La postergación por el brote de virus equino no frenó el entusiasmo de los más pequeños: 61 equipos participaron del tradicional certamen, en Pilar, y mostraron sus destrezas
Por ahí se la ve a Frankie Lusardi, con sus 5 años, taqueando sobre un petiso. No quiere perder ni un segundo en materia de aprendizaje y mucho menos dejar de compartir con otros polistas del futuro este día tan particular. Lo mismo que Silvestre Acuña Sola, también de 5, sobrino de Facu Sola, jugador de alto handicap, y nieto del inolvidable Rubén Sola. Cuentan que Silvestre es un fanático mal del polo al punto de que cuando no tiene colegio, le encanta levantarse siendo todavía de noche para estar bien temprano en las caballerizas. “Muchos me dicen que anda a caballo igual que Rubén. Hasta que se murió papá andaba todo el día con él”, dice, orgulloso, el tío Facu sobre el hijo de su hermana Delfina.
Tras sufrir varias postergaciones, la edición 2023 de la tradicional Copa Potrillos Grand Champions, finalmente se realizó el pasado sábado 30 de marzo, fin de semana extra largo en Argentina. Chicas y chicos de hasta 14 años se reunieron en el predio Alfredo Lalor, que la Asociación Argentina de Polo posee en Pilar, y disfrutaron de una jornada inolvidable para sus cortas vidas. Se dieron el gusto de emular a Adolfito Cambiaso, a Juanma Nero, a Facundo Pieres; y a los más cercanos generacionalmente, Barto y Jeta Castagnola, Poroto Cambiaso...
En esta ocasión participaron del gran acontecimiento más de 240 futuros cracks, agrupados en 61 equipos y divididos en categorías de acuerdo con las edades y el género. “En diciembre íbamos por los noventa y pico de equipos inscriptos y unos días antes de la fecha establecida, el 4 de diciembre, tuvimos que suspenderlo”, aclaró Eduardo Heguy, ex 10 de handicap, ganador del Abierto Argentino y, desde hace bastante tiempo, la cara más visible de la organización del torneo. El brote de un virus equino desató la epidemia de encefalomielitis y no hubo más remedio que prohibir la circulación interprovincial de los caballos. Esa medida hizo que el clásico de los chicos debiera esperar hasta marzo para jugarse.
Cada categoría, con ruedas de ganadores y subsidiarias, consagró a un campeón. Incluso en las Potrillos y Potrillitos se disputaron las Copas de Oro y Plata. La más baja de las categorías fue la denominada Petisos, donde, de modo individual, se anotaron diez osados y entusiastas jinetes, quienes compartieron la experiencia en ancas de un familiar. Entre ellos estuvo Josefina Sernani, de seis años, quien luego de ver a su hermano en la edición pasada, quería jugar a toda costa. Y lo hizo acompañado por su padre Pablo.
El resto de los polistas le dio vida a la Mini Mini Potrillitos, la Mini Potrillitos, la Potranquitas, la Potrancas, la Copa de Plata de la Potrillitos y de la Potrillos, y la Copa de Oro de la Potrillitos y de la Potrillos. Por edad, desarrollo físico y rodaje, el rango principal es el de la Potrillos. En esa franja, la Copa de Oro la obtuvo La Irenita, conformado por Fermín Mac Donough, Juan Ghio, Salvador Bayugar y Santos Goti. En la final, La Irenita se impuso 7-3 a Chapa II. Mientras que la Copa de Plata quedó en poder de El Trébol, integrado por Juan Dodds, Nazareno Unanue, Ignacio Larrosa y Juan José Guillani. Los triunfadores superaron 5-1 a Chapaleufú.
Las lluvias de los inicios de marzo no sólo se llevaron el torneo al final del mes, sino que también les impidieron a varios equipos volver a presentarse. Para diciembre se habían anotado equipos de Estados Unidos. Incluso, una familia permaneció en Argentina tres semanas y luego debieron volverse a su país por el colegio de los pequeños. Tampoco Milo Mac Donough (hijo de Pablo) pudo figurar en el team ganador. Su lugar lo ocupó Salva Bayugar. “Nos sentimos bien jugando juntos. No hicimos prácticas antes, jugamos directamente este torneo”, admitió el número 3. Mientras tanto, a su lado, el resto de los campeones se preparaba para hablar con Clickpolo y comentaban entretenidos sus vivencias.
