Crack de otros tiempos, referente por siempre: sus recuerdos, la transformación del juego, el profesionalismo y por qué no pueden compararse Juancarlitos y Cambiaso
“Vos tenés que jugar en Buenos Aires, Daniel”.
Cacho Marín Moreno, integrante del equipo que en 1956 ganó la primera edición del Abierto de Inglaterra, era muy amigo de Daniel González. Y con estas palabras lo convenció para que el mendocino, nacido el 4 de diciembre de 1938, viajara desde Córdoba a Buenos Aires para probar suerte en el polo grande. “Un amigo mío, Pedro Llorente –continuó Marín Moreno–, es socio de Hurlingham y tiene un club en González Catán, se llama Ranchos. Un día de estos vamos a verlo y te lo presento”.
Buen ojo tenía don Cacho. Daniel siguió el consejo, arribó a la gran ciudad y le cambió la vida. “La pucha… El polo me ha tratado bien. Yo era un paisanito de allá de Sampacho, Córdoba (localidad del departamento de Río Cuarto, al sur de la provincia), dedicado a la ganadería y a la agricultura. Jugaba al polo, sí, pero ni siquiera soñaba con lograr todo lo que logré”.
El polo es su vida. Y una cancha con tablas, su hábitat. “El juego ya no me divierte tanto. Estoy a punto de cumplir 85 años… Soy jubilado, estoy retirado… Pero sigo viniendo porque juegan mis nietos. Ahora juega Peke (hijo de Mariano) y de acá me voy a verlo a Paquito (hijo de Rocío y Paco de Narváez), que juega una copa en su casa”. Estaciona el auto junto a las tablas, a la sombra de los añejos árboles del predio de la Asociación de Polo en Pilar, baja una silla, la despliega y se acomoda. Todavía falta un rato para que empiece a jugar Peke, en La Fija, un partido de la clasificación para el Argentino Abierto. Entonces se presta al diálogo con LA NACION. “Traje la camiseta, ¿viste? La mandé hacer para los 100 años de la Asociación Como me pidieron llevar la camiseta del equipo en el que había jugado y yo jugué y gané con Coronel Suárez y Santa Ana, me hice esta camiseta, mitad de Suárez y mitad de Santa Ana. Soy el único tipo que jugó y ganó en los dos equipos. Es más, hace poco me dijo el Chochán (Martín Garrahan, comentarista de ESPN) que tengo el récord de haber ganado Palermo en tres puestos distintos: de 2, de 3 y de back”.
El estilo campechano al hablar lo distingue. Es claro, sencillo, como cuando jugaba. Didáctico. Usa palabras gauchas (guaso, macaco), enfatiza, resalta frases cambiando los tonos. Enseña… Sin proponérselo, enseña. Y es muy grato escucharlo. “Nací en Mendoza y me fui a Córdoba. Cuando terminé el bachillerato, no tenía ninguna carrera elegida para estudiar, y me fui a Córdoba a trabajar con mi padre en el campo. Ahí empecé a jugar al polo”.
Del polo de estancias a... Palermo
“El comienzo de mi polo era bastante distinto a lo que es actualmente”, sonríe. “Era un polo pobre, un polo de estancias, de jugadores de mala categoría, de malísimas canchas, porque imaginate que no había ni máquinas para cortar el pasto. A veces le echábamos ovejas para que estuviera más bajito. Uno cuenta esto y los chicos de hoy no entienden nada, piensan que son todas mentiras. No. No son todas mentiras. Incluso, llevábamos los caballos de tiro los mismos jugadores, de una estancia a otra. Estoy hablando de la década del cincuenta. Yo empecé a jugar en el 52, tenía 13 años. Y el polo bueno mío, digamos, empezó en el año 60, cuando fui por primera vez a Europa, por invitación de Carlitos de la Serna. Para ese entonces, yo ya había debutado en Palermo”.
