El Mundial de Londres de 2017 marcó el adiós del icónico atleta. Cómo construyó su notable carrera y el impacto que generó un imponderable que aguó la fiesta
Es el hombre más rápido de la historia, pero ni su entrenador creía que debía correr los 100 metros. Ganó nueve medallas olímpicas doradas, aunque diez años más tarde le quitaron una. Tocó el cielo del deporte, allí a donde apuntaba con el dedo en su icónica pose, pero terminó su carrera, literalmente, en el piso, y llevando a su equipo nacional a la derrota. Lo fueron a buscar en silla de ruedas, pero él se puso de pie y fue rengueando hasta la línea de llegada con la frente en alto. La historia y el final de un portento de metro noventa y cinco de altura que corrió con un solo objetivo: convertirse en una leyenda. Y lo consiguió, Usain Bolt.
Más de dos horas de auto lleva viajar desde Kingston, la capital de Jamaica, hasta la parroquia de Trelawny. Quizá no parezca tanto, pero toda la isla tiene 240 km de largo. Alrededor de la parroquia hay unas 80 casas escondidas entre la vegetación y las montañas. En una de ellas, hace 36 años, nacía el hijo de Jennifer y Wellesley Bolt. Lo llamaron Usain.
Creció jugando al fútbol y al críquet, era fanático de Waqar Younis, paquistaní considerado uno de los más grandes lanzadores de la historia del criquet. Mientras que en el fútbol, cada cuatro años alentaba a la selección argentina. Excepto cuando tenía 12 años y la selección de Jamaica enfrentó en el Mundial de Francia ‘98 a la Argentina dirigida por Daniel Passarella, con un resultado que entristeció a Usain. El equipo de su país perdió por 5 a 0.
Pero la tristeza no lo puso lento, todo lo contrario: fue ese año cuando se convirtió en el corredor más rápido de su escuela primaria en los 100 metros llanos. Luego, al ingresar en la secundaria, siguió enfocado en el deporte que amaba: el críquet.
Allí fue cuando su entrenador de críquet le vio grandes condiciones, pero para correr. Y lo recomendó al equipo de atletismo, donde empezó a competir y a ganar. A los 15 se colgó su primera medalla, de plata, en un evento de la secundaria corriendo 200 metros. De allí pasó rápidamente al equipo jamaiquino, para competir en los Juegos Carifta (que congrega a los países del Caribe). En Centroamérica, las competencias de velocidad no son las más fáciles de ganar. Pero el joven Bolt regresó a la isla con una medalla de plata en los 400 metros y pensando que no le iba tan mal eso de correr y viajar.
Así voló fuera del Caribe para el Campeonato Mundial Juvenil en Debrecen (Hungría). Aunque aún no se tomaba del todo en serio el atletismo, hasta que llegó la competencia que lo pondría más nervioso que nunca en su carrera. Incluso más que en los tres Juegos Olímpicos, donde fue una de las grandes atracciones. Usain reconocería luego que nunca estuvo tan nervioso como en el Campeonato Mundial Junior que se realizó en Jamaica y él tuvo que salir a mostrar ante su gente la promesa que era.
Tenía por entonces 15 años y un metro noventa y cuatro de altura. Tan nervioso estaba que se puso las zapatillas en los pies equivocados. Pero se acomodó el calzado y corrió su prueba, los 200 metros, para marcar 20s61 (para tener una referencia, el récord argentino de mayores del gran Carlos Gats es de 20s37) y con 15 años se consagró como el más joven en la historia en alcanzar una medalla de oro en categoría junior.
Esa competencia fue un quiebre en la carrera de Usain. Se prometió entrenar en serio para no volver a sufrir tanto la presión en la competencia. Así fue como creció año tras año en las dos distancias, 200 y 400 metros, donde todos le veían un futuro arrasador. Incluso, el gran Michael Johnson, quien fuera recordman del mundo en ambas distancias, pronosticaba en el joven jamaiquino un gran futuro, al menos si no le ejercían demasiada presión.
Fue así que el gobierno de Jamaica salió a cuidar a su talento. El procurador general de ese país, Howard Hamilton, lo mencionó como “el mejor velocista que la isla haya engendrado”, y la asociación de atletismo nacional se encargó de entrenarlo en la capital, Kingston. De hecho, Usain rechazó las múltiples invitaciones de universidades norteamericanas que tuvo para ir a entrenar y estudiar con ellos. Lo que no rechazó tanto fueron las múltiples invitaciones que recibió para salir de noche en la capital. Había llegado desde un pequeño pueblo que rodeaba una iglesia para caer en la vibrante Kingston, con más de un millón de habitantes y la música invitándolo cada noche.
Sin embargo fue a los 19 que conocería a Glen Mills, el entrenador que guiaría toda su carrera y le demostraría que el esfuerzo, al menos en algunos momentos de la temporada, podía convertirlo en algo más que un ganador: podía ser una leyenda.
No se equivocó el bueno de Glen al encaminarlo hacia el trabajo metódico y diurno. Aunque es cierto que no tuvo confianza en que su pupilo pudiera correr bien los 100 metros. Por lo que lo empujaba a seguir buscando rendimiento en los 400, aunque teniendo los 200 como prueba principal. “Dejame correr los 100, por favor”. Tanto insistió Usain que Glen accedió a que probara suerte en los 100 m pero con una condición: debía bajar el récord jamaiquino de 200 m. Un registro que ninguno de los grandes velocistas de la isla había logrado quebrar durante más de 30 años y estaba en poder de una leyenda: el campeón olímpico Don Quarrie. Para cuando Usain nació, Don ya tenía una estatua de bronce en las afueras del Estadio Nacional.
