Vuelven los Gallagher
Y yo estoy que me acuerdo de todo. Cada cosa. Estoy ahí. En 1996, en el banco de la secundaria de Lomas de Zamora. Suena “Wonderwall”. La voz de Liam, ese hombre que rasga las telas con las manos. La escucho una y otra vez porque necesito aprenderla de memoria. Necesito tenerla a mano cuando no la tenga. Esto es culpa de mi hermano, que me presentó a los Gallagher de Manchester a su manera, sin decirme nunca nada, sin hablar, con esos modos, los posters en su habitación, la música que se metía por debajo de su puerta cerrada, siempre cerrada, y que llegaba a la otra punta del pasillo, donde estaba yo. “No creo que nadie sienta lo mismo que yo por ti ahora”, canta el más chico de los dos líderes de Oasis y yo pienso sí, eso mismo, quién sos.
Ahí estoy yo. En el local de música de la calle Laprida. Escucho el segundo disco de la banda, el que tiene también “Don’t Look Back in Anger”, en esos dispositivos colgados en las paredes. Cómo explicarlos. Todas las partes que lo integraban son palabras que ya no uso. A veces el tiempo me saca la forma de decir las cosas. Pero entonces yo podía ir a ese lugar, esperar a que el aparato que reproducía el CD estuviera liberado, calzarme los auriculares de vincha y quedarme así, mientras “Roll With It”, “Some Might Say”, y la carraspera forzada por la postura en la que Liam se enfrenta al micrófono que me inundaba el cerebro como una convicción, una manera de pararme ante la adolescencia que se me venía encima.
Ahí estoy yo. Camino por las calles de un país que no conozco, lejos de mi casa y de la calma que me brindaba no por calma, por casa. Es enero de 2000. Tengo en las manos un discman. Estoy con mis compañeros de colegio pero los veo apenas, a la distancia, hay cosas que no cambian. Escucho “The Masterplan” y Noel, el más grande, el que compone, me confunde. ¿Quién me gusta más? Hay decisiones que nunca se toman.
Ahí estoy. Al borde de terminar la secundaria. Ese precipicio. Me siento única porque mis amigas las mellizas me trajeron de Alemania discos que ni sabía que existían con temas inéditos. Escucho el cover que hicieron de The Who. Y después una noche tengo un sueño: estoy con Noel sentada en el cordón de una vereda de esas del conurbano en que me movía. Él me habla, como si supiera. Se queja de las peleas con Liam, yo le digo que lo entiendo y después le confieso que me gusta el único chico que no me tenía que gustar. Somos dos personas y una angustia.
Ahí estoy yo, al fin, con Ezequiel. Voy a ver a Oasis por primera vez. Tenemos entradas vip y la misma remera, qué vergüenza más linda. Pienso, como pensaba en esa época, cuando tenía veintipico y no había llegado a romper el espacio que me separaba de la verdad, que no preciso nada que no sea esto. Pero después vino lo demás y también las otras veces que los fui a ver. Los vi juntos, los vi rotos, los vi solos.
Oasis se separó a mis 27. Yo aún no era adulta pero me había acercado a la zona y reaccioné a la noticia acorde. No más Gallagher. No más ese campo de repulsión incandescente que montaban a la par y que a mí me sacaba a pasear el éxtasis por el cuerpo. Las ganas de gritar, atascadas en la garganta. Pero acá estoy yo, hoy. Tengo 41 y ya no soy fanática de nada. Hasta que ellos, otra vez. Tras 15 años vuelven a hacer shows y me pongo el despertador a las 4 de la mañana para comprar entradas que sé que no voy a conseguir y actualizo la web, F5 F5 F5 F5 y una de las mellizas me dice estoy en línea, si me deja, te compro, y hablo con Ezequiel, que no me tiene fe pero me dice dale, Negri, si conseguís, nos vamos a Londres, y son días en los que las cosas no tienen sentido, otra vez el sinsentido, pero de pronto, por segundos, algo parece encajar. De nuevo. Ellos vuelven. Yo también volví un poco. Que dure.
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