Un gran paso dio Daniel gracias a Marín Moreno: del polo de estancias a la marquesina de Palermo. “En 1958 yo era soldado y, mediante la gestión de un militar amigo de Rubén Fernández Sarraúa, conseguí que me trasladaran al Comando en Jefe de la Aeronáutica, ubicado en Buenos Aires. Ahí aproveché para jugar al polo. No me conocía nadie, pero ´Cacho Marín, un buen tipo y un personaje excepcional, me presentó a Pedrito Llorente y él enseguida me propuso armar un equipo para el Abierto Argentino. Marín Moreno, Llorente, yo y Rafael ‘Talo’ Amaya, un jugadorazo, un estratego extraordinario y muy buena gente. Una persona que me enseñó mucho. La camiseta era amarilla con una franja horizontal marrón. Y sin nada que perder, nos largamos a la aventura. Nos divertimos en grande.”
El Abierto tuvo cuatro cruces, los ganadores conformaron un grupo y jugaron a la americana, y los perdedores, pasaron a la subsidiaria Copa Provincia. El sorteo fue cruel con Ranchos: le tocó el poderoso Coronel Suárez, campeón de la temporada anterior. Con Juan Carlos Harriott padre e hijo y la incorporación de otra dupla de padre e hijo: Antonio y Horacio Heguy, en lugar de Bertil Andino Grahn y Enrique Alberdi.
“Nos mataron”, rememoró Daniel. “Nos eliminaron del Abierto y seguimos jugando, como si ahora pasases a la Copa Cámara de Diputados”. Ranchos se adjudicó la Provincia y volvió a enfrentar a Suárez. “Me acuerdo que, para revalidarla, debías vencer al campeón del Abierto en la versión handicap. Y tuvimos la suerte de ganar. Derrotamos a ese Coronel Suárez que nos había pasado por encima en la primera ronda”.
Coronel Suárez-Los Indios (nombre oficial del cuarteto) se adjudicó ese Abierto por diferencia de goles respecto de El Trébol (Nicolás Ruiz Guiñazú, Carlos de la Serna, Charlie Menditeguy y Gabriel Capdepont). Y al día siguiente de la consagración, tras una larga noche de festejos, confrontó con Ranchos en el partido que refería Daniel. “Los agarramos cansados y con pocas ganas de jugar al polo”, dijo con una sonrisa. “Te soy honesto, de otro modo, no sé si les hubiésemos podido ganar. Pero lo conseguimos y para nosotros significó mucho superar a esos monstruos”.
González, de apenas 19 años, fue una de las revelaciones de la temporada y, al finalizar 1958, subió su handicap de 4 a 5. “En esa época se podía jugar con menos handicap que ahora y no participaban tantos equipos”, aclara. “Yo ya había agarrado un poco de vuelo, me fui a jugar a Europa y desde ahí nunca más paré. Desde el año 60 hasta ahora he ido todos los años. He jugado en todo el mundo: en toda Europa, en Australia, en la China… En los lugares más raros del mundo. En Inglaterra gané cuatro veces la Copa de Oro (British Open). Así que ahí empecé a agrandarme y junté algunos caballitos buenos. Después tuve la suerte que me invitara Coronel Suárez a jugar, en el año ’61”.
Daniel no conocía a los Harriott, pero era muy amigo de Horacio Heguy. “Por entonces yo estaba en la zona de Río Cuarto y Horacio, de La Pampa, me invita a cuidar los caballos en Indios, en San Miguel. Voy, me hago socio y él le propone a Juancarlitos armar un equipo juntos. Así empecé a jugar con ellos de número 2”. Es debut con Suárez y título. El primero del palmarés de Daniel, que repite en el 62 con igual formación. En 1963 y 64 defiende la camiseta de Tortugas-Aurora, y en el 65 regresa como back a las huestes de los Harriott, para cubrir la baja de Juan Carlos padre. “Jugué dos años con Juan Carlos Harriott viejo y después se sumó Alberto Pedro Heguy. Juancarlitos me había dicho que cuando entrara Alfredo (1967), yo quedaba libre. Por eso dejé el equipo y estuve otros dos años con los Torres Zavaleta. Y en 1971, me invitó Santa Ana. Con todos ellos, de la pobreza infinita (risas) pasé al frente y empecé a andar en lugares buenos y a jugar con buenos jugadores”.
