
Una orfandad excesiva
Sin amor, de Anna Kavan, está habitada por personajes desestabilizados que cultivan la venganza y la traición
La soledad y la perseverancia de una creadora inusitada debían ser mayores a mediados del siglo XX, época en que las escritoras estaban más aisladas y dispersas -es decir, mejor arraigadas en una singularidad autónoma- que en los albores de una era encandilada por lo digital. Las novelas y los cuentos de la inglesa que se ocultó detrás del nombre Anna Kavan (1901-1968) se alimentaron de esa incertidumbre: cómo sobrevivir en un mundo sin afecto. La orfandad de la mujer que protagoniza.Sin amor es formidable: excesiva, temible.
Los héroes desestabilizados de Kavan habitan una escenografía innominada, un paisaje tan cerebral como emocional. Las locaciones son igual de anónimas que las figuras secundarias, una madre resulta igual de ominosa que un médico. Se suceden rechazos y traiciones entre personas cercanas, venganzas y exorcismos clínicos. Estamos ante un Ibsen alucinado, un cuento de hadas posnuclear. La definición de la locura que en una ocasión sugirió Kavan es extraordinaria: "Ningún espejo reflejará la cara de una persona cuya alma esté en China".
Kavan sabe bien que el amor puede volverse, como el relato de sueños ajenos, uno de los temas más tediosos. De manera que lo va circundando, literalmente, trasladando a los personajes -una clásica escena de Kavan es la de alguien que va manejando y se deja llevar por ensoñaciones- hasta ponerlos al borde del abismo que se puede abrir entre lo físico y lo mental en una relación. Todo adquiere una cualidad sonámbula en las parejas de Kavan. Los personajes actúan uno sobre otro como por medio de pases mágicos, favorables o destructivos. Están poseídos por raras sensaciones. Como sucede en Hielo , se les presenta algo potente y no queda claro si lo están viendo o imaginando, lo cual duplica el poderío de la imagen contada. La autora consideraba que una "atmósfera onírica" producía un efecto que podía "ser dañado o echado a perder fácilmente", y la revisión de cada manuscrito se le volvía tortuosa.
Una de las ironías que se dedicaron la vida y la obra de Anna Kavan se dio cuando durante un tiempo se ocupó de la decoración de interiores. Sus narraciones se leen como guiones privados, cifrados, de películas cuya filmación sólo podría haber salvado una colaboración entre Cronenberg y Fassbinder. Si en Sin amor algunos episodios suenan un tanto inverosímiles -la aparición de un segundo niño, adoptado, el día en que murió un niño propio- es porque pertenecen a la clase de inverosimilitud que plantea un mito. No es nuevo, pero Kavan lo hace con maestría: se sirve de fenómenos de la naturaleza para enrarecer una historia, para extremarla.
El acierto de la traducción de Sin amor es la contracara del desconcierto que provoca la foto que ilustra la tapa: es el exacto reverso del contenido y parece recrear las tensiones de Kavan con su editor más asiduo. Sin amor , como Hielo , es de una intensidad tal que sólo permite leer de a un capítulo por sentada. Quizá fue esa intuición la que la llevó a escribir cuentos, no pocas veces notables. No se puede leer a Kavan como un editor obtuso que pretende que un libro tenga todas las virtudes a la vez. La biografía es indulgente: si el lector sabe que un escritor fue un adicto, tolera las repeticiones con otro ánimo (o equivocadamente las atribuye a la adicción y no a una decisión artística).
La absoluta claridad de la prosa de Kavan pone a distancia prudente su vida personal, dominada por su dependencia de la heroína. Los de Kavan nos recuerdan que todo libro puede pensarse como una anamorfosis: una imagen que con una perspectiva distorsionada le exige al espectador o lector adoptar una posición especial y específica para poder percibirla correctamente. Es la perspectiva deformada, justa y única, que debió encontrar el autor para redactar cada libro de un modo particular. Este efecto se radicaliza en una escritora con una considerable cualidad visual. Kavan fue, dicho sea de paso, una más que competente pintora y muchos de sus cuadros fueron destruidos por albaceas impresionables.
Es difícil y a veces absurdo querer transmitir una idea de cómo es un escritor por medio de sus imágenes, porque las metáforas o símiles poéticos aparentan no pertenecer a nadie, o en todo caso a una especie de acervo anónimo del que abrevan novelistas, cuentistas y poetas, de una generación a otra. Pero un puñado de ejemplos pueden acercar al menos un indicio del clima de su obra: "un mar fantasma", "un bosque entero de robles enanos", "sueños como luz aprisionada en brillantes cuevas minerales". La familia anómala de Anna Kavan podría estar conformada por escritoras inimitables como Jean Rhys, Mary Butts y Janet Frame, que creyeron en la literatura como variante de la tauromaquia. En su casa de Londres, esta lectora de Kafka se dedicaba al jardín, en el que escribía cerca de higueras y laureles venidos a menos. Ese jardín era para ella una gran habitación y en uno de sus muros vio otra de esas imágenes que la perdían: "Una vieja parra agonizante ha trazado la ilegible caligrafía de sus tallos retorcidos".
Sin amor
Anna Kavan
Manantial
Trad.: Elvio E. Gandolfo
288 páginas
$ 120