Copa América: la doble crisis de la selección argentina, un círculo de sospechas y debilidades
PORTO ALEGRE, Brasil.– Las imágenes del pasado se reinterpretan. Quito y San Petersburgo son ahora esta ciudad industrial del sur de Brasil tan cercana a la argentinidad y a los recuerdos inmediatos de otras postales. La selección llega aquí con el mismo rictus ansioso que tenía en sus desembarcos en aquellos lugares, en ambientes igual de adversos. El fresco de la noche gaúcha se siente cuando el plantel aparece en el hotel donde tramitará hasta el domingo la angustia de no saber qué le espera: si la ruina de una eliminación demasiado anticipada de la Copa América, el alivio momentáneo del pase a cuartos de final o una pastilla que le estire la inquietud un día más, cuando se completen todos los casilleros para los cuartos de final.
En octubre de 2017, en aquel punto ecuatoriano del mapa, la Argentina fue a jugarse un todo o nada por el ticket al Mundial de Rusia; en junio de 2018, en la ciudad de las noches blancas se decidía ante Nigeria si seguiría viaje a los octavos de final de la Copa del Mundo o descabalgaría en primera rueda. Las dos veces, con mucho sufrimiento, la selección encontró aire para seguir respirando. Un autoengaño, al cabo: el crédito extra se consumió en la siguiente posta. Esas imágenes de duda y cuerpos entumecidos se reconfiguran ahora, mientras durante la mañana Lautaro Martínez ejercita en un gimnasio de Belo Horizonte su golpeado glúteo izquierdo, eje de una controversia con el entrenador. Si unas horas antes el delantero se había dejado llevar por su enojo en pleno campo de juego para decir que "estaba para seguir" en la cancha contra Paraguay y Scaloni aclaró después que el chico no podía más por el dolor, lo que subyace es algo más profundo. Lo que la anécdota expone, más allá de que se haya zanjado sin escándalos, es la fragilidad de la autoridad de quien manda. Y que esta selección deshilachada es una mixtura entre la falta de confianza y la desconfianza, todo en el mismo envase.
Messi dijo después del 1-1 que la reunión del plantel con Scaloni del martes "fue para el bien del grupo y para seguir creciendo". Una frase diplomática que no alcanza para explicar completamente el escenario. Cuando se da ese tipo de quiebres pasa como en una cristalería: intentar arreglar lo que se rompe en un movimiento supone amasar ejercicios de paciencia y disponer de manos de orfebre. Las de Scaloni, llagadas por esta turbulencia, trabajan ahora contrarreloj, mientras el límite de la expulsión de la Copa podría también tener un efecto inmediato sobre su figura. Está claro que al capitán le molestó tanto como a Di María y Agüero que circularan desde el lunes los cambios que se venían en la formación. Ninguno de los tres futbolistas lo explicitó, pero el dato filtrado a la prensa –y no confirmado previamente a los jugadores– sembró la sospecha de los históricos hacia Scaloni.
A lo lejos, mientras tanto, el jefe ausente de la expedición parece ajeno a la función que le cabe: "Si sospechamos que vamos a lograr los resultados solo a través de la aventura mágica de algunos futbolistas no vamos a encontrarlo. En cambio, si se prioriza el orden táctico y estratégico, tenemos jugadores capaces de crear aventuras para dar con él", escribió César Menotti en el diario catalán Sport, después del derrumbe ante Colombia y antes del episodio del Mineirao. Se advierte preciso el diagnóstico de quien sigue el transcurrir del torneo desde Buenos Aires, donde se repone de una infección, pero también pinta una desprolijidad más: su cargo de manager general de las selecciones argentinas debería persuadirlo de correrse del lugar de comentarista público de una realidad que ahora lo atañe.
