Llega el momento de Sampaoli (y soy optimista)
Duele la derrota 6-1. Duele admitir la superioridad actual de España. Duele comprobar que hoy tienen que venir a enseñarnos cómo jugar y pensar el fútbol. Pero no me dejo llevar por el resultado. No hay certificados que garanticen que nunca vas a perder por goleada. El 6-1, en todo caso, tiene que obrar como efecto bisagra. Es el fin de la etapa de las pruebas y los diagnósticos, el comienzo de una nueva y definitiva. Ahora arranca, más que nunca, el momento de Jorge Sampaoli.
Me tocó sufrir alguna goleada de este tipo y el proceso de recuperar la confianza parte de la fuerza interior y la seguridad en uno mismo. El golpe es grande y resulta inevitable que mueva los cimientos del grupo, pero el jugador sabe que cada partido es un capítulo diferente. Es entonces cuando las habilidades del director técnico para manejar los períodos de duda tienen que salir a la cancha.
La primera misión debería ser no transmitir pesimismo. Al contrario, llega el tiempo del aliento y del refuerzo de las convicciones, con todas las correcciones que haga falta realizar. Si el entrenador tiene clara la manera de jugar que pretende –cualquiera que sea–, debe redoblar la apuesta por ella.
La segunda tarea, tal vez, sería tomar decisiones cuanto antes. La realidad es cambiante, más aún en el fútbol, pero el entrenador no puede serlo ni modificar su parecer cada domingo. A estas alturas, Sampaoli debería tener definido, y sería un drama que no fuese así, qué quiere, adónde va, y fundamentalmente quiénes valen para su modelo de juego y quiénes no tanto.
En un proceso de búsqueda es lógico que haya jugadores bajo un estricto análisis y otros que no. ¿Pero dónde arrancan las labores de designación de un técnico? ¿O es que para ser convocados tienen que ser todos Messi? Todos no pueden ser indiscutibles, pero tampoco todos discutibles.
Sampaoli no es periodista, no es hincha, sino el entrenador de la selección argentina y las fluctuaciones de la realidad no deberían modificar su pensamiento. Seguramente ya sabe qué jugadores están capacitados para rendirle y con ellos tiene que ir. No importa si Higuaín erra un gol (uno, no veinte) o si Dybala juega bien o mal el siguiente partido con Juventus, porque sería entrar en la esquizofrenia general. Tiene que llevar a aquellos en quienes confía, y hacerlo saber cuanto antes. Siempre caben unas pocas dudas razonables, pero acotar los nombres que se revolean en los medios y en las charlas de los bares al mínimo número posible en los próximos días sería un gran paso adelante.
Para empezar, porque al futbolista le cambia la perspectiva, lo alivia, lo descomprime, le quita la tensión y ya juega de otra manera, sin sentir que está rindiendo examen. Es un aspecto intangible, abstracto, pero que modifica mucho el funcionamiento de un equipo.
En la Argentina tendemos a creer que existen pócimas mágicas para jugar bien al fútbol, por eso llevamos brujos o viajamos a Tilcara, y no es así. Jugar bien es un proceso complejo, que lleva años de trabajo y que solo aumenta las probabilidades de ganar (que en definitiva es lo único que parece importarle a la mayoría) pero tampoco asegura nada. Mucho menos en un Mundial, donde no siempre el favorito se lleva la copa.
En cualquier caso, no abono la teoría del pesimismo, incluso después del 6-1. En el primer tiempo de ese partido, ante un rival que conoce el libreto de la A a la Z, no se jugó tan mal. Hubo buenas salidas desde el fondo, triangulaciones por afuera y pudo notarse el sello de lo que quiere el técnico.
Sí, la impresión fue que estamos muy lejos de España, pero no tengo dudas de que el equipo va a mejorar. Con retoques, con el claro diagnóstico de lo que sucedió y lo que se necesita, y por supuesto, con todo lo que significa la presencia de Lionel Messi en la cancha. Los temores que provoca en los adversarios son equivalentes al ánimo positivo que genera entre los compañeros. Vale recordar lo que produjo la llegada de Maradona al plantel que dirigía Basile luego de la catástrofe ante Colombia. No hubo un gran cambio en el juego, pero el espíritu fue otro y con eso alcanzó para cambiar la historia.
En un Mundial, en las etapas decisivas, la cabeza juega un papel vital. El jugador argentino tiene carácter, tiene orgullo, y sobre todo contamos con Messi. No todo está perdido.
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