“Estuvo muy divertido. Fue la primera vez que jugamos con Salva. No nos conocíamos con él y la verdad es que nos ha ido muy bien”, reconoció Juan Ghio. “Es la segunda vez que juego en esta cancha, la 1 de la Asociación, en Pilar. ¿El torneo? Buenísimo”, elogió Fermín Mac Donough, el menor de los hijos de Matías. “La cancha estaba impresionante y eso que tenía unos chukkers encima. La pelota rodaba perfecto, no picaba nada”, puntualizó Santos Goti, quien además aseguró que en Diciembre, volverán para defender el título en la Potrillos 2024. “Volveremos, pero con Milo”, adelantó. “Sí, yo ya no llego por la edad. Esta fue mi última participación”, dijo Bayugar, trasuntando incipiente nostalgia en sus palabras.
Por el lado de las mujeres, tan apasionadas y aguerridas como los varones, Las Alazanas vencieron en la principal categoría: la Potrancas. María Justina Condomí, Francesca Pagano, Eloisa Alba y Mora Castagnola le ganaron a La Enriqueta.
El Abierto Argentino de los chicos
Eduardo Heguy encabeza un grupo que trabaja, apasionadamente y a destajo, para que los chicos vivan un día inolvidable. Arranca al alba y termina con la caída del sol. Queda extenuado, pero feliz. Es que va de un lado al otro, está en cada detalle y no deja nada librado al azar. “Yo jugué esta copa. Sé lo que significa para cada uno, porque tengo muy presente lo que significaba para mí… Para los chicos es el Abierto Argentino y así lo sienten”, contó el Ruso, el día del torneo. Un torneo único en su especie, creado en 1962, y que por el virus equino no pudo disputarse el 4 de diciembre, y por las lluvias de principios de marzo, la fecha pautada debió correrse dos veces más hasta fijarse en Semana Santa.
Este deporte ha cambiado mucho. Creció, evolucionó, se expandió. Los chicos empiezan a jugar apenas logran afirmarse arriba de un petiso y cuando juntan fuerzas para controlarlo: a los tres, cuatro años. Hoy en día, tienen equipamiento propio, acceso a más y mejores caballos y disponen de una serie de torneos que los ayuda a acumular roce y experiencia con rapidez. Y cuando llega el momento de jugar la Copa Potrillos, al final de la temporada de primavera, los chicos son aviones: muestran idea de juego, ritmo, intensidad.
Antes, principalmente a lo largo de la década del 60 y del 70, la Potrillos era la única competencia para los menores de 14 años, fanáticos de este juego. Todos soñaban con jugar la copa creada en 1962 y cuya edición estreno fue el 12 de octubre, en la cancha 1 del Club Los Indios, ubicado en San Miguel. Una derrota en el debut terminaba con las ilusiones tanto tiempo acunadas y obligaba a empezar a pensar en el regreso al año siguiente. Eduardo rememoró aquellos tiempos y detalló su primera experiencia.
“Fue a los 9 años. Jugué con las botas de mi tía Myriam y con el casco de mi padre (Alberto Pedro)… Tengo la foto. Hoy, todos los chicos tienen cascos tuneados, con las iniciales, y vienen con una cantidad de tacos livianos, especiales para ellos. Yo jugaba con los de mi padre. ¡Pesaban como una tonelada! El equipo de mi primera Potrillos era con mis primos Horacito y Gonzalo Heguy, y Julito Bensadón. Había seis participantes y nos comimos una garroteada. Recién a los tres años la pude ganar. En el año no tenías otro torneo y si tenías handicap o ya habías jugado alguna copa oficial, no podías anotarte en la Potrillos. Además, existía una sola categoría, jugabas un partido y si perdías, te ibas a tu casa deprimido. Hasta que un día se presentó Gonzalito Pieres con seis años y dijimos: ‘No puede jugar contra los de 14 años’. Entonces empezamos a subdividir la Copa: Potrillitos, Mini Potrillitos, Mini Mini Potrillitos… Cambió muchísimo. No es fácil organizarla. Son tantos equipos que sólo es posible hacerla en un predio como este (el Alfredo Lalor, en Pilar), que gentilmente nos cedió la Asociación de Polo. No hay otro igual en el mundo”.
