Perú-Argentina: la tarde de la persecución de Luis Reyna a Diego Maradona
El duelo cumplió 35 años. Para las dos ventanas finales de las eliminatorias para el Mundial de México 86, esa aventura en la que las selecciones sudamericanas se jugaban el boleto a la Copa del Mundo en una maratón de partidos durante un mes, el fixture marcó que la Argentina y Perú disputarían un ida y vuelta el 23 y 30 de junio de 1985. Primero, en Lima; a los siete días, en Buenos Aires. La selección arribó al encuentro en el estadio Nacional invicta, con puntaje ideal, después de cuatro jornadas; los peruanos marchaban segundos, con cinco puntos. Un empate clasificaba al equipo que dirigía Carlos Bilardo y que tenía como estrella a Diego Maradona; el Diez, sin embargo, descubrió en esa serie a uno de sus marcajes más atormentadores de su carrera: la operación Luis Reyna.
"Ese muchacho es un burro", despotricó Maradona, después de la derrota 1-0. El gol de Juan Carlos Oblitas dolió tanto como el modelo con el que el rival anuló al N°10: con la victoria, Perú pulsearía en el Monumental en un mano a mano la plaza directa del Grupo A; en Lima, el brillo de Diego se convirtió en una luz mortecina. La persecución de Reyna fue un sello registrado para la historia, una cruz que Maradona rememoró en el libro Yo soy el Diego: "Los dos partidos contra Perú, los que definían la historia, fueron terribles, ¡terribles! El primero en Lima, el 23 de junio, fue el de Reyna… Lo digo así y ya todo el mundo sabe de qué estoy hablando, de aquel muchacho que me siguió hasta el baño, ¡una cosa de locos, viejo! En una jugada, pisé mal y salí de la cancha. ¡Y el tipo me siguió hasta el borde de la cancha! Cuando volví, se me paró otra vez al ladito. Me hablaba, me hablaba. Me pegaba trompadas, también. Qué bárbaro ese Reyna".
La estrategia para detener a Maradona fue ensayada por el director técnico Roberto Chale. En una entrevista con El Comercio, de Perú, reveló algunos detalles de cómo se gestó la persecución para impedir que Diego entrara en juego. Y realmente, lo logró. "Los colombianos y los venezolanos le hicieron marca personal a Maradona, pero los marcadores eran muy altos y nunca pudieron frenarlo. Reuní a mis jugadores para preguntar quién quería marcar a Maradona. Esperaba que sea [Jorge] Olaechea, pero todos se quedaron callados. Ahí Lucho [Reyna] dijo ‘yo’, y quedó. Fue un riesgo, no jugaba hacía seis meses", relató el autor intelectual de la maniobra con la que Perú anuló al Diez.
La tarea Reyna la cumplió a la perfección y no es una anécdota que aquel partido se lo recuerde como el "partido de Reyna y Maradona". El hostigamiento fue constante, sistemático. Acostumbrado a librar toda clase de batallas futbolísticas, de juego, Diego se encontró con una "guerra psicológica". El huanuqueño fue su verdadera sombra: lo siguió, lo tomó de la camiseta y hasta del cabello. Y el relato de Maradona de que lo acompañó hasta el límite del campo de juego es real: Rubén Toribio Díaz le hizo sentir el rigor al tobillo derecho y cuando el doctor Raúl Madero atendió al N°10 de la selección, Reyna esperaba a menos de un metro que reingrese para convertirse en un custodio.
Una sola vez perdió a su objetivo, cuando Maradona lo desbordó por la izquierda y lanzó un centro para Jorge Valdano: el arquero Eusebio Acasuzo evitó la caída del arco peruano. Cuando el reloj marcaba 31 minutos del segundo tiempo, el estadio Nacional aplaudió la salida de Reyna, que dejaba su lugar a Javier Chirinos, aunque fue Olaechea –aquel que Chale imaginó como el marcador de Maradona- quien desarrolló la tarea de Reyna durante el cuarto de hora que le restaba al partido.
La estadística señala que Reyna cometió seis foules -11 en total, si se contabilizan los cinco del partido en el Monumental-, pero también existieron golpes arteros que el árbitro chileno Hernán Silva Arce, ni sus asistentes Víctor Vásquez Sánchez y Guillermo Budge, advirtieron. "Una cámara se encarga de seguir a Maradona, pero yo debo seguir a 22 jugadores", la defensa que esgrimió Silva Arce, el 23 de junio de 1985 en Lima.
Debutó en Sporting Cristal y luego jugó en Universitario, las características de Reyna no se destacaban solamente por el cumplimiento del "juego sucio": era un jugador de conjunto al que se le asignó una ingrata tarea. Y el ejemplo más evidente de que no era una futbolista de corte es que asistió de cabeza a Franco Navarro en la acción que terminó con el gol de Oblitas en el estadio Nacional. Lejos de Maradona y enfocado en Fillol, quien jugó con la camiseta N°17 reapareció en el armado con un pase ajustado para Navarro, el delantero que en el partido en Buenos Aires sufrió una fractura de tibia y peroné, a causa de una violenta plancha de Julián Camino.
Maradona lo calificó de archienemigo después de aquel partido, aunque en el video compilatorio de foules descalificadores que subió en su cuenta de Instagram no aparece nunca Reyna. "Tuve que hacer el trabajo sucio. Roberto Chale me encargó esa misión, porque mi estilo se prestaba para eso. Cada vez que el árbitro no me veía, lo agarraba a Diego, lo giraba de la cintura. Fui un fastidio, pero no me gustó hacerlo", explicó una década atrás el hombre que sin recurrir a la violencia de los coreanos en México ’86 y de los camerunenses en Italia ’90, detuvo a Maradona. Una semana después, con otros argumentos, los mismos protagonistas replicarían un segundo episodio en el Monumental.