El hombre que sacudió la cabeza de Michael Jordan, Kobe Bryant, Scottie Pippen, Dennis Rodman, Shaquille O’Neal y tiene 13 anillos en su vitrina
“Dado que tanto mi padre como mi madre eran pastores, mis hermanos y yo teníamos que ser doblemente perfectos. Los domingos asistíamos dos veces a la iglesia, por la mañana para oír el sermón de mi padre y por la tarde para escuchar el de mi madre. También teníamos que asistir a un servicio a la mitad de la semana y ser los mejores alumnos de la escuela dominical, que estaba a cargo de mi madre. Por la mañana orábamos antes de desayunar y por la noche memorizábamos pasajes de la Biblia”
“No nos permitían ver televisión, ir al cine, leer comics ni asistir a bailes…, ni siquiera podíamos reunirnos con amigos en el bar del pueblo”
“Tras un par de años de oraciones y súplicas devotas, llegué a la conclusión que eso no era lo mío”
“Lo que me gusta del básquetbol es lo interconectado que está todo. Se trata de una compleja danza de ataques y contraataques, por lo que era mucho más intenso que cualquier otro de los deportes que practicaba. Además, requería de un alto nivel de sinergia. Para triunfar, necesitás confiar en todos los que están en la cancha, no sólo en vos. Es lo que le proporciona cierta belleza trascendente que me resultó profundamente gratificante”
“Mi verdadero salvador fue el básquetbol”
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El laberíntico universo de Phil Jackson es verdaderamente imposible de desentrañar, incluso hoy a sus 78 años. Quizá ésa es la forma en la que se convirtió en el entrenador de la NBA más ganador de la historia al lograr once anillos. Fue el hombre que pudo domar los egos de Kobe Bryant y de Michael Jordan, el que tuvo el pulso para controlar el torbellino Dennis Rodman, el que espantó de un cachetazo el mote de “blanquito blando” de Paul Gasol, el que descubrió dónde poner la energía de Shaquille O’Neal, el que entendió cómo potenciar las virtudes de Scottie Pippen, el que se volvió un estudioso del yoga, de la espiritualidad, el que podía ser enérgico, dócil, inteligente, intenso… Un auténtico genio en el arte de los juegos mentales.
Criado en una familia ultra religiosa, rompió los moldes. Ni Charles ni Elizabeth pudieron con Phil, el más curioso de sus tres hijos. A los 11 años, su mamá le dijo que era hora de “imbuirse en el Espíritu Santo”, pero él tenía más ganas de conocer el mundo que lo rodeaba que leer y cantar en la iglesia. Siempre entendió que su vida podía ser diferente. Quizá el motor de todo aquello resultó de la ausencia de su madre en los partidos que él jugaba cuando estaba en la secundaria, o que su padre sólo pensase en que el futuro de sus hijos estaba asegurado como pastores.
Nunca pretendió ser una estrella y su verdadera bendición fue tener apenas 15 años y medir 1,95 metro, pesar 72 kilos y tener unos brazos enormes. Rápidamente sus cualidades físicas se transformaron en la “vía de escape” ideal. Sus números en Williston High lo potenciaron, lo llevaron a convertirse en una especie de celebridad y captó la atención de Dakota del Norte. Su tarea no fue muy distinta a nivel deportivo, pero sí tuvo un vuelco a nivel personal: descubrió que había otra vida que le permitía cuestionar la que le inculcaron sus padres. Teorías darwinianas, cine, mujeres, budismo, meditación, drogas, comenzaron a formar parte de su diccionario y el vuelco resultó total.
Su relación con el básquetbol era una conexión que no tenía que ver sólo con el deporte. Sino que había algo más que fue revelando la acumulación de experiencias. Jackson descubrió su rol siempre, sabía bien que en su época de jugador lo veían como “un blanquito con poca potencia y capacidad atlética”. Así lo definieron algunos de los reclutadores que les entregaron informes a los entrenadores de New York Knicks. Entonces, con Red Holzman como entrenador, supo leer que él era valioso como obrero y eso le permitió ser parte de los títulos de los Knicks (1970 y 1973). Aquel contacto con Holzman comenzó a potenciar el estudio de Phil Jackson sobre cómo se deben gestionar los humores de un grupo de deportistas, porque allí pudo ver que como entrenador podía ser relajado y aun así imponer la idea de que el básquet debe ser jugado sin egoísmos y que lo primero es el equipo. Un juego simple, basado en los fundamentos y la inteligencia de cada jugador, más que en la capacidad física. Una verdadera lección para una NBA, que apostaba por la espectacularidad de atletas con físicos imponentes.