En total, el “paisanito de Sampacho” cosechó siete veces Palermo: en 1961 y 1962, actuando de 2 en las filas de Coronel Suárez. En 1965 y 1966, nuevamente en Suárez, pero como back. En 1971 y 1973, vistiendo la camiseta de Santa Ana, en la función de número 3. Y en 1983, en Coronel Suárez II, con el 3 en la espalda. “No había reparado en lo de las tres funciones. Y ojo que no es fácil aprender a jugar las distintas posiciones, no es que te ponen un número distinto en la camiseta, hay que aprender a jugar en cada puesto”, señaló. Y acotó: “Considero que el 73 –subió a 10 goles– fue mi mejor año, estaba muy bien montado”, señaló.
"¿Cómo pude jugar en Coronel Suárez y en Santa Ana? Eran otros tiempos. También había presión, pero había una amistad increíble. Terminábamos la final y nos íbamos todos juntos a Mau Mau (boliche de moda) y el que ganaba pagaba. ¡Era una fiesta! Ahora no se junta nadie. Y no sé por qué motivos. No sé si no se quieren como nos queríamos nosotros, o si nosotros lo considerábamos al polo un deporte que si ganás, ganás, y si perdés, perdés, y no pasa nada."
Daniel González y el polo de antes
Mientras Daniel lucía la camiseta ante el fotógrafo, en broma comentó que para algunos era un traidor por haber jugado en los River y Boca del polo. “Eran otros tiempos. También había presión. Suárez y Santa Ana la tenían, los dos querían ganar, pero, ¿sabés una cosa? Había una amistad increíble. Terminábamos la final y la rivalidad quedaba ahí. Nos íbamos todos juntos a Mau Mau (boliche de moda en los 60 y los 70) y el que ganaba pagaba. ¡Era una fiesta! Ahora no se junta nadie. Y no sé por qué motivos. No sé si no se quieren como nos queríamos nosotros, o si nosotros lo considerábamos al polo un deporte que si ganás, ganás, y si perdés, perdés, y no pasa nada. ¡Qué sé yo! Es mejor ganar, claro, pero… Antes había una amistad importante”.
Los equipos que se desarman de un año para otro son un tema que le llama la atención a González. Y tiene su mirada al respecto, con receta incluida. “Ahora, si la cosa no camina en un equipo, al final de la temporada cambian todo. Por eso yo digo: ‘Flaco, hagan un equipo y manténganlo aunque sea tres años, porque si no no aprendés a jugar con ellos nunca, no te adaptás…' Si vos tenés un equipo y querés que funcione, tenés que comprar caballos para el año siguiente y tenés que comprometerte, decir que vas a seguir y cumplirlo. De lo contrario, el tipo se va, como pasa ahora. ‘Ah, no, me voy a jugar con los Castagnola’, te dicen, por poner un ejemplo cualquiera. Ah bueno… Así no se puede. Últimamente todo es así, ¿viste?”.
Y va más allá en el tema, porque se apasiona: profundiza en el por qué y en la hegemonía que se ve venir. “Además, veo que hay como un objetivo y una presión extra por voltearlo a Cambiaso, y me contaron que en los equipos han hecho los contratos por un año. Y yo creo que, como el año que viene Adolfito no va a jugar más, capaz que jueguen los hijos de Lolo (Camilo y Barto) con Poroto y ahí se va a complicar para que les ganen. Porque ganarles a esos tres y un back…”.
Cómo se hizo coach
El paso del tiempo lo corrió de las canchas y lo ubicó junto a las tablas. Volcando en el rol de coach toda la sabiduría acumulada durante su carrera. Otra ocupación que nunca imaginó.
“¿Vos sabés que fui coach por Martín Reynal? Él, que era muy amigo mío y fue presidente de la Asociación de Polo (1991-1993), me lo propuso. Se disputaba en Chile un campeonato de 14 goles de la FIP (Federación Internacional de Polo) y el seleccionado no tenía coach. Entonces Martín me dice: ‘Vos tenés que ir a hacer de coach’. ‘No –le digo–. Yo no he hecho de coach nunca en mi vida’. Y me insiste: ‘No importa, vos tenés ideas y sos medio macaco… Vas a mandar bien a los chicos’. Y así arranqué. Ganamos el campeonato”.