Así llegó al Campeonato Jamaiquino de 2006, con 20 años y nuevamente la presión de mostrarse ante su gente. Y ahí derrumbó la historia de los 200 metros: la estatua de Don seguiría en pie, pero ahora Usain era el nuevo récord nacional con 19s75 y no sólo ganaba el oro, sino también la autorización de su entrenador para probar suerte en los 100 metros. Para ver “si podía hacer algo”.
Debutó en Grecia, ganó la competencia y marcó 10s03. Y el 31 de mayo de 2007 en la ciudad de Nueva York marcó 9s72, superando el registro de su coterráneo Asafa Powell y logrando el récord de mundo. Esa fue apenas su quinta carrera de 100 metros como profesional.
Ya no paró nunca más, en 100, 200 y posta 4x100 (se olvidó por completo de los 400, que además no le gustaba entrenarlos). Ganó nueve medallas de oro olímpicas en estas tres disciplinas, todas las que se pueden ganar en tres Juegos: Pekín 2008, Londres 2012 y Río 2016. Luego, la medalla de la posta del 2008 se la retirarían porque a su compañero Nesta Carter le saltó un doping positivo en esa prueba, con un análisis hecho en 2017.
Y también ganó las tres medallas doradas en los Campeonatos del Mundo de Berlín 2009 (allí voló grabando los actuales récords mundiales de 100m, en 9s58, y 200m en 19s19), Daegu 2011 (esa vez no ganó los 100 porque partió en falso en la final y lo descalificaron), Moscú 2013 y Pekín 2015, sumando once medallas doradas. Así atravesó casi una década de liderazgo indiscutido en las grandes citas, hasta que llegó al final de su camino: el Campeonato Mundial de Atletismo de Londres 2017. Su caída.
Luego de firmar su nombre en la inmortalidad del deporte al ganar las tres medallas doradas en los Juegos de Río 2016, anunció que sólo correría un año más para despedirse. Ya había sellado su vínculo con la historia. Sus marcas parecían inalcanzables, nunca nadie había ganado los 100 y los 200 en dos Juegos consecutivos, él lo había hecho en tres. Su carisma y presencia en un estadio habían logrado lo que ningún atleta nunca: traspasar todas las fronteras de su disciplina y alcanzar la altura de inmortales como Michael Jordan, Tiger Woods, Roger Federer o Muhammad Ali.
Para el Campeonato de Londres prefirió enfocarse solo en los 100 metros y la posta, dejando de lado su prueba principal, los 200. Sin dudas, su historial lo hacía el favorito. Pero también los números decían que estaba a punto de cumplir 31 años y que en 2017 lo mejor que había corrido era 9s95. Enfrente tendría a Christian Coleman, con números de 9s82 esa temporada y 21 años a la fecha.
Pero allí estaba la leyenda, el Rayo, el gigante jamaiquino en la final de los 100 metros, el sábado 5 de agosto de 2017, dispuesto a correr su última prueba individual. Menos de 10 segundos más tarde todo había terminado y algo no cuadraba: Bolt había quedado tercero.
El nuevo campeón del mundo era su eterno perseguidor, Justin Gatlin, que no le ganaba desde 2013. Y que le brindó una última reverencia, arrodillándose delante suyo y terminando ambos en un sentido abrazo. Y luego el joven Coleman, para terminar dejar el último lugar del podio a Usain.
El baile final
Pero faltaba el último baile. La última gran presentación. Aquel domingo 13 de agosto, unas 60.000 personas habían llenado el estadio. El entendido público británico del atletismo y los aficionados al deporte de todo el mundo querían ver las últimas zancadas de la leyenda.
Usain siempre disfrutó correr junto a su equipo. Pero en las grandes competencias lo hacía sólo en la instancia final, sin participar de las clasificaciones, cuidándose para sus pruebas individuales. En Londres ya no había más nada que guardar. Por primera vez, fue parte del equipo en las semifinales y llegó a la gran final con el hambre y la presión de poner el broche de oro a 18 años (casi dos tercios de su vida) de atletismo.
Se lanza la posta 4x100. El tubo de metal que pasa de mano en mano se llama testimonio, y vuela presto hacia la recta principal. Allí lo espera Bolt, el ancho de espadas de Jamaica, con quien derrotó todos estos años a Estados Unidos. Recibe el testimonio Usain, un poco retrasado con respecto a las dos jóvenes promesas: el estadounidense Christian Coleman y el británico Nethaneel Mitchell-Blake. Nada que temer: en la pista está la leyenda. Pero el portento de metro noventa y cinco nunca llegó a desplegar su zancada de casi dos metros y medio por delante de todos. Salta en un pie, varias veces. Se van todos. Queda último y termina con sus casi cien kilos de músculos tirado en el piso.
La última carrera, con un final no deseado
Un calambre en la parte trasera del muslo izquierdo lo dejó con la espalda en el suelo y los ojos de 60.000 personas sobre su cuerpo. Miles de flashes iluminaron la imagen del gran Bolt tirado en el piso viendo cómo todos corrían hacia la meta. Sus compañeros lo rodearon, los médicos lo asistieron, colocaron a su lado una silla de ruedas.
Pero él no quiso subirse. Con dolor, mucho más dolor emocional que físico, se puso de pie y recorrió esa recta principal que había sabido transitar más rápido que nadie nunca, esta vez caminando.
“Creo que todo pasa por alguna razón”, diría luego Usain. “No sé si Muhammad Ali perdió su última pelea. Tampoco creo que lo que haya hecho en mi última carrera vaya a cambiar lo que hice en el deporte”.
El Rayo, el ser humano más rápido de la historia, el carismático jamaiquino que puso su isla en el mapa del deporte mundial, había dado con su última zancada al suelo. Aunque antes logró llegar a correr por el cielo de los inmortales.
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