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Nunca amistoso: Argentina le ganó a Chile una pequeña batalla que a Messi le costará caro
SAN PABLO.– La moderna rivalidad entre Argentina y Chile hizo posible que un partido destinado habitualmente al olvido se transformara en en una batalla que empezó con roces, protestas y empujones, siguiera con un escándalo que sacó de la cancha a Lionel Messi y Gary Medel –que arremolinó a los jugadores y cuerpos técnicos adentro de la cancha– y terminara con un triunfo que la selección festejó más de lo que podría haberse imaginado unos días atrás, cuando Arturo Vidal anunció que los esperaba un partido que no tenía "ninguna importancia". Ahí están los futbolistas argentinos, hechos un racimo en el medio de la cancha, levantando las manos al público por haber ganado. No celebran el tercer puesto, claro, si esperaban estar en Río de Janeiro a punto de disputar la final. En todo caso, se dejan llevar por la satisfacción de haber sacado adelante un compromiso incómodo, que nunca será un amistoso si está la Roja del otro lado.
Cuesta entender que haya pasado, pero sucedió: Messi, poco afecto a los encontronazos, fue expulsado en un partido sin valor. Vale recrear la acción: poco inteligente, fue a cobrarse por la espalda de Gary Medel un cruce anterior y el incidente terminó con los dos jugadores expulsados por Mario Díaz de Vivar, el tembloroso árbitro paraguayo, superado por la circunstancia. Conviene fijar en ese momento, los 36 minutos del primer tiempo, para entender cómo un compromiso sin importancia en la Copa América le dio a la selección una trompada a futuro: la sanción a Messi le impedirá al capitán empezar las eliminatorias...Y como remate, el papelón de no ir al podio a recibir el premio. El Kun Agüero lo pretendió justificar con un "no vino porque se siente raro con todo lo que está pasando con la Conmebol".
La mecha se había encendido muy pronto, después de un cruce en la mitad de la cancha a los 5 minutos entre los dos capitanes. La jugada siguió pero ellos quedaron recriminándose a la distancia, con gestos evidentes. En ese terreno, la experiencia de Medel estaba probada, pero Messi pareció un principiante. Se dejó llevar por su bronca y propició, media hora después, un cara a cara que derivó en las expulsiones.
Fue el punto más caliente de un partido animado desde el principio por un total control del juego de Argentina. Paredes, dueño del mediocampo, manejaba los tiempos, Messi se implicaba desde el inicio, Dybala tiraba diagonales y Agüero tenía voluntad y peligrosidad. Lo que además esta vez acompañaba a la Argentina era la efectividad que no había tenido en la semifinal contra Brasil: a los 21 minutos ya ganaba 2-0. Una avivada de Messi en un tiro libre ejecutado rápido y concluido por el 9 y un pase filtrado de Lo Celso resuelto con calidad por Dybala –ayudado por la morosa salida de Arias– habían puesto una diferencia que se compadecía en el desarrollo.
Chile estaba perdido. Llegaba tarde adonde ya no había nadie, perdía en los duelos individuales y esa agresividad que suele tener para jugar con los dientes apretados se pasaba de la raya. Así, solo en la primera etapa, acumuló las amonestaciones de Vidal, Pulgar y Beausejour y la comentada expulsión de Medel. Estaba claro, después del momento bisagra –tras las rojas, el partido demoró cinco minutos en reiniciarse–, que el cambio que sobrevendría iba a favorecer a la todavía bicampeona de América.
Y así fue. Con el rugido de las 45 mil personas presentes en el estadio –la mayoría llegó sobre el inicio, presumiblemente con entradas regaladas a último momento por Conmebol–, el segundo tiempo dibujó un partido a campo abierto. Con el resultado en contra, Chile dio un paso al frente y fue a jugarse a descontar o que Argentina le hiciera el tercero. En una jugada de estos tiempos, llegó lo primero: el arbitro había cobrado córner para Argentina después de un contraataque que orilló el gol, pero el VAR le avisó que debía revisar una maniobra anterior y terminó sancionando penal para Chile, que Vidal anotó con furia.
Las emociones crecieron aunque ya sin la vehemencia descontrolada de la etapa inicial. Scaloni activó la máquina de los cambios y quitó al lúcido Dybala para poner a Di María, que enseguida gestó su mejor jugada del torneo y le cedió el gol a un extenuado Agüero, que no pudo culminar bien. Enseguida, el 9 salió y entró Suárez; al final, con el ingreso de Funes Mori –sólo Marchesín y Musso se quedaron sin minutos en el campeonato–, la selección terminó con cuatro zagueros en una línea de cinco defensores dispuestos a resistir. La Argentina esperaba y salía con las zancadas de Di María; Chile atacaba y fijaba a Fernándes y Castillo en el área; Messi miraba por televisión en el vestuario.
El final, que llegó después de seis minutos agregados por Díaz de Vivar, desembocó en un abrazo apretado de Scaloni y su cuerpo técnico, entendible más por la tensión que fue creciendo con el desarrollo que por lo que había en juego. Se terminaba un partido ardiente, siempre disputado, nunca amistoso. El que ahora le dará a Messi un dolor de cabeza inesperado.
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