La otra mitad de la crisis salta de los problemas de gestión en los despachos y los vestuarios al principio y fin de todo: el fútbol. Gestual, Messi graficó en dos ademanes durante el primer tiempo del miércoles cuánto estragos puede hacer la falta de convencimiento y la ausencia de un plan consistente. En acciones similares, les reclamó a Casco y Pereyra que condujeran con la pelota por el campo abierto en lugar de deshacerse de ella con inciertos pases largos. Paraguay se replegaba y exigía valentía para atreverse a romper líneas a quienes enhebraban las jugadas desde la salida. Lo que no tuvieron el lateral y el volante en esas jugadas fue confianza en sus propias capacidades, una carencia atribuible al zigzagueante espíritu del conjunto. Argentina retrata sus debilidades en el espejo continental.
"Estamos en una situación límite. Hay mucha gente joven que nunca pasó por este momento. Si nos hubiesen hecho el penal estaríamos sin chances, ahora tenemos que agarrarnos de eso y seguir buscando. Pero lo que más duele es que no tenemos un funcionamiento", trazó su radiografía Messi en la madrugada, ante la consulta de LA NACION sobre qué receta conviene utilizar en los días que vienen. Esos jóvenes que refiere se leen en las estadísticas: 9 de los 11 titulares en el Mineirao no llegaban a juntar 20 partidos en la selección. "Sabíamos que no era fácil venir a jugar la Copa, estamos en busca de un equipo. Hoy no se gana más con la camiseta", razonó el capitán, en un medio tono lejano a la angustia que experimentó en las situaciones límites del pasado inmediato.
El desvarío del equipo es tal que sucede lo de Lo Celso, el jugador más esperado de los últimos tiempos. La imagen del muchacho con las manos sobre sus rodillas, ya sin poder moverse en el final del partido, era la de quien corrió mucho y mal. Scaloni había dicho que lo iba a quitar de la banda para explotar su juego interior y talento para el armado en corto, pero al final se movió en cuatro posiciones diferentes hasta terminar recuperando esa pelota como lateral izquierdo, la jugada que lo dejó exhausto. Un dato: salvo a Armani y a Suárez (que jugó diez minutos), el rosarino le dio al menos un pase a cada uno de sus otros 11 compañeros. No es una señal de polifuncionalidad, explica el desconcierto de un equipo roto.
La urgencia podrá desactivarse con un triunfo ante Qatar en esta ciudad que recibió a la selección con la quietud de un feriado. Pero no tapará, si llega, las cuestiones que ya no tienen arreglo. La selección mayor transita desde ahora y lo hará por muchos años una etapa que se cobrará tanto tiempo de abandono en la formación y desarrollo de juveniles. No se aprende a ser un jugador de selección de pronto, en el Arena do Gremio, rebosante de argentinos como estará el domingo. Aunque tenga a Messi en el desayuno y la cena, esta generación que llega es lo mejor que hay, carga con lo que nunca recibieron y debe aceptar que curtirse le dejará hematomas como los que ya recibió en este intenso viaje inicial. No es su culpa. Tampoco que los lidere un entrenador que se macera en un sitio que debería ser un punto de llegada, nunca de partida. Un regalo de la AFA de Claudio Tapia que Scaloni no se atrevió a rechazar.
Ni un triunfo le asegura el pase a cuartos
La selección sabe que el partido ante Qatar puede ser el del abismo: podría quedar eliminada en primera ronda, algo que nunca ocurrió desde que la Copa América se juega en una sede fija. La primera con esa modalidad fue en Argentina, justamente, en 1987: esa vez, la selección del capitán Maradona perdió la semifinal ante Uruguay en el Monumental y terminó cuarta.
Ahora, el equipo podría clasificarse incluso si empata, para lo que debería darse una compleja combinación de resultados en su grupo primero (que Paraguay pierda por al menos dos goles ante Colombia) y en los otros dos después. Pero haber cosechado solo un punto pone a la selección ante un escenario cambiante: puede ganar e incluso así quedarse afuera de los cuartos de final. ¿Cómo? Si le gana a Qatar pero también lo hace Paraguay, Argentina quedará tercera en su grupo. En ese escenario, la selección será eliminada si Brasil iguala ante Perú y Venezuela vence a Bolivia por el Grupo A y, además, si en el Grupo C el tercero llega a 4 puntos (o más) y tiene mejor diferencia de gol.