Holzman hablaba poco, pero cuando lo hacía, quedaba claro quién tenía el mando. Y eso fue determinante para Phil Jackson. Cada acción de aquel entrenador lo nutrió. En su libro Once Anillos cuenta que amaba a Holzman y que una vez, en un viaje en avión antes de iniciar una gira, en el equipo de música de un jugador comenzó a sonar rock duro. “Red se acercó al muchacho y le preguntó: ‘Oye, ¿en tu selección musical hay algo de Glenn Miller?’. El jugador miró a Red como si fuera un extraterrestre. Casi al borde de la burla, Holzman entonces le dijo: ‘En ese caso podrías poner un poco de mi música y otro poco de la tuya. De lo contrario, apaga ese puto aparato’. Al cabo de unos instantes, Red se sentó a mi lado y me dijo: ‘Como sabes, los jugadores tienen ego… y a veces se olvidan de que los entrenadores también lo tenemos’.
Phil Jackson entendió que era tiempo de cambiar de rol y emprender el viaje como conductor de un grupo, de tratar de hacer que el básquetbol con él a la cabeza fuera un todo. Ya como coach, su primer destino fue Puerto Rico, en donde vivió cuatro años (1984-1987) de aprendizajes, buenas campañas y algunos fracasos. Le fue mal en su paso por Piratas de Quebradillas, pero bien en Gallitos de Isabela, conjunto con el que llegó hasta la final del torneo local. Mucho mejor le fue en la CBA, la liga de desarrollo de la NBA, competencia en la que obtuvo el primer título de Albany Patroons, en 1984.
Siempre supo que no debía descartar ninguna de las vivencias que lo marcaron. Por eso de sus padres aplicó el concepto de maximizar las potencialidades de cada individuo para un bien colectivo. “De pequeño me fascinaba la capacidad que tenían para crear comunidad. Los rituales ejercieron un efecto profundo en mí, así como en mi idea de liderazgo, si bien más adelante me distancié del pentecostalismo y encontré una nueva dirección espiritual”, contó Jackson.
Sus métodos lo ubicaron en un lugar de privilegio. Sus logros lo elevaron por encima de cualquier otro entrenador de la NBA. Su paciencia resultó determinante, saber leer a sus interlocutores para alcanzar el objetivo. Porque supo cómo esperar su momento para convertirse en el entrenador principal de Chicago Bulls, ya que llegó en 1987 como asistente y no fue el coach principal sino hasta 1989. La ecuación no resultó sencilla, porque debía lidiar con el germinar de un tal Michael Jordan.
El primer encuentro entre ellos permite comprender cómo Jackson tuvo que usar su capacidad para convencer a semejante monstruo deportivo. Phil estaba cumpliendo su segundo año como asistente de Doug Collins en los Bulls y en el campus de entrenamiento previo a la temporada, le dijo al técnico principal que entendía que Jordan hacía demasiado por su cuenta, lo que implicaba un riesgo. Y que era necesario emular a Magic Johnson y a Larry Bird en la forma en la que trabajaban con los compañeros para transformarlos en un equipo. Incluso, citó a Red Holzman que solía decir ´el verdadero sello de una estrella es el nivel hasta el cual mejora a sus compañeros de equipo’. La respuesta de Doug fue directa: “Phil, me parece estupendo. Me parece una buena idea contarle esto a Michael. ¿Por qué no vas y se lo decís ahora mismo?. Explicale a Jordan eso del verdadero sello de una estrella”.
Jackson relató en su libro el momento en el que fue con esta historia a buscar a Jordan: “Me dirigí a la sala de prensa, en la que Michael hablaba con los periodistas, y lo llevé aparte. Era la primera conversación de verdad que iba a mantener con Michael y me sentía un poco incómodo. Le expliqué que Doug pensaba que debía saber lo que Holzman opinaba sobre el hecho de ser una estrella y repetí la famosa frase de Red. Michael me observó unos segundos y, antes de retirarse, se limitó a decir: ‘Está bien, gracias’. No sé qué opinó Michael en aquel momento de mis palabras, si bien más tarde descubrí que era mucho más fácil de entrenar que otras estrellas porque sentía un profundo respeto por Dean Smith, su preparador universitario. Y además estaba muy interesado en hacer lo que hiciera falta con tal de conquistar su primer campeonato en la NBA”.