Un regreso especial, con ansiedad
Más allá de la alegría desbordante de los ganadores y de la decepción profunda -y efímera- de los derrotados, todos se van contentos de cada edición de la Potrillos. “Porque el espíritu es que todos se diviertan”, remarca siempre el gran back de Indios Chapaleufú II de los 80s, 90s y primeros años del nuevo milenio. “Y que sueñen con volver a jugarlo. Es un torneo para toda la familia. Una fiesta”, suele puntualizar también el Ruso.
En esta oportunidad, uno de los más felices de estar en una cancha de polo fue Pedro Heguy, hijo de Eduardo. Y no precisamente por anotar su nombre y apellido en la versión subsidiaria de la Copa de Oro de la Potrillos, sino por haber superado el trance de un duro accidente -corrió riesgo su vida-, allá por el 2020, y estar otra vez arriba de un caballo, con un taco en la mano y rodeado de amigos y familiares. “Estuvo muy bueno volver a jugar. Antes de entrar en la cancha sentía una ansiedad impresionante. Es para mí un orgullo participar de este torneo tan importante, el mejor del mundo para chicos y que toda mi familia ganó. No arrancamos bien, perdimos el primer partido, pero después llegamos a la final de la subsidiaria y tuvimos la suerte de ganarla”.
Una linda despedida para Pedro, ya que en octubre cumple 15 años y no podrá seguir participando de la Potrillos, pero no dejará el polo, piensa seguir jugando siempre. “Sería un lujo dedicarme a esto como profesional”, confesó sereno y satisfecho, aplomado y mediante un tono de voz y una forma de hablar asombrosamente similares a los de su padre. “Jugamos con el nombre de Sauveterre, pero representando a Chapaleufú. Ponerme esta camiseta es lindísimo. Sentí una sensación tremenda. Mi familia completa estuvo acá alentándome: mis padres, mi abuelo (Alberto Pedro Heguy), mis tíos, Nachi, Pepe, Tomás”. Y cerró su alocución confesando un pequeño pecado de juventud al cual lo llevó el fragor de la competencia mezclado con alguna frustración propia del partido. Un pecadito pegado al noble gesto del arrepentimiento y el perdón: “Mi abuelo me decía cosas entre chukker y chukker… A veces yo no lo escuchaba porque estaba enojado, pero después le pedí disculpas”.
La obligación de posponer el torneo por tres meses, casi cuatro, acarreó una recompensa: le dio a los organizadores la oportunidad de adosarle al acontecimiento el festejo por los 100 años del Club de Polo Los Indios. Una institución creada en 1923 por pioneros como Dámaso del Campo, Juan José Vila, José Luis y Juan Carlos Giribone, Francisco Méndez Gonçalvez y los hermanos Taurel, cuyo nombre deriva de una calificación vertida por Juan Lawry, habitual referí en los partidos de entonces, en la estancia “Los Merinos”, al estilo de juego de quienes allí se reunían: “Señores, este es un juego de caballeros y ustedes no lo son. Ustedes son indios”. En 1926, los pioneros consiguieron unas tierras en la antigua chacra “Mirás”, localidad de Quilmes, para luego trasladarse a Morón. Cerca de 1951, se mudaron a San Miguel y allí Los Indios vivió durante décadas hasta que la inseguridad de la zona y el exponencial crecimiento de la actividad en Pilar y alrededores, hizo que cambiara una vez más su sede. Un predio situado a 2000 metros de la ruta 28, el camino a General Rodríguez, es hoy su nueva casa.
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