Un viaje alucinante a la mente de un creador atormentado

Registraba compulsivamente su presión arterial y el precio de las verduras en cuadernos que llevaba siempre consigo. Pintaba escenas cotidianas de la vida urbana con foco en el lado B: gente dormida en el subte como desmayada, personas con miradas extraviadas, oscuridad. Cuando pintaba paisajes, en cambio, recreaba la naturaleza de manera realista, tal vez con algún toque onírico. Además de actor, director de teatro, realizador escenográfico y artista, Pablo Cedrón fue guía de montaña en la Patagonia. Y reflejó esa experiencia de vida en cuadros, textos y fotografías. Todo ese material, que conforma su obra secreta, abre una puerta a un viaje alucinante: la mente creativa de un artista con muchas facetas.
Con cientos de cajas vacías de los antidepresivos que tomaba, pintadas a mano en detalle, Cedrón construyó la maqueta de una ciudad que aparece en la serie Romanos, con guión de Pablo y dirección de Andrés Cedrón. Y con resina y pequeños objetos (hombrecitos, un inodoro, una cocina) hizo el interior de un submarino, dónde transcurre la obra de teatro Jamel, teatro sin animales, que escribió, dirigió y protagonizó. Con una puesta claustrofóbica, ironía y humor negro, Cedrón compartió escenario con Ernesto Claudio, Marcelo Mazzarello y Carlos Belloso en una trama oscura que hoy resulta anticipatoria del trágico destino del submarino Ara San Juan.

"Mi nombre es Pablo Cedrón, me dediqué a varios oficios: gastronomía, fui guía del parque Nacional Los Glaciares, guía de cabalgatas, cazador, actor, guionista, trabajé en el campo, viví ocho años en París donde también me desempeñé en gastronomía, pintura de casas, fabricación de fijador para el cabello, carpintería. Muchas de esas actividades constituyen los temas que elegí para pintar, cosa que empecé a hacer a fines del 2009. Aunque nunca estudié artes ni participé de exposiciones ni fui a taller alguno, de chico me gustaba el dibujo aunque no desconozco que debiera recibir algún tipo de formación", escribió en una módica autobiografía. El texto, una especie de currículum narrado en primera persona que resume su paso por el mundo, se puede leer en una de las paredes del segundo piso de la Casa Nacional del Bicentenario, donde se exhibe la muestra Pablo Cedrón. La obra secreta, hasta el 16 de junio.

El material personal del artista, que murió en noviembre de 2017, fue seleccionado por quienes más lo conocieron: su madre, su hijo, su ex pareja y uno de sus mejores amigos, Martin Lavini, quien compartió escenarios y filmaciones con Cedrón durante muchos años. Homenaje público pero a la vez íntimo, el recorrido por sus producciones artísticas invita a acercarse (y espiar) la mente de un creador atormentado que trabajaba con diversos soportes y formatos: papeles y maderas recicladas, telas, fotografía y video, acuarelas, óleos, acrílicos, carbonilla, cajas, cartones.
Sus colegas y directores como Fernando Spiner coinciden en que Cedrón fue un actor que se comprometía con los proyectos de cine, teatro y televisión a tal punto que realizaba, cuando se lo permitían, vestuario, máscaras, disfraces, escenografías, como la maqueta de una ciudad deprimida hecha con envases de psicofármacos. Así lo contaba con sus propias palabras: "Con unas cajitas, de mis antidepresivos vacíos, hice unas casas. Esto después se hizo un pueblo y después una ciudad... Concebí una sociedad imaginaria, del futuro, cruel, diferente, absurda, hostil, en la que está prohibida la música y el humano es un ser confundido y desamparado que aceptó lo absurdo como normal y lo normal como utopía, que pugna por encontrar un sentido a su camino lleno de dolorosos disparates".

