El fútbol se calla ante el brote de insensatez
Los contagios de coronavirus se multiplican en los planteles ante el silencio de todos, de la Liga Profesional, de la AFA, de los clubes afectados y de sus rivales
A la Liga Profesional no le importa, a la AFA no le importa. Y a los clubes tampoco, porque bien podrían levantar la voz. Silencio cómplice. Jugar al fútbol en medio de un brote de coronavirus como si nada pasara, al resguardo de miserables intereses. Con el crecimiento de la ola que salpica todos los rincones del país, el fútbol entrega día tras día noticias de contagios en alza. Es lógico, no tiene súperpoderes. Pero es infantil, se cree invulnerable. O no se conmueve ante el dolor.
Recientemente ocurrió en Sarmiento, Almagro, Mitre (Santiago del Estero) y San Martín (Tucumán). A esa cadena su sumó Gimnasia, ya con 15 infectados porque se agregaron Marcelo Weigandt y Germán Guiffrey. Descontrol, desidia e inacción. Nada se puede hacer peor. El año pasado los cuidados eran una bandera en el fútbol. Ahora, aun en un escenario agravado, se saltea la página. Fácil ecuación: aquella preocupación nunca fue genuina, la obediencia del fútbol respondía a su genuflexión. Ahora, también.
Los futbolistas se contagian en los vestuarios, en las concentraciones, en el micro que los traslada. Tal vez, en las prácticas o en la cancha también. Cuando explota un brote es porque fallaron los protocolos. El sábado fueron titulares Weigandt y Guiffrey en Gimnasia. Podían estar asintomáticos, sí, pero el contexto exigía atención, seguimiento. El cuadro sanitario del Lobo ahora es más preocupante y Lanús tendrá que estar expectante con las derivaciones. Así funciona el virus, atento a los descuidos. Y el fútbol se especializa en distracciones. Como mínimo, por incapacidad.
No se trata de detener el fútbol, pero sí de postergar esos partidos que involucran explosiones en un plantel. Para blindar a los futbolistas de ese club, para que el área médica de la institución revise sus errores, para proteger a todos los familiares del plantel y allegados y para resguardar al adversario. Y en último término, también para valorizar el producto. La competencia está distorsionada si un equipo juega con remiendos por todos lados. Es lo menos trascendente, desde luego, el fútbol argentino y sus harapos están a la vista desde mucho antes que el Covid cambiara al mundo.
Pero el fútbol calla. Todos juegan, nadie reclama y tampoco ningún rival propone solidariamente la postergación. ¿Alguien está fuera de reglamento? No. El reglamento es el que está al margen de la sensatez. La dinámica de esta enfermedad reclama acción, monitoreo y una guardia permanente. Convivir con la pandemia es el desafío; descansar en la ‘normalidad’ es de un torpe egoísmo. Como diagnóstico más benévolo, claro.
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