Siempre fue un equilibrista. Sólo así podía sostener el balance de un grupo que exudaba ego. Supo cómo tocar cada fibra, ser flexible cuando lo ameritaba, determinado, buen negociador y un gran estratego para gestionar humores. No era sencillo tener bajo control la relación Jordan-Scottie Pippen, pero en uno de sus relatos explicó qué sucedía con ellos. El entrenador de los Bulls recordó que no había una buena recepción por parte de MJ para ejecutar el famoso triángulo ofensivo, la estrategia más desplegada por Jackson en su carrera. Jordan la consideraba demasiado democrática. “Lo denominaba, irónicamente, el ataque de la igualdad de oportunidades. Llegó a decir que le daba dos partidos”, escribió el coach en alguna oportunidad. Fueron charlas duras porque necesitaba convencerlo de que era posible que su cantidad de puntos podría bajar. Y la respuesta llegó cargada de arrogancia, algo que también, supo cómo controlar: “De acuerdo. Supongo que podré promediar algo así como 32 puntos, lo que significa ocho puntos por cuarto. Nadie más lo podrá hacer”.
Phil Jackson se convirtió en un genio a la hora de mantener a todos conectados orbitando alrededor de Jordan. Entonces, encontró en Pippen el interlocutor perfecto para sus objetivos: “Era otra clase de líder. Se trataba de una persona más flexible que Michael. Escuchaba pacientemente a sus compañeros cuando se desahogaban e intentaba hacer algo para ayudarlos a resolver lo que les inquietaba”. Y eso que buscó el entrenador se tradujo en la experiencia que le tocó vivir a Steve Kerr, como jugador de los Bulls: “Scottie era el que nutría y Michael, el ejecutor. Gravitábamos hacia Scottie porque se parecía más a nosotros. Michael tenía una presencia tan dominante que, en ocasiones, no parecía humano. Daba la impresión de que nada le afectaba”.
Selección de libros sobre espiritualidad para los diferentes miembros del equipo, elegidos especialmente según lo que cada uno necesitaba. Enseñanza de técnicas para entrenar la mente y el cuerpo -como el yoga y el tai-chi-. Charlas inspiradoras con invitados que iban desde un maestro Zen hasta un ex convicto. Todos recursos a los que apeló Jackson como entrenador para controlar a las bestias deportivas que lo permitieron convertirse en el entrenador más ganador de la historia de la NBA.
Por ejemplo, como cuando tuvo bajo su mando a Dennis Rodman. Justamente Jackson contó que la forma en la que tenía para domarlo justamente era no controlarlo. “La gente dice que debería ser duro con él, pero son ignorantes. La gente no sabe que Dennis tiene algunas dificultades con sus vínculos. Cuanto más lo disciplines, peor será. Tienes que tener paciencia, aceptarlo y decirle ‘dame lo mejor que tienes’”.
Así fue que cuando Rodman llegó a los Bulls, accedió a un pedido en particular de Jackson. “Una vez que el traspaso se llevó a cabo, fui a la casa de Jerry Krause con Michael, Scottie, Phil Jackson, su perro... todo el mundo. Estábamos cenando y hablábamos poco o nada con el resto. Era como el ‘Triángulo ofensivo’, Michael a un lado, Scottie al otro, yo apartado y Phil en el centro. Era una situación extraña, todos en la casa, comiendo y bebiendo, pero nadie hablaba con nadie. De repente Phil se acercó a mí y me dijo: ‘Hey Dennis, ¿podrías hacerme un favor’?’ Yo le dije: ‘¿De qué se trata?’. Y me dijo: ‘¿Podrías acercarte ahí y pedirle perdón a Scottie?’.
“Yo creí enloquecer. Dije: ‘¿Qué, cómo, decir qué? ¿Perdón a Scottie?’, Casi lo dije gritando. Phil me calmó y dijo: ‘Ya sabes, vas allí y suavizas las cosas un poco por aquello que ocurrió en 1991, cuando lo empujaste contra las sillas de la cancha’ (NdR: sucedió en un partido entre Detroit Pistons y Chicago Bulls). Fue demasiado y le dije: ‘Tienes que estar jodidamente bromeando ¿no? Esto es un jodido juego’. Phil siguió calmando el ambiente, jugando conmigo y me dijo: ‘Sólo hazlo por mí’. Me convenció, así que me acerqué a Scottie y le dije: ‘Hey, te pido disculpas por lo ocurrido’. Pippen contestó: ‘No te preocupes por ello. Los dos queríamos ganar’. Y así quedó zanjado todo”.