La idea del guión de la serie Romanos se le ocurrió, según se explica en la muestra, a partir de un caso policial escandaloso de finales de los años 90, "en el que un juez federal fue filmado en un club de nombre griego, siendo atendido sexualmente por un adonis. A partir de esto, Cedrón escribe una serie de episodios que ocurren en un futuro no muy lejano en el que el mundo ha sucumbido a una revolución desencadenada con propósitos poco claros, donde Garda y Lionel, luego de perder sus trabajos, son contratados por el Instituto Nacional de Esparcimiento y Asesoría Recreativa para satisfacer las fantasías sexuales de la población".
Con curaduría de Eduardo Stupía y Martín Lavini, La obra secreta revela las obsesiones y los miedos del actor: "El lunes me pondrán un aparato colgado que deberé llevar veinticuatro horas. Es para saber. Saber del corazón. Saber cuánto dolor aún puede resistir el corazón. Mi existencia amenaza siempre con el vacío, sin emociones, con muy poca expectativa. Falto también de deseo vital, converso únicamente con Reno Dragonziuk, el policía de la esquina. No tengo siquiera una doble vida, para eso primero habría que tener una".
Los cuadernos en los que anotaba observaciones y hacía retratos y dibujos mientras viajaba en transporte público tienen manchas y las hojas ajadas por el uso y el paso del tiempo. Cedrón los cargaba siempre en su mochila fuera a donde fuera. Así, durante las filmaciones, eran diarios de rodaje. "Dondequiera que iba, Cedrón llevaba consigo un cuaderno en el que, algunas veces a modo de bitácora de viaje, otras de lienzo, algunas más de esquelita de supermercado y muchas tantas de diario íntimo, volcaba sus anotaciones, dibujos, ideas para guiones, pegaba volantes, boletos de colectivos, fotos y otras cosas que atraían su atención. Además, los escritos tienen la particularidad de informar, al lado de la fecha, la presión arterial del día, tema que lo obsesionaba bastante, luego de haber sido diagnosticado hipertenso", cuentan los curadores.
Stupía, que se sumó a la muestra a partir de la convocatoria de Lavini, describe a Cedrón como "un pintor secreto y un obsesivo escritor de ficciones novelescas profundamente imbricadas en su pintura, así como un prodigioso inventor de objetos, muñecos y maquetas, también orgánicamente vinculados con las historias, las escenas y los personajes que poblaban su fascinante universo, a un tiempo doméstico y goyesco".
Al artista y curador le interesó el proyecto porque conocía a Cedrón, es amigo de su madre, Clide Elichiribehety, y "lo apreciaba mucho". Lavini le propone que diseñe y cure junto con él una muestra de "toda la cuantiosa obra de Pablo, especialmente toda la zona de obra pictórica que es la virtualmente desconocida".
Es la primera vez que el público general, fuera de sus familiares y amigos, pueden ver sus creaciones. Cuenta Lavini a LA NACION: "Arrancamos con la idea de la muestra con Clide, Valentina Bruzzone (madre de Santiago, su hijo) y con Santiago luego de la muerte de Pablo. Pero quisimos reflotar algo que veníamos pensando con él desde 2009, aunque en ese momento solo pensábamos en lo pictórico y no en algo tan integral como es La obra secreta. El ingreso de Eduardo al proyecto fue fundamental: ordenó con su mirada todo lo que yo no tenía posibilidad de entender, y con una profunda entrega al trabajo, solidaridad y paciencia aportó toda su experiencia para plasmar en la sala de la CNB lo que fuimos charlando y trabajando en extensas jornadas". Cuando le acercaron la idea a Julieta Ascar, directora de la CNB, la aceptó de inmediato. "Ella viene trabajando un giro estético en cuanto a qué se concibe por contemporáneo y buscando expandirlo hacia una especie de lado b (el lado b del lado b) y encontramos varios ejes temáticos de los que propone con los que la muestra se cruza", agrega Lavini.
Ante la duda que suele surgir cuando se exhiben materiales privados después de la muerte del creador, los curadores sostienen que si bien muchas de las piezas que integran La obra secreta (entre pinturas, textos, fotos, objetos son cerca de 500) no fueron creadas con la finalidad de ser mostradas, el conjunto compone un universo artístico. Además, "otra gran parte sí fue concebida para ser vista o ejecutada, como los guiones o las obras de teatro y muchos de los cuadros, aunque por la personalidad de Pablo muchos otros quedaron recluidos en el terreno de lo doméstico", explica Lavini. "La muestra recorre los caminos por los que él llegaba a la concreción de sus creaciones. Revela un sistema. La sensación que tengo es que lo que se exhibe es un proceso creativo con sus conclusiones".
Amigo cercano y compinche creativo, Lavini cuenta que la madre de Cedrón acompañó el proyecto desde el primer momento. "Clide había ordenado varias de las pinturas y eso ayudó a la hora de compilar el material. Pero tuvimos que hacer una gran búsqueda, incluso repatriar algunas cosas (películas, objetos, fotos). Santiago y Valentina fueron indispensables en esta tarea. También lo fue Roman Cedrón, Juan Reca, José Traine y muchos amigos de la época del exilio de Pablo, que aportaron escritos, cartas, fechas y datos que sirvieron para formular la hipótesis de ordenamiento de la obra".
La inauguración de la exhibición, el 14 de mayo, fue muy emotiva. Entre otros amigos y familiares, estuvo su madre, Clide, que también es artista: "Estoy completando el conocimiento de mi hijo como creador, reconociendo su talento. Hay que sentir pasión por lo que uno hace. Esa pasión es la que muestra esta manera de ver el mundo que tenía Pablo. Una manera muy intensa de ver la condición humana. Comparto de corazón con ustedes su obra. Es maravilloso que podamos experimentar una pasión en la vida", dijo emocionada.

