Ramón siempre tiene revancha
Estuvo 1607 días como DT y ya festejó seis veces; cerró un año de sinsabores de la mejor manera: siendo campeón.
Oioioioi..., oioioioi ... es el equipo de Ramón...”
Tardó en escuchar el reconocimiento de una hinchada a la que ya tiene en el bolsillo. El 26 de julio de 1995 debutó como entrenador de River, la única camiseta que vistió como jugador en la Argentina. A varios metros, en el otro banco del Monumental, estaba Carlos Bianchi, en ese momento DT de Vélez y ayer su gran rival por vencer en la despiadada lucha futbolera; esa que tenía como fin impedir que Boca, el clásico rival, pudiera alcanzar el tricampeonato que él supo disfrutar como jugador (1979/1980) y como técnico (1996/1997).
Fueron 1607 días especiales para Ramón Díaz, el protagonista de esta historia. La del hombre que volvió de Japón con las ganas de jugar un rato más y se encontró con la sugerencia/obligación de vestir el buzo de DT.
Cuatro años, cuatro meses y 23 días en los cuales la timidez y los miedos iniciales les dieron paso a la ironía y a las respuestas con doble sentido. Fueron 1607 días en los que igualó la marca de Angel Labruna y José María Minella, quienes, cuando fueron conductores como él, también lograron seis títulos para el club.
Cuatro años, cuatro meses y 23 días, en los pasó de los cuestionamientos de sus dirigidos al manejo de un grupo de jóvenes que lo respeta a muerte. Un tiempo en el que no dudó cuando tuvo que decirles a más de 20 jugadores que su ciclo estaba cumplido.
Fueron 1607 días con cinco grandes tormentas con los dirigentes. Esos que en un principio lo apoyaban sin dudar. Un bloque que era compacto y que empezó a quebrarse. Hombres de la conducción que en los pasillos del Monumental decían que el ciclo del Pelado estaba cumplido, pero que nunca se animaron a cortar su continuidad. Un fuego cruzado que, por momentos, era insostenible, pero que siempre lo tuvo como vencedor. Es el Ramón Díaz que se apoya en cuatro campeonatos locales, una Copa Libertadores de América, una Supercopa y en una fanática y desbordada pasión por River, que le permite tener un feeling único con los hinchas.
"Esto es para mi mujer y mis hijos. Y para todos los hinchas de River, pero los verdaderos. Porque hay otros que no lo son", arrojó a los micrófonos segundos después de abrazarse con Omar Labruna, su amigo y compañero en esta aventura de dirigir a River.
Un desafío que en el tramo final se convirtió en guerra fría única, poco frecuente entre un técnico y una comisión directiva con tantas vueltas olímpicas en tan poco tiempo.
Porque Ramón Díaz vivió doce meses sobre la cuerda floja. A fines del 98 eran pocos los hombres de la conducción de River que lo querían al frente del plantel. Ramón amenazaba con que iba a hablar. Que si él se marchaba, con él también partirían varios nombres de la comisión directiva.
El Pelado, ante el obligado recambio por el retiro de Francescoli, las ventas de Salas, Gallardo, Berizzo y Sergio Berti, entre otros, apostó con Aimar y Saviola -su gran descubrimiento-, a la adaptación de Angel, a la experiencia de Astrada, a la vuelta de Trotta y a la firmeza de Bonano para celebrar esta perla final antes del 2000, que comenzó a brillar el 17 de octubre cuando se sacó las ganas de vencer a Boca por primera vez en torneos oficiales. "Ellos salieron terceros, a tres puntos de nosotros, que son los que le sacamos en el partido que le ganamos en casa. Además, esto es para Macri: no basta con tener plata. Hay que saber jugar al fútbol". Enfundado en la piel de riverplatense auténtico, Ramón Díaz no calló sus sentimientos.
"Quiero felicitar a Boca, a Central y a San Lorenzo, pero con estos chicos no pudieron. Estos pibes son grandes de verdad. Y, una vez más, no me quiero olvidar de los hinchas. Que disfruten de este campeonato, que fue duro, sufrido. Es para ellos, que siempren nos tuvieron fe", repetía sin parar el segundo riojano más famoso, ése que no soporta las comparaciones: "El mejor fue Angelito (por Labruna), lejos. El sentía los colores de River como nadie".
Otro título. 1607 días. Cuatro años, cuatro meses y 23 días. La noche en el Monumental se apagaba con otra fiesta. Y el director de la orquesta repetía: "No me quiero ir nunca de River". Pero ese deseo es parte de la historia que sigue en River. Pues más allá del nuevo festejo, el final del cuento todavía no está escrito...
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