Ese título en Santiago tuvo un momento dramático que González recuerda muy bien. “Estaba Pancho Bensadón en ese equipo. Y también Lucas Criado, que se cayó de un techo. Se pusieron a jugar al fútbol, a pesar de que yo les había dicho que no jugaran, porque teníamos partido al día siguiente, no me hicieron caso. En un momento se les cayó la pelota arriba de un techo y Lucas se trepó para bajar la pelota. El techo se rompió, Lucas se cayó y quedó enganchado de acá (se toma el cuello), por unos tirantes. No se murió de milagro. Fue un mal rato. ¡Tremendo!”.
“En 1995 fuimos a St. Moritz, donde perdimos la final, y en 1998, ganamos en Santa Bárbara y hace poco salimos campeones en Australia. Yo no fui a Australia, pero sí viajé a las eliminatorias en Punta del Este. Me gustaba ser coach, me divertía. A mí siempre me gustó la parte didáctica del polo, enseñarles a los chicos. Es algo que siempre hice con gusto porque el polo a mí me dio muchas satisfacciones. Imaginate, yo estaba en Córdoba y jugaba al polo pero así nomás, con malos equipos, y después, ver que llegué a dónde llegué… Conocer gente, conocer el mundo… Porque conocer el mundo te abre la cabeza y la mente. Es importantísimo. Hay que viajar porque la verdad es que cambiás el objetivo con el que mirás el mundo y la vida. Por lo tanto, enseñar o hacer de coach era una manera de devolverle algo al polo”.
Su desempeño como coach no se limitó al rol más formativo de los seleccionados: luego dio el salto al polo grande. Y fue pionero en una función muy común hoy: orientar a un equipo del Abierto Argentino: Indios Chapaleufú II. “Ese es otro trabajo, porque ahí estás con jugadores ya formados, de alto nivel. Y los Heguy de Indios Chapaleufú II me dieron más títulos. Los tipos jugaban muy bien al polo. E impusimos el estilo que se había perdido, porque en el polo, cuando yo jugaba, y jugaban Juancarlitos y los Dorignac, se veía un polo abierto, pero después empezaron con el toque y los hijos de Alberto Pedro no habían podido ganar nunca Palermo.
“Entonces, un día Alberto Pedro me dijo: ‘Vení, haceles de coach’. Y le contesté: ‘¿Por qué no les hacés vos de coach? Tuviste 10 goles, los conocés bien…’ ‘No, a mí no me dan pelota, tiene que ser alguien que no sea de la familia y bastante macaco, como vos, je, je…’ ‘Está bien, si querés…’ Y empecé a decirles: ‘Flacos, acá no hay ningún virtuoso, son todos picapiedras, vamos a jugar para adelante y para atrás, como se jugaba antes, como fue siempre. Vos llegás a la pelota y pegás backhander, llegás a la pelota y pegás 100 yardas para adelante... Al principio no se van a encontrar, pero una vez que adopten el sistema y sepan que quien está arriba de la pelota le va a pegar, ahí ya el asunto cambia. Ya van a ver’. Y bueno, captaron la idea, agarraron el sistema y les pegamos palizas a Dios y María santísima. Hasta a Cambiaso le ganábamos en esa época”.
Tras consagrarse por primera vez campeones, en 1996, Eduardo Heguy declaró respecto de la inclusión de Daniel González como director técnico: “Fue vital. Por su experiencia y por sus consejos. Nos ordenó mejor y fue el causante del cambio de actitud que tuvo el equipo. La victoria también es de él”.
La anécdota del tigre de bengala
El polo llevó a Daniel por todo el mundo. Jugó en los lugares más raros, conoció exóticos personajes y vio cosas realmente llamativas...
“Entre los lugares más raros donde jugué tengo que nombrar toda la parte asiática. La India, por ejemplo. Ahí vi la cosa más extraña del mundo. Un día estaba allá con Marcos Uranga y Glen Holden (fundadores de la FIP), quien nos había invitado a jugar a Jaipur. Nos llevan a ver la cancha, miro y había una fila de mujeres sentadas en el suelo, ocupando todo el costado, de tabla a tabla. ‘¿Qué están haciendo estas mujeres acá?’, pregunto. ‘Están cortando el pasto’, me responden. ‘¿Cómo? ¿Están cortando el pasto?’ Y sí. Sentadas, se impulsaban para adelante, y con unas tijeritas iban cortando el pasto. Unas cien mujeres sentadas cortaban la cancha con una tijerita. Rarísimo. En mi vida vi una cosa igual. Si no lo ves, no lo creés”.
