El fútbol y Macri, esa relación con final abierto

Mauricio Macri , que lleva el deporte en las venas, no puede sacarse el hincha de Boca que anida en su ser: si cuando se estaba jugando la presidencia de la Nación se dio el lujo de chicanear a los hinchas de River en uno de los dos debates previos a las elecciones, con un año ya como inquilino de la Casa Rosada hay cosas que no cambian. El ánimo del jefe de Estado sigue fluyendo en ciertos momentos como el del presidente de Boca que fue (¿fue?). Sigue de cerca, y a veces muy críticamente, los manejos de Daniel Angelici en el club, le marca errores a Guillermo Barros Schelotto en frecuentes conversaciones telefónicas y por su despacho pasaron o pasan con frecuencia Angelici, Marcelo Tinelli y Hugo Moyano , pero nunca Rodolfo D’Onofrio , el presidente del eterno rival. Alguna vez tendrá que recibir al jefe de River, que ve con reparos la intensa relación entre su colega de Boca y el jefe de Estado. El límite que plantea D’Onofrio es sencillo de entender: ningún problema si Angelici quiere hablar de Boca en sus encuentros con Macri, pero que no se arrogue la representación del fútbol argentino.

Un fútbol argentino que es bastante más que rivalidades y chicanas, como bien claro quedó este año con la decisión de que el Estado no financie a los clubes. Decisión que implicó quebrar una promesa electoral, aquella de que el fútbol seguiría siendo gratuito (aunque todos supieran que nunca lo había sido ni podía serlo). Decisión que, pequeña paradoja, terminó dándole protagonismo al gobierno por otro lado: cual baby-sitter de los clubes y de la AFA , el secretario general de la Presidencia, Fernando De Andreis , es el encargado de encontrarles una solución financiera tentando a las grandes corporaciones televisivas. Pueden ser Fox y Turner, puede ser ESPN, puede ser algún otro nombre, pero todos entraron en contacto con el gobierno como paso previo a negociar con esa tropa imprevisible que es hoy el fútbol argentino.

Imprevisible, sí. Tras el triunfo que significó para Macri forzar a la FIFA a que interviniera la AFA, lejos quedaron ya los sueños de Balcarce 50 de alinear con el gobierno al futuro inquilino de la calle Viamonte. Y del espanto ante la posibilidad de una dupla Tinelli-Moyano gobernando el fútbol argentino, se pasó a ver como “brote verde” la variante de que el presidente termine siendo Tinelli en solitario y no haga tándem con Moyano: los límites de la realidad también se sufren desde el poder.

Un poder que aún les debe algo vital a sus gobernados en lo que tiene que ver con el fútbol. ¿Qué quiere hacer Mauricio Macri con el mayor de los problemas, ése del que prácticamente todos los demás derivan? ¿Hay un plan para terminar con la violencia de los barras?

Pregunta sin respuesta aún, porque el Ministerio de Seguridad, que dirige Patricia Bullrich, no deja de enviar eufóricos comunicados de prensa que relatan al detalle cada decomiso de marihuana, cocaína o lo que fuere que encuentre, pero sigue sin dejar claro si tiene alguna idea sobre cómo acabar con la violencia en el fútbol. Pregunta sin respuesta porque tampoco hay claridad desde el Ministerio de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, que dirige Cristian Ritondo, un hombre que conoce el fenómeno de las barras como pocos, ni desde la Ciudad de Buenos Aires, con Martín Ocampo al frente del asunto.

¿No es prioridad? ¿O no tiene solución? Con tres años por delante, sería llamativo que Macri y sus socios políticos, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, no aprovecharan una oportunidad única de intentar algo en serio: por primera vez en las últimas tres décadas, el mismo signo político gobierna las tres principales administraciones del país. Y al país, además, lo preside un hombre que conoce el fútbol como ninguno de sus predecesores. Los jugadores están; faltan el equipo y la idea de juego.