Según Stupía, "Cedrón pintaba como un medio para relacionarse con el mundo circundante y narrarlo, también para escudriñarlo, satirizarlo y apropiarse de él, pero nunca con un objetivo artístico mundano, en el sentido de exponer o de convertirse en un ‘actor que pinta’ como personaje público. Su pintura es autentica, apasionada, y conforma un sistema de expresividad muchas veces traumática y doliente, y también una suerte de exorcismo para sobrevivir. Esto vale especialmente para los motivos urbanos, familiares, de ambientes y escenas interiores, porque cuando se trata del paisaje todo se hace más lírico y luminoso".
Como curador, Stupía destaca que la obra de Cedrón "es un conjunto completamente homogéneo y perfectamente imbricado en sus partes, donde el teatro aparece en la pintura, el carácter de sus personajes en sus textos, sus ficciones y escritos personales, como los objetos tanto en los planos de representación y en las instancias documentales de su vida, las fotografías personales se confunden con las tomas de backstage, y lo real, lo inventado, lo fantasmal, la pesadilla, el humor desatado, la violencia, el amor y la gran mascarada de la existencia circulan en una longitud de onda de intensidad pareja y equivalente sea cual sea el formato que elija. Como valor estético en el sentido técnico, era de esos pintores sin formación alguna pero con una capacidad formativa innata, y un enorme talento para la expresión más ajustada de la arquitectura de las figuras y las escenas. Además, él tenía un mundo propio de una enorme riqueza, que quisimos revelar".

El viaje por ese universo privado revela, por un lado, el enorme talento de un artista integral que no llegó a mostrarse al mundo en esa faceta. Y la idea de la "obra secreta" alude, como resume Stupía, "no sólo a lo que el público desconocía de Cedrón sino a todo aquello que él se guardaba tan fanáticamente que quizás hasta resultaba secreto y desconocido para sí mismo".
- La amistad de la familia Cedrón con Cortázar Una pared de Pablo Cedrón. La obra secreta está reservada para los retratos y las fotografías familiares. Resalta el epígrafe de una foto grupal: "Los Cedrón: músicos, cineastas, pintores, actores, escultores, son una familia que ha nutrido al arte contemporáneo de un linaje inacabable de creadores con una singularidad arrasadora. Julio Cortázar, quien solía frecuentarlos en su casa de exilio familiar en París (específicamente la casa del "Tata" Cedrón), les dedicó un capítulo en la novela Un tal lucas (1979), titulado "Lucas, sus amigos", que dice en un pasaje: "Una noche con los Cedrón y sus abnegadas señoras (pongo lo de abnegadas porque si yo fuera mujer y además mujer de uno de los Cedrón, hace rato que el cuchillo del pan habría puesto voluntario remate a mis sufrimientos, pero ellas no solamente no sufren sino que son todavía peores que los Cedrón, cosa que me regocija porque es bueno que alguien les remache el clavo de cuando en cuando, y ellas creo que se lo remachan todo el tiempo), una noche con los Cedrón es una especie de resumen sudamericano que explica y justifica la estupefacta admiración con que los europeos asisten a su música, a su literatura, a su pintura y a su cine o teatro".
Para agendar
Visita guiada con los curadores
Con la presencia de Eduardo Stupía y Martín Lavini. Hoy a las 16. Casa Nacional del Bicentenario (Riobamba 985). Gratis.
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