Su objetivo era crear un ambiente en el que cada jugador pudiera crecer más allá de una cancha de básquetbol y que se pudiera expresar creativamente dentro de una estructura de equipo, ya que no pretendía asignar roles determinados. Entendió en todo momento que si había un cierto grado de disidencia en su grupo, que se planteen situaciones que puedan debatirse y que eso permitiese que cada uno aportara soluciones para esos problemas, era un buen camino para la evolución colectiva.
Después de experimentar distintos tipos de liderazgo, Phil Jackson descubrió que se volvía menos poderoso cuánto más se esforzaba en proyectar poder hacia los demás. Con el tiempo, aprendió a dejar su ego atrás y a distribuir poder tan ampliamente como le era posible, reservándose para sí la potestad de tomar la decisión final. El todo por sobre el uno, un mantra casi innegociable en su forma de conducir. Incluso, dejaba que los jugadores pensaran por sí mismos para ser capaces de tomar decisiones en el fulgor del partido.
En los Bulls asombró a los jugadores cuando les pidió que entrenaran en silencio o con las luces apagadas y hasta los acostumbró que en los malos momentos podía limpiar los espacios comunes para cambiar las energías: “Recuerdo cuando perdíamos un par de partidos, Phil quemaba incienso en la sala de cine. Siempre nos preguntamos si tal vez estaba quemando algo más”, contó Steve Kerr en el programa The Jump, en ESPN.
El deseo de Shaquille con Los Angeles Lakers
Esas cualidades se convirtieron en un objeto de deseo en el universo de la NBA. El estatus de Phil Jackson estaba por las nubes, pero a él nada lo hizo cambiar de vida. Por eso, con la salida del entrenador Del Harris, Shaquille O’Neal le solicitó a los dueños de Los Angeles Lakers contratar a un verdadero líder, que pudiera guiarlos al anillo y que un solo hombre podía lograr esto: Phil Jackson.
En esa charla le explicaron que Jackson se había retirado tras ganar todo con los Chicago Bulls (seis anillos) y que sería imposible hacerlo volver. Shaquille contestó que él lo traería de vuelta. Entonces, el gigante logró averiguar dónde era el lugar de retiro de Jackson y se trataba de una hermosa cabaña situada al lado de un lago en el estado de Montana. O’Neal se subió a un avión y tras un largo viaje en auto se presentó en la cabaña de Jackson sin avisar. Lo atendió June, la esposa de Phil, que le dijo que su marido se encontraba meditando cerca del lago.
Shaquille no dudó y fue a buscarlo. Jackson se sorprendió y le explicó el por qué de su visita. Le rogó para que aceptara el puesto, ya que deseaba ganar un campeonato. Phil se quedó en silencio mirando el lago y le dijo: “¿Ves aquel tronco en medio del lago? Quiero que lo traigas”. Shaq se río pensando que era una broma, pero al ver la seriedad en el rostro de Jackson comenzó a desvestirse: en ropa interior, entró al frío lago y comenzó a nadar hasta llegar al tronco, sujetó el tronco y con dificultad nado de regreso hasta llegar a la orilla. Shaq dejó el pesado tronco a los pies del entrenador y Phil, sonriendo estrecho su mano y le dijo: “Me has demostrado la fuerza de tu deseo”.
En una columna que tenía en ESPN The Magazine, Jackson escribió durante la temporada 1997-1998: “Claro que veía como un desafío el poder domar a Shaquille O’Neal, una súper estrella joven a la que ya había sufrido cuando jugaba para Orlando Magic, pero que en los Lakers no terminaba de consagrarse. “Shaq es el pivote ideal para el triángulo. Si le pasas la pelota a este muchacho, ¿qué hará la defensa?”.
Así emprendió otra aventura para controlar mentes para alcanzar el objetivo. Citaba al maestro budista japonés Nichiren que le escribió a sus discípulos, perseguidos por las autoridades feudales, que se mantuvieran juntos “con el espíritu de muchos en el cuerpo pero solo uno en la mente, trascendiendo todas las diferencias entre ustedes para ser tan inseparables como el pez del agua en que nada”. A Phil le gustaba este concepto de unidad. Esa comunión quiso promover cuando desembarcó en los Lakers. Había resultado más fácil con los Bulls, porque ya estaban unidos por todas las batallas que el equipo libró contra los Bad Boys de Detroit Pistons. En el caso de los Lakers, las miradas celosas era miles y los jugadores ya eran individualmente considerados estrellas. La conexión entre ellos iba a ser tan difícil de lograr como esencial para el éxito del equipo.