“El Maharajá de Jaipur también era un personaje exótico. Y el polo está lleno de personajes así (risas). La cuestión es que al Maharajá de Jaipur le gustaba mucho cómo jugaba yo y me llevó a Inglaterra. Allá me agarra y me dice: ‘Tenés que venir a Jaipur a jugar’. Y yo cometí el error de mi vida al no haber ido. Yo le decía que no, porque estaba medio de novio con mi mujer y hacía como tres o cuatro meses que estaba en Inglaterra. Pero él persistía. Y por ahí me dijo: ‘Vení a jugar, te voy a dejar matar un tigre de bengala. Vos venís, te subís a un elefante y yo te voy a poner un tigre para que lo mates’. ‘Ay, Dios –me decía a mi mismo–, con lo que me gusta cazar’. Te imaginás que se me caían las medias, una oportunidad así no se me iba a presentar nunca más. Y por una cosa o por otra, al final no fui y me arrepentí toda la vida, por supuesto. Porque eso sí que era una rareza, pero bueno, acá estamos, ja, ja”.
Juancarlitos, el señor
La vida son momentos. Y en esos momentos se mezclan sentimientos, sensaciones, alegrías, tristezas, nostalgia… Un instante, apenas un instante, transcurre entre la humorada y el brote de emoción, entre la risa del fantástico relato y la consternación por el recuerdo de un entrañable amigo.
“Juancarlitos era un señor… Yo era muy amigo de él, nos habíamos casado en el mismo tiempo, habíamos pasado la luna de miel juntos, habíamos ganado cuatro Abiertos, salíamos a comer, a tomar un trago… Hacíamos todo juntos”, confiesa con la mirada vidriosa. “Una excelente persona… Un caballero… Y lo estoy sintiendo mucho, porque en diciembre yo voy a cumplir 85 años, y se han ido varios de mis amigos: Juancarlitos, Franky (Dorignac)… Mucha gente de mi edad. Es un dolor tremendo”.
"La comparación de Juancarlitos Harriott con Adolfito Cambiaso no tiene sentido porque son dos deportes distintos. Es como si yo te preguntara: ¿quién es mejor Adolfito o Tiger Woods? Son dos deportes totalmente distintos. Y bueno esto es, más o menos, lo mismo. Las reglas son otras. No quieren por nada del mundo perder la posesión, el dominio de la bocha. Y por ese motivo no se la pasan a los compañeros. Quieren meter gol de una punta a la otra."
Daniel González y su mirada sobre dos cracks
“La comparación con Adolfito [Cambiaso] no tiene sentido porque son dos deportes distintos. Es como si yo te preguntara: ¿Quién es mejor Adolfito o Tiger Woods? Son dos deportes totalmente distintos. Y bueno esto es, más o menos, lo mismo. Las reglas son otras. Acá, en la actualidad, hay reglas que son tan contradictorias. Por ejemplo, viene un tipo y se te atraviesa adelante y el referí tiene que decir: ‘Libere, deje pegar’. ¿Me están tomando el pelo? Si la única gracia del polo es sacar una décima de segundo para meterle el gol al otro. ¿Así que tenés que esperar que libere? Y allá, en Estados Unidos o en Inglaterra, si vos le pegás a la pelota y le das al caballo te cobran foul, porque no tenés que tirar para allá y el tipo está atravesado. ¡No! Si lo que yo quiero es meter gol. Y el gol lo meto tirando para acá, no para allá. Es una locura”.
“Igual te digo algo: el polo bueno es extraordinario. No se puede comparar con nada. Es un deporte muy lindo, muy enérgico, muy rápido. En cambio, el polo malo, de bajo handicap y en malas canchas, es malísimo. Es una frustración tras otra. Ahora, con el tifton, han mejorado muchísimo las canchas, se invierte plata. Antes del profesionalismo prácticamente no había dinero para cuidar las canchas, jugábamos en la gramilla, no había riego, las canchas se regaban cuando llovía y nada más”.
