtudes de lo arraigado, de lo sano, de lo telúrico, de lo nuestro. Por eso, el público se arremolinó alrededor de Soledad cuando la vio, al principio, como una intérprete capaz de devolver a la canción tradicional argentina su musicalidad juvenil. Y hubo, gracias a ella, chacareras y zambas en las discotecas, no pocas veces con fondo de batería. Y están, como siempre, Isabel Aretz, Félix Coluccio y Leda Valladares, maestros que nos honran desde distintos planos del trabajo folklórico.
Si hoy las encuestas declaran que la música folklórica goza de las preferencias de nuestro público, alegrémonos. Nada malo puede venir de lo que, como dijo Alfonso Reyes, es canto rodado que se ha ido puliendo en el río del tiempo.