Su trabajo por mejorar esas cabezas fue directo, inoculó conceptos, cambió costumbres y convenció. “Si me escuchas, serás MVP. Si me escuchas, ganarás el anillo”, fue la receta para seducir definitivamente a Shaq, que contó: “¿Qué es lo primero que me pidió? ‘No más álbumes de música, ponerle un límite a los anuncios de publicidad y hacer todo lo que me diga’. Yo lo acepté y probablemente fueron los años en los que mejor he jugado. Una vez que teníamos la fórmula para ganar, ya estábamos sedientos para seguir ganando”.
Entonces, también debía subirse al universo Kobe Bryant, que cuando aterrizó en la NBA tras haber sido elegido en el puesto número 13 del draft de 1996, Phil Jackson acababa de conquistar su cuarto anillo como entrenador (ganó en los 70 otros dos como jugador de los Knicks). El rango de leyenda lo comenzó a construir a partir de su cuarta temporada en la NBA, la primera a las órdenes del “hombre que domina las mentes”. En el verano de 1999 comenzó todo y meses después, los Lakers celebraban su primer título desde la época de Magic Johnson. El resto es historia, tanto los dos anillos siguientes como la estrepitosa derrota ante los Pistons en 2004 y las peleas entre Kobe y Shaq que desembocó en el pronto final de lo que podría haber sido una dinastía para los dos jugadores.
Jackson logró pulsear con Kobe tanto como con Jordan. Tuvo que torcer el mal genio de Bryant, tanto que durante los primeros años de su carrera no quería vincularse con sus compañeros y Jackson recordó: “Le pregunté: ‘¿Cómo te relacionas con tus compañeros?’ Dijo: ‘No lo hago. No salgo ni como con ellos. Todos están interesados en coches, chicas, rap y cosas así’. Así que le comenté: ‘Parece que entonces las cosas no van a funcionar”. Incluso, en alguna oportunidad Phil llegó a decir que Kobe era “imposible de entrenar”.
En un artículo de Mark Medina en Los Angeles Daily News se rescató una anécdota de la época en la que trabajaban juntos. El entrenador contó que un día llegó a las 8.30 a las instalaciones de entrenamiento de los Lakers para preparar una de sus sesiones de video. Cuando llegó al estacionamiento se sorprendió porque se encontró a Kobe Bryant durmiendo adentro de su vehículo. Comenzó a preguntar qué había sucedido y supo que había ocasiones en las que The Black Mamba llegaba a entrenarse a las 6 de la mañana. Para poder descansar y no perder tiempo en regresar a su casa antes del trabajo con el resto de los compañeros, había optado por descansar en su propio coche. Eso marcó profundamente a Phil Jackson: “Tenía que respetar la dedicación y la pasión con la que jugaba. Ese tipo de momentos nos acercaron”.
Juntos conquistaron cinco anillos, porque al no tener a Shaq encontró en el español Pau Gasol, el hombre clave para sostener su triangulo ofensivo. “Phil me apretaba tanto y de una forma que si sobreviví, podré con todo lo demás. Él sabía unas cuantas cosas que me molestaban y sabía como pincharme y apretarme, sabía cómo hacer que reaccionaras. Cuando pinchas o hablas de alguien es para que esa persona capte tu atención...”, le contó Gasol a Marca.
La sociedad entre Kobe y Jackson fue imperfectamente perfecta. Los desencuentros y las batallas psicológicas que se libraron entre ambos cayeron del lado del Maestro Zen, que pudo dominar a Black Mamba: “Es el mejor entrenador de la historia de cualquier disciplina. Decir que ‘Phil ganó porque contó con grandes jugadores’ es, para mí, la tontería más grande del mundo”.
Phil Jackson fue ejecutivo en New York Knicks, pero nunca más tocó un banco de suplentes. Ya no encontró desafíos. No los necesitó. Sacó lo máximo de Michael Jordan, Kobe Bryant, Shaquille O’Neal, Scottie Pippen y Pau Gasol. Ganó 11 campeonatos, disputó 13 finales, nunca faltó a playoffs.
“Admito que no soy un experto en teoría del liderazgo, pero sí sé que el arte de transformar a un grupo de individuos jóvenes y ambiciosos en un equipo integrado de campeones no es un proceso mecánico. Consiste en un misterioso número de malabarismo que, además de exigir un conocimiento cabal de las seculares reglas del juego, necesita un corazón abierto, una mente despejada y una gran curiosidad sobre las modalidades del espíritu humano”. Con el sello de Phil Jackson, un maestro a la hora de dominar mentes.
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