Tres requisitos fundamentales
A Daniel lo apasiona analizar el polo. Se le nota al desarrollar una idea, un concepto. Lo demuestra en los gestos, en la entonación. En las ganas de explicar, en la claridad para hacerse entender. “Para jugar 10 goles de handicap hoy tenés que tener tres cosas fundamentales”, asegura: “Buenísimos caballos, pero buenísimos caballos; buenísimos compañeros, que te ayuden a jugar los 10 goles. Y buenísimas canchas, porque si no no le pegás a la pelota... No hay ningún ‘cowboy’ acá que me diga que con las malas canchas le pegan a la bocha. No. No le pegan. Les pasa como a cualquiera. Por eso, estas tres cosas son fundamentales. Y si vos reunís esas tres condiciones, el asunto cambia muchísimo. Porque ya es más fácil pegarle a la bocha, te sentís mejor, con más confianza… Vos podés ser buenísimo, pero sin esas condiciones hoy no jugás 10 goles. Esto se ve. Hace unos días, por ejemplo, le pasó al Poroto (Cambiaso) en Palermo, la cancha estaba más o menos y no le podía pegar a la pelota… ¡El Poroto! Y si el Poroto no le puede pegar a la pelota, ¿qué queda para el resto de los humanos? Además, yo también creo que ahora les pasa eso porque los tipos se acostumbraron a jugar en canchas muy buenas y de repente les toca una cancha un poquito picada, por la época del año, viste que en esta época el tifton no crece debido al frío, entonces la cancha está desagradable, y no le pueden pegar”.
El juego en sí no lo atrae como antes. “Vengo a ver los partidos porque juegan mis nietos”, afirma. “Pero les pido por favor que no toquen la pelota. Yo no digo que sea mejor o peor el polo de ahora, digo que es distinto, es diferente. Son dos deportes absolutamente diferentes. No tienen nada que ver uno con otro. Los jugadores modernos se han acostumbrado a jugar a mantener la posesión de la pelota. No quieren por nada del mundo perder la posesión, el dominio de la bocha. Y por ese motivo no se la pasan a los compañeros. Quieren meter gol de una punta a la otra, y eso no funciona. Porque hay que reconocer que eso lo pueden hacer en Estados Unidos, donde juegan pocos goles, pero cuando vienen acá, a la Argentina, deben darse cuenta que los que juegan en contra tienen 10 goles, 9 goles y no son zonzos, son tipos de mucha categoría”.
Daniel nota que los jugadores rotan mucho. “Hoy en día no se mantienen las posiciones como se mantenían antes. Los chicos dicen: ‘Nos estamos reemplazando’. Y no se avivan que por todo ese sistema de reemplazo, llegan tarde a la jugada, nunca están bien acomodados… Es a pura habilidad, porque los tipos tienen mucha habilidad, le pegan en el aire y todo eso, pero sin sistema. Antes se jugaba con sistema. Se jugaba de memoria. Hoy juntan individualidades, jugadores hábiles y después vemos cómo jugamos o quién va en cada puesto. Y así es complicado. Este equipo nuevo de La Natividad tiene cuatro jugadores buenísimos. Sin embargo, el otro día (la semifinal de Hurlingham disputada en Palermo), contra La Hache, no combinaban nada. Van a mejorar, por supuesto, porque son muy inteligentes y de muchísimo handicap, pero ¿viste cómo es la cosa? A veces no ensamblás y nadie sabe bien por qué”.
Los nietos y el peso de jugar con cracks
Por los nietos es que Daniel continúa yendo a los partidos. Los sigue a todas partes, les habla, los aconseja, y ellos, por supuesto, lo escuchan. No cualquiera tiene un abuelo gloria del polo, campeón como jugador con Suárez y Santa Ana y como coach con Indios Chapaleufú II y el seleccionado argentino de bajo handicap.
“Peke es un jugador muy cerebral. Esa es la palabra. Usa mucho con el cerebro y juega parecido a como yo lo hacía Es tranquilón, delicadito, muy prolijito, yo era más guaso. Capaz que necesita algo más de energía. Y Paquito me parece que va a ser un jugador extraordinario. Bah, ya es un jugador extraordinario. El tipo tiene 15 años y, a pesar de tener 4 de handicap, de acuerdo a lo que yo sé de esto, juega unos 6 goles. Está tremendamente bien montado, porque el padre (Francisco de Narváez hijo) le da los mejores caballos y eso ayuda mucho”, apunta.
Pero no es sólo eso. “Además, Peke tiene la suerte, que antes no teníamos, de jugar con los 10 de handicap. En Estados Unidos jugó con Juanma Nero, hace poco, en el Jockey tuvo de compañero a Cambiaso… ¿Cuándo iba a tener uno de nosotros la suerte de jugar con Cambiaso, con Nero? ¿Cuándo? No agarraba más que un 4 o 5 de handicap para jugarle en contra. Después, al crecer y agarrar viaje, sí. Estos chicos modernos gozan de ese privilegio, el de compartir equipo con jugadores increíbles.” En ellos, Peke y Paco, tiene puesto González su mayor interés, su energía. Ellos lo entusiasman y lo movilizan a la cancha que sea para verlos. “Les hablo mucho”, confiesa, “A los dos. Sí, ahora mi vida es ‘coachearlos’ a ellos. ¿Si me pongo nervioso viéndolos? No. Ya no”.
El polo le dio grandes satisfacciones. “¿Cuáles? Uy… Un montón… Haber llegado a la final del Abierto con el equipo de Los Cóndores, en 1968, junto a Horacio Araya y los Lalor. Algo que nunca soñé”. Los Cóndores era un club de la zona de Río Cuarto donde habían jugado el padre y los tíos de Daniel. “Un buen día se me dio por anotar el equipo en Palermo y tuvimos la suerte de llegar a la final, donde nos topamos con el Suárez de Juancarlitos y Alfredo Harriott, Horacio y Alberto Pedro Heguy”.
“Cada Abierto ganado representó una satisfacción impresionante. Haber logrado la República con los Bernal. Una familia de polistas mendocinos, de parentesco lejano, que se habían establecido en Sampacho y con quienes jugábamos siempre. La República que obtuve en 1985, también con Los Cóndores, con mis hijos Martín y Mariano, y mi sobrino Cristian Guevara, todos de allá de la misma zona cordobesa… El polo me trató bien. Por el polo que jugué, gané bastante. Y la vida también me trató bien”.
"Jamás me pagaron por jugar al polo. Pero sí me invitaban, tenían que comprarme caballos. Y ahí considero que hay una diferencia importante. Cuando vos estás cobrando, sos asalariado; en cambio, cuando vos vendés caballos, si a quien te los compra no le gusta tu polo, o tus caballos, adiós, me los llevo o pagame lo que hemos jugado y yo me llevo los caballos. Me da la sensación que así tenés más autoridad"
González y su mirada del profesionalismo
Daniel cree que, de haber nacido en estos tiempos, hubiese sido profesional. “Y ahora son todos profesionales, porque si no sos profesional, estás muerto. Yo vendía caballos, nunca recibí un mango, se lo digo a quien me quiera escuchar: jamás me pagaron por jugar al polo. Pero sí me invitaban, tenían que comprarme caballos. ‘¿Querés jugar conmigo? Bueno, te vendo dos caballos, cinco caballos, lo que hiciera falta para organizar el equipo’. Pero jamás cobré por jugar. Y ahí considero que hay una diferencia importante. Cuando vos estás cobrando, sos asalariado; en cambio, cuando vos vendés caballos, si a quien te los compra no le gusta tu polo, o tus caballos, adiós, me los llevo o pagame lo que hemos jugado y yo me llevo los caballos. Me da la sensación que así tenés más autoridad, más argumentos para decir: ‘Flaco, hay que respetar, tenés que respetar’. Esa diferencia veo yo. En lo demás, es una profesión como cualquier otra. Y me parece bien que sean profesionales, mi hijo Mariano es profesional, los chicos estos (Peke y Paquito) son profesionales”.
El polo actual ha cambiado. Daniel fue claro al respecto: “No es mejor ni peor al de mi época, es distinto”. La transformación, al cabo de un tiempo y como consecuencia de diversos motivos, promovió también variantes en las funciones de los jugadores, o mejor dicho, en las características de los jugadores. Así como en el fútbol han ido desapareciendo los números 10, los enganches clásicos, en el polo se fueron extinguiendo los estrategos. Estrategos como Juancarlitos Harriott, como Gonzalo Pieres, como Daniel González.
“Alcancé a verlo poco al viejo”, admitió su hijo Mariano. “Yo tenía 13 años cuando ganó su último Abierto, a los 48, con Coronel Suárez II (Benjamín Araya, Juan Badiola y Celestino Garrós) en 1983. Por eso tengo pocos recuerdos suyos. En el 85 jugó y ganó con nosotros la Copa República, y después no jugó mucho más, le dolían las rodillas... Disfrutarlo, lo disfruté en esa República, él tenía 8 goles y al equipo lo completábamos mi hermano Martín, de 18, yo de 15 y mi primo, Cristian Guevara, de 19. Más allá de esto, puedo decirte que el tipo era un estratego. Arrancó de 2 en Suárez, pasó de back en ese mismo equipo y cuando lo invitaron de Santa Ana actuó de 3, como en Suárez II. El viejo dominaba los conceptos del polo como nadie. Hoy en día quedan pocos jugadores que sepan los conceptos del polo como en aquella época los sabían este tipo de jugadores: el viejo, Juancarlitos, a quien tampoco vi mucho, y más acá en el tiempo, Gonzalo y Alfonso Pieres, los Heguy...
“Papá era un jugador de equipo, cero individualista. Y muy de a caballo. Gran jinete. Sabía mucho de caballos. Sabía elegir, y es muy difícil saber elegir, eh. Él, con sólo mirar las yeguas, se daba cuenta si eran buenas, obviamente después las probaba. Mi viejo siempre dice que encontrar una yegua buena, teniendo mucha plata, es muy difícil, y sin plata es casi imposible, pero además, aunque tengas mucha plata, es muy complicado reconocer, o no todo el mundo sabe reconocer, a la yegua buena. Él las encontraba. Incluso hoy. Ernesto Trotz me contó que al terminar una temporada, el viejo tenía dos o tres yeguas buenas y las vendía… ‘Mirá, vendió a Fulanita y Menganita, yeguas que en esa época jugaban tres chukkers en Palermo, y para el año siguiente, cuando uno imaginaba que le iban a faltar buenos caballos, aparecía con cuatro buenas yeguas nuevas”.
El partido de Peke en Pilar está por comenzar y detrás del cerebral jugador de La Fija va la atención de Daniel. Sentado en su silla plegable, al costado de las tablas se dispone a seguir las acciones, como dentro de un par de horas lo hará en otra cancha con su otro nieto, Paco. Jugadores, ex jugadores y gente del ambiente pasan a su lado y lo saludan. Ven a un amigo, a un conocido, a una gloria del polo. Reconocen a un maestro. “En el polo estoy cumplido. Me ha tratado muy bien”, resalta. Y dan ganas de decirle: “Está bien. No podía ser de otro modo, Daniel. Vos también lo trataste muy bien al polo”.
Más notas de Polistas
Rufo y Beltrán. Los nuevos hermanos que asoman en el polo, se codean con los cracks y tienen un sueño: "Ganar Palermo juntos"
Polistas. Nicolás Pieres y el acierto de salir de Ellerstina: "Hoy los tres hermanos, cada uno con su proyecto, estamos bien"
Copa Los Potrillos. Un día polístico de fiesta para los cracks del mañana y con el emotivo regreso de Pedrito Heguy
Más leídas de Deportes
Héroe sin nombre. Los guantes mágicos, el machete salvador y esas historias que solo el fútbol regala
Hoy, 30 años. La muerte de Senna: cómo lo recuerdan otras figuras de la Fórmula 1 y cómo cambió la seguridad en las pistas
Expectativa. Las redes explotaron con los memes de Boca y Estudiantes
Cuartos de final. Masters 1000 de Madrid 2024 hoy: partidos y cómo está el cuadro